jueves, 29 de septiembre de 2022

 

Claridades 37



La otra vida

En lo irreal de la vida real está lo que se vive, afuera está la luz y están los grises; lo que palpita, la raíz, el motivo de la luz, está dentro de lo que se ve, lo que se vive camina al lado de la vida, no la deja en el día y en la noche, siempre a su lado, en la risa y en la tristeza. A veces, de tan callado lo que se vive, parece que se le hace olvido a la vida, pero no, está ahí, y en cualquier momento se muestra, en una copa de vino, en la penumbra cálida de una caricia, en los dedos mismos que aprietan el dolor, es cuando la vida se detiene un instante y recuerda y es cuando te dicen que adónde te has ido, pensando en las musarañas, nadie lo ve aunque alguien lo sepa y de vez en cuando te lo recuerde con un gesto, una mirada, un silencio. Es la otra vida la que te trae lágrimas y la que te trae fuerzas de la nada, esa otra vida, irreal, que no está en ninguna parte pero que suele ser la verdadera vida, la que le mueve los hilos a la vida real, la que te eleva y la que te tira por los suelos, la que te abate y te da los impulsos, la que te alimenta y la que te hace añorar los latidos del tiempo de cuando palpitaba el mundo, esa otra vida, lo que se vive aun sin vivirlo, siempre contigo, hasta en los olvidos más desangelados o en los más enaltecidos, la que tiene fechas en tus silencios más tiernos, más dolorosos. Solo las diosas y los elegidos por las diosas saben de lo que escribo, de la irreal vida, la real  (corpórea sintiéndote en los sueños)

 

quintín alonso méndez


 


domingo, 25 de septiembre de 2022

 

Claridades 36




¿Dónde los ensalitrados arañazos en la espalda que no me has hecho?

¿dónde las mordeduras  que prometen tus ojos que duelan y sangren en los labios?

¿dónde la brisa de tu seda de fuego resbalando por mi cuerpo?

¿dónde el cuándo de tus largos y delgados dedos indagando por las oscuridades?

¿dónde lluvia el cuándo de simulacro de la eternidad?

quintín alonso méndez



 



jueves, 22 de septiembre de 2022

 

Claridades 35



Por qué en noches así

me inunda el sabor de tu esencia

noches que muestran su latido

se abren

expanden el sabor de la vida

 

(si me lees, sabes que hablo de ti)


quintín alonso méndez




domingo, 18 de septiembre de 2022

 

Claridades 34



Antes de ser escrita, la carta se rompió. No fue ala, ni siquiera fue papel. Quizás no fue ni pensamiento. Se rompió como se rompe la luz cuando se hace la noche. Se nace de noche para saber que se vuelve a la noche, y por esa rendija, por ese espacio fugaz del día corrió lo que iba a ser la vida. No dio tiempo a más. Escribo en la oscuridad y a oscuras. Por eso mis escrituras no vuelan. No ven. Son como olas derrengadas que se caen vencidas a la primera señal de brisa diurna. Les viene el recuerdo del frío con la alborada y se encogen y se encierran y en espirales de caracolas se rompen dentro de sí mismas. Vuelve a ser feto lo que nunca fue nada, embrión hibernando en el vientre del silencio más oscuro, lo que llamamos eternidad para no llamarlo muerte. Una carta que quiso ser escrita desde el primer instante, para así existir, tener un sentido y una dirección. Una carta que fuera la flecha y marcara la distancia a recorrer, ese puente tendido para que el destino llegara a puerto. Una carta que después de todos los instantes vagara errante, fantasma de las noches y luz invisible de los días, una carta que se rompió antes de ser escrita. Se fue, con los renglones anhelantes, camino de veinte años atrás, o aquí mismo, cerca, donde tú, justo cuando el instante iba a ponerse las alas que dicen llevan al futuro pero que han llevado al tiempo antiguo que nunca se movió y que no dejó de esperar. Una carta rota aquí entre mis manos deshabitadas, que me llega cada noche desde algún mundo habitado, una carta que no fue vuelo, ni siquiera papel. No dio tiempo a más. Fugaz el espacio del día, pero rendija de luz

 

quintín alonso méndez

 

 

 

 


miércoles, 14 de septiembre de 2022

 

