Así empieza "El otro dolor", novela
No hay hora para este descalabro de días, secuencias
sucesivas de atardeceres desparramados sobre la mesa vacía de la tarde. Se
ensanchan o se debilitan los colores, pero la caída de la penumbra no se
interrumpe. Horarios dormidos desde que la mano no se levanta y araña al aire.
El frío tardío o el tiempo sórdido del sur, no importa, las mareas continúan
arrullando después de la luz. Un zumbido de nostalgias donde la brisa no llega,
se vuelve, huracanada, detrás de las rocas negras, bandadas de pesadillas, la
voz más cercana es la del cuerpo que se mueve, quieto, debajo de las estrellas.
Ya sale la luna es otro reloj de arena sin paredes, sin esquinas, sin futuros.
Vuelta atrás de los principios, ya perdidos cuando han llegado, cuando la isla
se olvida de la historia se olvida se olvida, ahogándose. Cualquier vereda es
hermosa porque lleva y trae, agrede y esconde. Y no dejan de sorprenderme los
atardeceres desparramados sobre la mesa vacía, las manos palpando la calidez, la
luz de la calidez, calidez hueca, ausente, que llena la tarde. Aunque la hora
no vuelva. Un gemido de sed ante el lecho del océano. Un ansia insana de
apoderarme de la sed, de las aguas. El tiempo no tiene tiempos, nos echa de sus
caminos.
Alumbra
el rumor de la marea en la noche, dibuja los gestos, atrae al signo a los
misterios del silencio. Me duermo en sus brazos, única paz que aún me envuelve.
¿Hay un grito que aún no haya nacido?
Fue ayer cuando
llegó la noticia y ya parece vieja, de irremediable. Desnuda más allá de
cualquier noticia anterior. No hubo ningún cambio visible en la expresión del
rostro, ninguna alteración extraña en las facciones. Sólo que el tiempo se
había detenido. Se oía el rodar de la brisa tenue por la yerba, el deslizarse
de la babosa por la tierra húmeda. Nunca más sentiría el calor de las voces, de
la voz que se alzaba y se esparcía por entre las ramas de los árboles para
luego volver a la raíz del oído, de la piel, al latido mismo. Quedó en suspenso
el inicio del nuevo día.
Habían arrasado a la historia (no me dijo nada,
volvió a irse).
La calma
aterida de un pájaro muerto
desborda mis
manos.
Un paisaje
alrededor, de árboles secos.
Piedras
cubiertas de sed.
La brisa golpea
mis piernas
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