viernes, 29 de julio de 2016


La piel del verso



¿Cómo siente el movimiento lo vegetal
cómo lo realiza
por dónde se le desplazan las melancolías del camino
los ojos que miran el curvo paisaje
adónde pueden ir las hojas que se les caen a los otoños
se pulverizan en los vientres de las materias minerales?
¿es movimiento hacia adentro y es movimiento hacia la luz?
¿de espiral o de caracola o es inmaterial movimiento?
¿es encontrarse en lo detenido
como este adentrarse en ti y en ti encontrar el Universo?
este adentrarse en ti que es extenderse
zambullirse en la esencia en lo más impensable
en un Universo abierto a lo más íntimo lo más oscuro
desnudamente vestido de solemnes silencios callados
palparlo enamorado palparlo intocarlo
este siempre tener sed y siempre beberte
este hacer el amor en la prisión del movimiento
en la quietud
no importa dónde estemos no importa dónde no estemos
como ahora
en este soplo de pensamiento
apenas si roce en la evocación de un recuerdo
y ya deseo
soplo que repite el gesto del temblor primero
que viene primigenio de antes del primer temblor
¿cómo se mueve la noche que no deja de traerte?
¿qué carnoso gemido desde dentro del silencio mueve el aire?
Saberte
movimiento hacia dentro movimiento hacia la luz
en el mundo vegetal de la noche
más noche más sin dimensiones
más noche envuelta en infinitas dimensiones
saberte
hoy saberte
irónica la tardanza de lo que se fue para no regresar
entonces cínica la piel del agua
inabordable


Quintín Alonso Méndez







domingo, 24 de julio de 2016


La piel del verso


Dejo que los pensamientos se vayan por entre las ramas
del paisaje a oscuras
pensar empequeñece
la luz resbala por la piedra lisa del tiempo
con la mente y las velas del papel en blanco
navego por tu cuerpo de diosa
¡qué importa tu ausencia! ¡el abismo de tu ausencia!
una piedra lunar te brilla en la boca
nos desnudamos en el verso
despacio quietamente
hacemos el amor
eres el aire que me habita
el leve latido que me late
por tu piel pasean saludos de gaviotas
y se esparce lo que me queda de vida
la luz resbala por la piedra lisa del tiempo
Quintín Alonso Méndez




miércoles, 20 de julio de 2016


La piel del verso




La piel del agua transparentemente azul
vestida de sal
tiene la memoria de todos los naufragios/
los silencios más tristes de los amores rotos
resbalan por sus húmedas sábanas y se hunden/
agonizan atrapados en las verdes/ profundas redes del musgo

sedosas manos de arena sostienen el abismo

Quintín Alonso Méndez



lunes, 18 de julio de 2016

La piel del verso


                                                                            Rosas rojas secas, una viva rosa roja en flor

De vez en cuando un sentimiento cierto/ inopinado
gajo afilado del mortal sol/ de la más mortal luna
como herida de flor vertical cae
y se hace presente/ entonces palpitando se abre en dos
te pone alas o te dobla la espalda 
sentados a la misma mesa el cíclico hola/ el encadenado adiós
uno aspira a irse para venir y ser regreso/ volar con el vuelo
el otro cierra los ojos para irse y verse solo
sentimientos de la misma raíz
raíz de la misma muerte
uno regresa a su buen sitio
el otro se vuelve adonde nunca estuvo
siempre es a media tarde cuando el desengaño te rompe las piernas
para que la noche/ en otra parte
cubra el lecho de reencontradas estrellas
donde cíclico se encadena el hola/ se estrangula el adiós
Quintín Alonso Méndez





