viernes, 29 de septiembre de 2017

La Prosa (5)


Me dedico a rastrear y limpiar la costa, y aún no sé por qué, quiero decir que aún no sé por qué no me dedico a otra cosa. Separo los escombros producto de los naufragios y de la basura de las desidias y la malcriadez, los venenosos, indestructibles plásticos humanos, de las trenzas partidas de las algas, del musgo, de las conchas. Los restos de madera los dejo varados entre las rocas porque imagino prodigiosa, surreal, la unción del agua del mar sobre los trozos de maderos, fusión de cuerpo y mente en el mismo acto en otra mente, en otro cuerpo, largas pero diminutas horas me paso observando la cópula de raíz y agua en las mareas altas y en las mareas bajas, en las mareas cortas y en las mareas largas, con la luna y con el sol, desgarradora o nostálgica en los días grises, según sean lánguidos o fríos, dolorosa como solo duelen las lejanías de tanta ternura carnal los días azules. A pocas cosas más me dedico, también separo palabras, las invisibles, las desfallecidas en la orilla como infancias muertas, las que llevan consigo el musgo, la astilla de un mástil, la lisa y vacía oquedad de una concha. Me pregunto entonces cuál es el mundo real, en qué parte se encuentra. Vengo de cerca, de aquí mismo. Desde que en la infancia descubrí lo que iba a olvidar, la inmensidad de un simple rincón, con sus majestuosos y hasta terribles silencios, no he llegado a ir más lejos ni más allá de un suspiro de tierra, un par de menudas zancadas, y me gusta, al palpar la tierra de otros lugares, comprobar que es la tierra del mismo origen, sus mismos colores según el clima del paisaje, la misma ausencia de textura, su mismo desprendimiento de la materia de la piedra.
Descubrí desde muy pronto que el territorio que se desprende de la costa ya son las impávidas medianías, ya está lejos el mar, aunque sea visible, lo horizontal solo existe en la costa, lo demás es aire, son las alturas, el vuelo, el vértigo, solo es abismo la horizontalidad del mar, que llama y engulle por igual la inocencia y el atrevimiento. Y a los actos ingenuos y a los actos bravucones, al tiempo, sin distinguirlos, sin ponerles sentimientos, el océano los convierte en sirenas y dragones marinos de la misma celda. El mar me ha enseñado que habrá eternidad solo mientras él esté. Cuando el mar se vaya a la nada, todo se irá  a la nada. Mis herramientas son las manos y mis ojos. Los ojos miran y ven, las manos separan para liberar. Así me libero, separando de mí lo que amo. Así también libero las palabras, ellas solas se acompañan, se dispersan y se agrupan, pero se acompañan y me acompañan, extienden sus posesiones como alas metálicas, nómadas, cada palabra es un planeta o una estrella, un satélite cada limitada letra. El musgo es hijo de la roca y la arena, la arena es de la roca, la roca del agua que ardió en el fuego y se hizo lava y que la noche enfrió. Todo es de la nada, a ella pertenece y a ella volverá. Sí, así me paso el tiempo, hablando solo, a las plantas les agrada, y cuando hablo con alguien, fuera del silencio de casa, no es para otra cosa que para oírme, descubrirme u ocultarme. Comprobar que mi voz sigue ahí. Acostumbrarme a mí mismo sin más.       
quintín alonso méndez


martes, 26 de septiembre de 2017

La Prosa (4)


Como sin querer, pongo la música que a ella le gusta en el viejo tocadiscos, con la ventana abierta, mientras tiendo la ropa en las liñas de la azotea que además es mi terraza, un sobrio abanico sin brazos que no logra mover el aire, metido en un sol que arde en su propia hoguera. Las palomas hacen que me acuerde de mi madre. Existen las sonrisas tristes porque hay recuerdos que duelen, de tiernos e indefensos que son, como tallos del hinojo. Y existen palabras que son como las palomas, tienen vuelos de medianías y cercanías, y existen marinos vuelos de palomas-albatros de ida y vuelta que se pierden en la lejanía. Palabras mudas, solo signos que se esparcen por el aire como polen, y palabras escritas, metidas en sus conchas, signos oscuros que ella quizás en alguna parte sepa interpretar, traducir. Signos que en ambos casos son roces, apenas perceptibles en las palabras escritas. Muchas palabras surgen mientras tiendo la ropa y la mirada se me va por ahí. Son palabras buscando ser habitadas. Los pájaros revolotean y cantan dentro de la música. A ella le gustaba que le dijera cómo era el día, su clima, su color, el volumen de su rumor, su sabor ensalitrado, la materia de su lisura, cómo estaban sus cinco sentidos, al amanecer, al mediodía, al anochecer, a todas horas. Hoy le diría: azul pálido, caracola débil, sexo de mar, sexo de mar, temblor delicado.
Hoy el día es fruta amarga, de un árbol sin nombre. Entrar en casa es salir al vacío. Pero dulce, dulce, esta silenciosa paz: ella la bendijo. Ahora que caigo, nunca me preguntó cómo era la noche, le bastaba con decirme «¿por qué no duermes?»