Claridades 33



Alguien te llamaba.-

«alguien te llamaba». Eso le oyó decir a la niña en la plaza desde un banco cercano, se lo decía a su joven madre, tirando con sus manitas de sus largos y delgados dedos hacia abajo, hacia el suelo, adonde las palomas bajan a picotear en los sueños que suelen caerse desde lo alto, desde terrazas y barandas de miradas ensoñadas, y ocurre igual a cualquier hora del círculo, cuando empieza a amanecer, al mediodía, cayéndose la tarde o ya con la ensoñación metida en la noche, dulce y húmedo ronroneo de los roces. Caen de los árboles las palomas y picotean sueños rotos y débiles sueños incrédulos, y es un péndulo que late dentro de la mirada al compás de la marea, y la mirada se va lejos, muy lejos, a los extraños y llamadores laberintos de los deseos. Ahí estaba ella, con los ojos hundidos como peces en la calidez oceánica de la tarde bajo la sombra del árbol, «alguien te llamaba», le insiste la niña y ella la oye lejanamente, como desde dentro de un sueño brumoso. Había mirado al banco cercano y vio al hombre. Un pequeño escalofrío hizo que tenues le temblaran los labios y sintiera un tímido aleteo, un revoloteo inquieto en el nido de mariposas que dormitaban en su vientre. Solo lo había visto una vez, fue un mediodía de sábado, ella  sentada en un banco de la plaza esperando una llamada, en aquel deslavazado mismo banco, él sentado en un banco cercano, en el mismo banco que estaba ahora, aún más deslavazado. Estaba sola metida en sus cosas y él no la miraba, pero sí, de vez en cuando sus miradas se cruzaban, en un momento indeterminado del azar se enredó en aquella mirada, y no era la mirada, eran todas las miradas, distinta cada una pero siendo la misma mirada desnudadora, dulcemente obscena, primero fueron descendentes pero luego subían despacio y bajaban despacio, subían, se detenían…bajaban…, péndulo de una perezosa marea baja. La primera mirada la sintió en los ojos y no supo esquivarlos, los esquivó él, como diciéndole «ha sido sin querer, perdona», pero un temblor menudo le dijo que no habría sabido apartarla, luego la sintió en los labios, posada, posada, en el cuello, posada, descendiendo lenta, como si fuera un dedo descendiendo despacio, despacio, sintió el cosquilleo que le bajaba por la nuca y bajaba enredado en su pelo que resbalaba, resbalaba, cosquilleándole el inicio de los pechos, se agitaba el aire, la brisa que la rozaba, estaba como desnudándola despacio, eso sintió y se quedó así, expuesta, no recuerda si pensó en levantarse y dejar que la fuera desnudando íntegra, le palpitó la piel, la carne de la piel, le palpitaba la brisa con sus roces que apenas la rozaban, le gustaba el acariciante roce de sus propios brazos en los pechos, los apretaba contra ellos, los deslizaba rozando las dos rosas oscuras sensibles endurecidas por la sed, apretando suave y mimosamente las piernas, la humedad la habitó, la estremeció, su cuerpo se abrió en flor, trémulo, «alguien te llamaba», le dice la niña tirando de ella, de sus largos y delgados dedos, temblorosos, unas palomas picoteando en el suelo, entre las piernas de la hija y la madre, que abre las piernas despacio estremeciéndose. Mira al banco cercano, inicio de sonrisa afrutada, y tan lejos el banco vacío, atardeciendo. Siente el frío de la tarde oscureciéndose, le sonríe, por qué triste, a la niña, le dice que es hora de volver a casa, caminan despacio por la plaza vacía, y siente que es la misma vaciedad que siente en las entrañas, en ese vértigo del deseo, el mismo frío sin la mirada desnudándola despacio como despacio le acaricia el cuerpo la brisa que anochece desnuda, «mamá, alguien te llamaba»

 

quintín alonso méndez

 

 


sábado, 10 de septiembre de 2022

 