viernes, 15 de julio de 2016

El último sueño de un viejo

pisadas de pájaros, cimbreos de libélulas, rastros de tristezas donde pudo haber besos insaciables mordiendo la vida para parir vida, danzas de mirlos sobre la tierra como falsa lluvia que picotea llamando a las lombrices a la superficie, espacios en blanco donde invisible late tu nombre, algunos puntos suspensivos… para que te aflore delicada y tierna la sonrisa, brotes de violetas en los adjetivos que encandilan, como rayos de luz con brisa marina, hebras de algas, adjetivos callados pero húmedos, desnudos en su soledad acostumbrada, con música de violines, como si existiera el mar y el mar te trajera, volteretas inesperadas del aire al cambiarle el rostro a la luna, temblores de olas en las ramas rotas de los recuerdos, pesadumbres en los cansancios, alegorías en las siluetas de las sombras, en los rincones, las ternuras de tus miradas, tu forma de estudiarme en silencio, sonrosados pétalos que llevan las madres en sus manos, renglones amputados en la escritura, amputado el cordón umbilical que quizás algún día me unía a la tierra, a los mundos, escritura, irle poniendo cada día un ladrillo a la ciega luz abismal del paisaje, a la horizontal verticalidad del sol derrumbándose en el horizonte, tus besos, pisadas de pájaros, cimbreos de libélulas, inciertos parpadeos, irreales, tu desnudez en mis brazos, siglos y siglos de distancia entre la vida y yo, partículas diminutas deletreando las ausencias, marcando el territorio de los vacíos, un abismo entre palabra y palabra, entre certeza y escritura, escasez de escritura que desea ampliarse infinita, verterse mágica y sublime en ti, para ti, pero se me corta la respiración, se me paralizan las manos, se me nubla la mente, se me rompe el corazón y escaso me quedo, ¡ah, si pudiera verter todos mis sentimientos!, tus caricias, pisadas de pájaros, cimbreos de libélulas, violetas que llevan tu nombre grabado, dolor perfecto, íntimas remotas desnudeces sin vernos, sin sabernos, ciudades que caminé y caminaré a solas, dolorosamente sin ti, todo sin ti y sin mí, escritura perdida, apartada de los caminos y de los sueños, tú en el mundo, yo en ninguna parte, escritura donde pálidamente te poso para mirarte, escritura donde te veo caminar, alejarte, reír, alejarte, abrazar, besar, alejarte, tus gemidos vertiéndose en mi boca, pisadas de pájaros, cimbreos de libélulas.
Quintín Alonso Méndez



martes, 12 de julio de 2016

La piel del verso

La fijeza de la luz /extraña fijeza
que parpadea en los párpados
del deseo /deseo fijo que se ancla
en los anclajes del paisaje desnudo
desnuda luz donde brilla la boca ausente
ausencia del beso en los besos del agua
acuosa la materia del aire desguazándose
desguace de la piel en el verso que te nombra
tu nombre que le da nombre al mar de la estrella
Estrella que fulgura
fulgor silente que habita el murmullo
murmullo que no deja de silente llorarte
llanto vertiéndose en la marea
reclamo añorando la presencia
la mineral materia del verso
tus besos

Quintín Alonso Méndez


martes, 5 de julio de 2016


El último sueño de un viejo


-a veces tengo mal carácter, me hago insoportable.
Propuestas o mandamientos que cada día resonarán, sin eco, sin voz, pero sonoras, dolorosas, untadas en mermeladas, en la vacía estancia del derrumbe
-necesito un espacio para mi soledad
-me dejarás dormir
-siempre habrá mermeladas y queso y té con leche en el desayuno
-iremos al mar
-me dejarás poner mi música
-toda la casa olerá a sexo
-habrá chocolate, vino blanco seco y frío, aceitunas y olivas
-me leerás poemas
-me mostrarás tu mundo
-habrá sexo todos los días, participes tú o no participes
Quemarán los surcos de la escritura entre las yemas de mis dedos, quemarán sus pieles de seda, las estrías sutiles de tu cuerpo, las huellas de tus heridas, quemarán sin descanso, hiriéndome en los ojos, lacerándome el cuerpo del alma, arderé cada noche y caminaré deshabitado cada día que me quede. Arderá cada día con su noche, dentro del aguacero de las lágrimas. Serán los dedos, escarbando en la soledad del aire, los arados.
Subiré al bar de la atalaya a diario, apoyándome en un palo de morera, tanteando el polvo, abriéndolo en canal, posiblemente buscando ese surco que lleve al mar, y, mientras, iré hablando a solas, pero contigo. Hablando sin sentido, palabras desconocidas, quizás demasiado primarias, de raíces demasiado metidas en lo más profundo de la tierra, de los orígenes que no salieron a flote, o quizás sean palabras de otros idiomas, de idiomas inexistentes, o palabras inconexas, signadas, puede que arrancadas a sueños que no fueron soñados, o tarareando fantásticas y melodiosas melodías con mi genial oído de hojalata, que hará que los pájaros huyan, más que enloquecidos, despavoridos. Alguien me mirará, llevándose el dedo índice a la sien, haciendo que lo atornilla. No me importará. ¡Qué podrá saber el imbécil mundo de los imbéciles de una incontestable historia de amor sin historia! Escribiré algo, de vez en cuando, tan a menudo, cuando sea tan intensa la dolorosa sensación de no hacer nada, de nunca haber hecho nada, dejaré que la mano se pierda por los renglones oscuros de la vieja libreta de campo, sabiéndome en la más inútil desesperanza, me saldré de mí para hundirme en la escritura, mi refugio o mis mundos que no encontré ni habité, frustrados mundos que palpitan tan apartados de mí, ellos también. Escritura cansina que se queja y no dejará de quejarse como la leña en la hoguera, o que se tiende lánguida y perezosa como las horas de las tardes somnolientas, pero escritura en la que se advierte el goteo implacable de la sangre desguazándose. Escribiré
Quintín Alonso Méndez