quintín alonso méndez

viernes, 22 de septiembre de 2017

La Prosa (3)

De lo más remoto no se acuerda, ni siquiera de lo más cercano, pero necesita inventar recuerdos para alimentarse. Y más siente que se precipita todo desde que descubrió su vocación fanática de llegar al mar. A su alrededor es la oscuridad completa. Pero el parpadeo a lo lejos de unas amarillentas luces mortecinas cada vez es más cercano, como si el cielo hubiese bajado del todo a la tierra y fuesen los destellos de unas pocas estrellas melancólicas que quizás ya no existan. Solo la luz sobrevive a la desaparición del cuerpo y navega solitaria por el mundo, con su fugacidad personal e independiente. Al poco los recibe, «solapada indiferencia de ojos curiosos instalados en la morbosidad mirando por las rendijas», murmura el hombre, una tenue luz amarilleada por la espesura de los años, que cuelga, boca abajo, y bajo un escachado sombrero de hojalata, de una pared del color de los huesos de los cadáveres, un alargado banco de piedra sostiene vertical la pared sobre un suelo de tierra dura, ya hecha a la soledad sin el agua, una pequeña ventana cuadrada de marco y hojas verdes, una sellada y estrecha puerta, también verde, desgastado el verde, resequida la madera, una maceta de geranios rojos custodiando la entrada, o protegiéndola de los malos espíritus que no dejan de caminar sin destino ni rumbo por las noches solitarias del lugar, llenas de cuchillos, navajas, hoces, ensangrentados, es como una placita delante de la casa, es la bienvenida, la entrada al pueblo, «estamos entrando por el Camino Real», le dice con voz apagada al perro, que se adelanta olisqueando, midiéndole la temperatura al enemigo, al banco de piedra, a las paredes de las casas bajas, de una sola planta, con azoteas con liñas de verga como avisos o trampas para el vuelo, que ya sabe que su compañero de viaje no es demasiado amigo de la gente, para quien más de dos reunidos ya es gentío, amenaza de descalabros, de los malos presagios. Pero aún no entran en el pueblo, el hombre se detiene y se sienta en el banco donde se dice que se habrán sentado tantos perdidos, apoyando la espalda empapada en sudor en la ya nocturna frescura de la piedra de cantera. Respira o jadea, se deja vencer por el cansancio y paladea el goce de los huesos, vencidos, alivio de los picotazos del dolor en sus carnes. El perro se tumba a su lado, ambos claman por un agua salvadora que se asoma en un cazo de latón por la oscura, impenetrable, puerta, el mango del cazo sostenido por una mano cuarteada por los recuerdos, la mano aún firme de una mujer de edad indefinida, vestida de negro con pañuelo negro, de mirada antigua, muy antigua, negra o vacía, mirada de otra parte o de la parte más prístina del lugar, la misma mirada de los antepasados que se detuvieron aquí, o brotaron aquí, de las raíces más profundas del silencio, silencio que se hace más ostensible saliendo de la mirada inexpresiva de la mujer desparramada en su rostro, el hombre tiende la esquelética mano y pone el cazo en el suelo, deja que primero beba el perro, que se traga el agua en apurados lengüetazos, vacío el cazo que la mujer, más silenciosa cuando se mueve, coge y con él entra en la oscuridad de la casa, para al poco rato salir y entonces sí, le tiende el cazo al hombre, que lo coge con la pausa de las prisas, de la sed que le galopa en el corazón. Oye cómo se cierra la puerta, un leve sonido de presencia que desaparece. El hombre y el perro saben que se encuentran en un mundo irreal, pero al que deben afrontar para poder continuar camino, en busca del mar. El cansancio y el olvido de las tristezas los duerme. Luna nueva

quintín alonso méndez


martes, 19 de septiembre de 2017


La Prosa

Acto o día uno. El escenario es un día con el color nostálgico del gris. Música entremezclada de violines gruesos y agudos con el bullir de pájaros ocultos en la espesura de las hojas que barrunta tormenta.