Claridades 32



Cuando escribo pierdo vida (pierdo materiales que me sostienen, se me caen irrecuperables las sustancias, inevitable de leproso y de favorecedora de la lepra mi escritura), y a veces, muy pocas veces, cuando me leo, llevo la vista lejos y me digo que la vida ha de existir en alguna parte, recupero la sombra de lo que fue escrito, lo inevitable de una tarde vacía llena de sol. Es cuando íntegra de desnuda se me presenta la tarde y todas las demás tardes a las que solo las distingue el clima. Así me ocurre que vivo lo que no viví, leyéndolo desde fuera, desde el inexistente lector, y es justo que el dolor y lo que duele toda muerte de dolor, sea regreso y nunca sea lo que depare el nuevo día. Porque, ¡ay!, escribir no tiene mañana, es presente que se ancla, se aferra indefenso al instante del temblor y del escalofrío y sabe de su destino. No va más allá. Ahí nace y ahí muere. Solo la lectura trae de vuelta lo que no tiene regreso y que llamamos respiración, el acto mismo del latir. Sin esperanza, sin cuerpo, sin territorios. Pero latiendo por la no vida a lo largo del infinito desierto sin fin, aunque caiga abatido y muera el cuerpo, mueran las existencias de los sentidos. Entonces algo se recupera. ¿Qué? Se recupera lo que no tuvimos: la lucha por no envejecer de cuerpo y de espíritu. La lucha estéril pero lúcida de todo lo no conseguido y la triste certeza de la savia que se quedó en el tallo de la planta, un verso, aquél verso que casi nace y se lo llevó la marea. Era ella y su sonrisa, era la sonrisa que me encontraba en algún gesto del mediodía. ¿Fuimos amantes? Sí. Desparejando las distancias, las palabras no dichas, las miradas hurgando en la penumbra cálida del asomo de piel, nada, un mínimo temblor, un roce apenas intencionado por culpa del barullo de los pájaros al sol, retenido un poco, apenas un poco, mientras la sonrisa mordía y quemaba y ahondaba la tristeza, sí, se puede decir que fuimos amantes. Y nunca lo supimos. Queriendo decir que claro que lo supimos, pero alejamos las querencias, sin moverme corrí a la búsqueda de un atardecer, ella al alba, inconscientes rehusamos estremecernos bajo una misma luz incendiaria, de incendiarnos bajo el mismo estremecimiento, bajo la misma mortandad de la vida. Esto trae la lectura, lo inolvidable, lo que no fue, el arma más preciosa de toda revolución: el gesto que se difuminó una tarde fría que se alejaba bajo el paraguas de la tristeza y que a veces regresa bajo el incendio de un día azul, y despierta las páginas, las materializa con el asombro de una fugaz y menuda aunque triste sonrisa

 

quintí alonso méndez


 


lunes, 5 de septiembre de 2022

 

Claridades 31



Escribir es tocar  Como una fruta pongo mi vida en tu boca

El tiempo es un instante que son tres instantes en un mismo instante  Es el instante del «hola» donde de repente el mundo se abre como un abanico de pavo real y los pies dejan de pisar el suelo se elevan y se elevan el cuerpo se eleva a la altura del beso  Ese beso  Ya depositado vivo en la madera de la memoria  El instante del «hola» que se abre en tres instantes el primer roce que ya es el roce un roce que sobrevoló mares y tiempos donde gimen las cuerdas de la piel se estremece la brisa dulce azul resbalan los sentidos se humedecen se agitan los pájaros las palomas las mariposas hundiéndose en el valle oscuro tiernamente frutal del vientre  El instante del encuentro de los sexos la dureza y la ternura la misma hondura el mismo fuego inundador el mismo estremecimiento gimiente frágil partido en las dos bocas el mismo placer ahogándose el mismo resurgir del aire abriéndose a las aguas al asombro de los sentidos el mismo estupor dulcemente doliente del placer el mismo instante de la locura que embriaga y dulcemente aturde el mismo placer vertiéndose  El instante atroz sublime del orgasmo ese ascenso voraz que se hunde vertiginoso en lo más hondo de las entrañas el grito que desgarra la luz mordiéndola habitándola y suavemente depositándola en la desnudez limpia dulcemente excitada de la piel es cuando tiemblan entre los dedos las olas resacosas de la marea el oleaje que mece se enreda entre los muslos se yergue en las flores sonrosadas de los pechos agitados perlados de ensalitrado sudor bandadas de pájaros en los labios que musitan de donde caen las palabras rotas excitadamente rotas es el «hola» dulce sonriente encendido en los ojos en los labios en la enamorada sonrisa en los delicados pliegues que se acercan y se alejan y se acercan reiniciándose  Es el tiempo circular un instante que son tres infinitos inacabables instantes en el mismo instante  Dentro está el universo  Escribir  El peregrinaje interminable por tu cuerpo y así recibir tu alma latiendo como un pájaro en mis manos en mi boca en mi sexo

 

quintín alonso méndez