sábado, 2 de julio de 2016

El último sueño de un viejo

Vendrán muertes, oleadas de muertes y no estaré preparado. No ocurrirá lo de «un día te llamaré y te diré asómate a la ventana». Te oiré decir, otro círculo de vuelta, «volveré», pero tu voz y tu promesa irán dirigidas a otra distancia, a un territorio de carne y hueso, a un «bienvenida, bienhallada». Cada página de escritura, avanzando pesadamente por las ruinas del derrumbe, será un descalabro más aquí dentro, en el sutil abismo que nadie apreciará cómo sutilmente se irá hundiendo, ni siquiera yo, abandonado a la suerte de la indiferencia. Será la complicidad que siempre habrá entre la escritura y los silencios, planetas y planetas orbitando en la quietud más quieta, más vacía, llenos de olvido, y al vacío del mundo, al vacío más absoluto, le diré, sin ecos, «claro que te quiero. Infinito».
¡Cuántos versos se me escaparán a diario, confiando en la memoria, sin recordar que ya no tendré memoria! Llegaré a casa y me diré, «¿cuál era el verso, cuál, dónde me lo dejé?», y me estrujaré las sienes y solo sentiré como un hilo de miel deslizándose camino abajo, camino del lazareto de los olvidos, adonde irán las pocas gaviotas que queden, famélicas, desordenadas, agresivas, a picotear en los restos, y donde algunas madres buscarán una leve sonrisa para los estómagos de sus hijos desnutridos, sentenciados. Filamentos de versos con sabor a azúcar que terminarán en las alcantarillas, arrastrados por los agujeros negros de las tormentas, tormentas que tendrán su origen en el origen mismo, desde dentro de mí y desde las gruesas pinceladas del horizonte. Pensaré en las dos gaviotas que al principio me acompañaron, festivas, alas blancas sutilmente griseadas dentro del triste y enmudecido azul. No serán pensamientos, serán interminables películas de un mundo que nunca habité ni me habitó. Visiones, alucinaciones, desbarajustes de sueños ahorcados en cada esquina. Miraré dentro de la escritura, de la historia, y me diré «no he escrito nada, como siempre», ah, genio de las miserias, y miraré el rastro, cada rastro, de los vuelos, metálicos o suavemente carnales, con plumas, que se dirijan al norte, les alzaré la mano, como un saludo, como un adiós desangrándose, sabiendo que el regreso nunca existió, porque el instante estalló en el aire, sin ida y sin vuelta de hoja, sin regreso. Para que diluvie y se lo lleve todo, cantaré, ah, mi voz cavernosa y penosa, amenazando diluvio, de saltos grotescos, desprovista de materia, de la materia del oído, de la materia del compás y los acordes, de toda materia, cantaré mi canción de un solo renglón, cínico, con puntos suspensivos, contagiada, con fiebre de risa fuera del tiempo, del espacio, de los mimbres del mundo, risa inventada, para que no sea grito, desparrame, «porque no te quiero porque no te quiero por eso me muero por eso me muero…», y será diluvio dentro del más estremecedor silencio, de la aflautada carcajada más fuera de los sentidos, sin sitio, y quizás me diga que quien se ríe es el loco desde alguna parte del universo de los muertos. A diario la cantaré, cortándome mientras a diario me afeite para no lastimar tus mejillas heridas, pero de pétalos de seda, y me gustará ver correr la sangre en busca del pecho carbonizado, la selva negra que nadie visitó, donde las rojas rosas negras se secan, se pulverizan, debajo de la cama. Las flores del adiós.
Caminaré por las caderas de la barca del pueblo, me sentaré en sus huesos de piedra de ballena, otearé el invisible mar que en alguna parte te acogerá en sus brazos de agua. Allí leeré lo que nunca escribí, en los surcos que los silencios van dejando sobre tus propuestas irrenunciables, caducadas por la erosión de las lejanías alejándose, prologadas por una advertencia
Quintín Alonso Méndez