Una casa destartalada en el árido campo –hay que llamarla casa porque un día aspiró a ser hogar--, pintada de rojiza piedra de cantera, pecado mortal habría sido el enjalbegarla, aparte de que atraería a la inhóspita tierra fantasmas de sábanas blancas, con techo a dos aguas, de tejas descoloridas y rotas, semihundidas, secas en lo más sublime de la rugosidad, sostenida renqueante pero en pie por alguna mano del otro mundo, ¡ah, la dulzura desgajada, opiácea, de la amapola!, con acomplejados ojitos tímidos de tejado a la intemperie, pero alertas, de perenquenes y gomeretas --de los pocos supervivientes en medio de tanta secura--, rodeada de pequeñas lomas del color de la enfermedad, verdes amarillentas, alisadas, de la misma tela que dejó al descuido la remota lluvia, perfiles de las nalgas y las caderas perfectas de una divinidad de hembra desnuda, tendida, con el color suave y delicado de la otoñal primavera rondándole las finas estrías de la piel, puede que sean heridas de otros planetas, como los tallos de la yerba castigados por el sol, que se quiebran. Un hombre con sombrero de paja, encorvado sobre la tierra, al que ya le pesa el cuerpo, apoyadas las manos en las rodillas, se mueve lento, como si buscase algo en la tierra agrietada y seca, ¿o le está hablando al silencio del tiempo? Unos pocos árboles desperdigados, viejos eucaliptos y viejos olmos, cuyas ramas recuerdan a astillados mástiles vencidos de barcos naufragados, un vago olor a menta y sensación de rugosidad de madera al tacto del aire en el rostro. Despacio, el hombre malamente se yergue, apretándose esa lumbalgia que amenaza con incendiarlo con las dos manos, y malamente erguido, despacio va alejándose de la casa, y ya camina, sin detenerse a mirar hacia atrás, seguido por un perro que parece protegerle las maltrechas espaldas. En el paisaje de fotografía antigua se dibuja el contraste entre la pesadez del hombre vencido y la robustez viva del perro. No se detienen, saben que se aproxima la noche y antes han de encontrar cobijo. El perro ladra, acercándose al hombre, frotando el hocico en la pernera: se ven diminutas luces a lo lejos. Aprietan el paso y el hombre aprieta los dientes para amordazar el dolor afilado que tira de sus piernas. El hombre mira a lo alto, un abismo espeso de gruesas nubes entra en sus ojos, sabe que éste es el momento, es la memoria, de avivar más que nunca su vocación incumplida de llegar al mar. Mira al perro y le habla, le pregunta cómo sería la expresión artística si no existiera el dinero, cuánta exuberancia de arte habría, el perro vuelve a ladrar mirándolo, alzado sobre las dos patas delanteras apoyadas en el vientre, y él suelta una oscura carcajada, mirando de nuevo a lo alto, al cielo encapotado, una amenaza de lluvia impronta, maligna, que arrastrará la tierra de los campos, las semillas,  llevándose lo poco que pueda quedar de vida. Más allá de creencias, sabe que el perro le lee el pensamiento y le acompaña los sentimientos y en los sentimientos. Uno, a solas y sin darse cuenta, se va dejando morir. Se dice y le dice en silencio al perro que da vueltas a su alrededor, «estás contento», con la voz oscura de otros tiempos. ¿Por qué, desde que se acuerda, se le precipita tanto el día y se le alarga tanto la noche?

quintín alonso méndez


jueves, 14 de septiembre de 2017

Canto Último

Canto C

Quisiera quedarme ser la eterna gota de tu agua pero me reclama un futuro de puertas sin casa he de irme y acostumbrarme al no estar un albaricoque le muerde los labios a la libélula aletean agitados inmóviles los sentidos me reclama el eco vacío de la ausencia me reclama el reclamo del olvídame un futuro de grietas sin paredes la serpiente se suicida en la manzana caen otoños de las hojas no sé si a partir de este momento podré ver oír resumidamente sentir pero estaré ahí dentro de la sombra de los árboles el fracaso es que vine para quedarme en ti y me alejo porque fui el que no era en este futuro que me reclama los restos tampoco seré el que iba a ser pero he de irme el andamiaje derrengado de mis huesos reclama el futuro más deshabitado lo vislumbré antes de nacer no me resistí vine a morirme pero pasé por el puente de los enamorados te vi te dio miedo verme me llevo lejos me arrastro me reclama un futuro definitivo de nidos sin pájaros «soy más libre que tú» me dijo el pájaro desde su jaula «tu celda es más pequeña que la mía» «yo puedo volar» «mis cantos son sonoros como la libertad tus cantos son lastimeros» las mentiras son alivios las verdades aplastan como cadáveres quisiera quedarme ser la mayor miseria pero quedarme verte pasar ver el revuelo que desnudos producen los dedos las caderas los pechos los hombros los muslos el cuello la nuca la espalda el vientre las nalgas los labios el sexo de tu mirada pero me reclama lo incierto de la nada de la podredumbre el futuro te dejo mis cantos todos mis cantos y los no escritos los que no tienen música ni palabras para describirte para trazar el arco de la luz me voy adonde el abismo de las cumbres la sima de las olas los recuerdos se van conmigo solo ellos me recordarán en yo solo sin mí ¡ah la exclamación del arcoiris antes del derrumbe de la lluvia! ¡el éxtasis del vino en la boca! ¡la abeja de tu sexo! ¡ay este irme queriendo quedarme! ¡yo el canto! la derrota en lo sublime el triunfo en lo insignificante el callado recodo llamador de la Estrella   


 quintín alonso méndez


martes, 12 de septiembre de 2017

Canto Último

Canto XCIX

Se acerca el ocaso de mi dios. Esta tarde o fue ahora en el ocaso estuve con él. No hacía más que tropezarme con sus miradas y esas miradas suyas dirigidas hacia la nada mientras hablaba como siempre lo hizo hablando solo a solas me confirmaron que era mi partida hacia el otro lado de la nada el mío mi hermoso yo oscuro mi loco asustado le dije que escribir es tan fácil como coser rencores antiguos y que es fácil la soberbia con la derrota anunciada que las palabras escritas siempre sobraron estrépitos de cobardías camufladas nacimos juntos por separado y nunca nos miramos no nos hizo falta ahí vivimos en el fracaso estrepitoso de sabernos el futuro desposeídos herederos del pasado encerrados en el presente esperando el turno la llamada enferma del enfermero invitándonos al no regreso y no te confundas no pienses que nunca te he pensado con palitos del derrumbe hice el mástil más alto el más poderoso me hice dios para ser eterno amante de tus ojos el loco me dijo con su soberbia de harapos «nos condenaron a unirnos en el desenlace no podía ser de otra manera que nos matara la misma mujer la misma nada el mismo fracaso» esa noche ¡lo juro! ¡ah mi juramento falso! por única vez esa noche oímos juntos el croar de las ranas el aleteo de los grillos nos fuimos al verano en que para siempre nos unimos para separarnos definitivos. No ha sido más. La vida no ha sido más. Te conocimos para nunca conocerte. Pero construimos un puerto un puente una isla un desfiladero. Por ahí andaremos sin decirnos nada y sin decir nada. Alejados seremos la ausencia compartida. Tú en medio como la orilla que jamás visitamos. O él sí. Gemidos de luna. Nadie oirá los cantos. No nos engañamos. No nos confundidos. Nos moriremos por separado. Sin saberlo. Así la ausencia no dejará de ser una ausente compañera y aunque solos no moriremos en soledad. ¡Cómo brama la marea que anuncia el otoño! ¡Cómo aúlla el puro silencio del vacío! Cómo resbala por las piedras lisas del tiempo esta tristeza inacabable… Sí... Me encuentro con lágrimas cada vez más a menudo. Llámalas recuerdos que invitan a la dulzura del dolor son los limones agrios que se desprenden del sol y cada vez más a menudo las caídas son hacia dentro vano intento de trepar el abismo que a diario me procuro y construyo. Todo ocaso suelta las gaviotas que se dirigen a donde amanece. La mar se devora a sí misma y regurgita a cada golpe de marea. Lleva violetas en el pico el pájaro de la madrugada son para ti hijas del rocío de tu mirada 

quintín alonso méndez




viernes, 8 de septiembre de 2017

Canto Último

Canto XCVIII


En estos cantos desparramo la sangre que me queda la menta de los olivos las alas rotas del vuelo la herida del acantilado la madera astillada las cenizas de mis bosques las orillas de mi isla desparramo el néctar de lo que se quedó sin fluir las agrias veredas que me transitaron mis prisiones desparramo el verso que guardo para tus labios la última gota del canto y aquella primera gota de cuando mis ojos mis ruinas te encontraron y se estremecieron surgió la yerba de entre las piedras del desierto desde estos muros viejos deshabitados renqueantes desparramo estos cantos desnudez del cántaro hebra del pájaro que se hagan nubes los versos para que tus sueños voladores los toquen que sean brisa de la costa por donde tus ojos navegan cantos del silencio de las palabras que me arden y se disecan que se vuelquen en tus paisajes que sean los insectos de tu sonrisa que al menos estos cantos se endiosen y se crean portadores y llegadores que nazcan y broten y crezcan y los lleve el ánimo de que un día volarán con tus libélulas aunque sean invisibles callados como los naufragios que encallan en la costa estos cantos siempre te buscarán perdidos por la orilla

quintín alonso méndez