miércoles, 26 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

Fue la nada desangrándose     

Fue débil el gemido del aire                        
encubierto bajo la inexistente lluvia
del silente silencio de la oscuridad,
resbalando el pájaro del beso.
Pero tembló la rama del árbol.
Tan poderosa la nada pasando
desprotegida de sol
por las venas de las hojas,
la desnuda nada desprometiéndose.
No fue carne, no fue quejido de la carne,
no fue un rompimiento del astro,
no vibró la vida al punto de morirse
pez sin agua en los labios.
No fue el grito que mordió en los silencios,
no se puede habitar lo que no existe.
Fue el todo de todas las vidas
que no existieron.
No fue nada, y ahora,
en el columpio de los astros,
es solo un verso, tan poca cosa
como mi vida, por ejemplo




                                               Quintín Alonso Méndez                                              

lunes, 24 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

Derrumbes

El mundo vive solo.
Es fácil caer.
Siempre hay manos prestas al aletazo
que seduce al sueño a la caída
pero ninguna mano se inclina al levantamiento
del pobre vuelo aspirante a cadáver,
más que la misma mano asesina.
El mundo vive solo.
Era el esperado,
el justo que cayera.
Cuando las palabras llegan,
ya está muerto el futuro.
Para ver luz hay que hacer una hoguera
con las fotos de los recuerdos,
es la única materia que perdura.
El mundo vive solo.
Será el acto del gesto,        
anclado en el retrato el pulso detenido.
Pasará por la vereda la brisa que braceó
en el vano intento de hacerle trenzas
a las crines del aire al viento.
Caerá como lluvia torrencial
ese olvido al que no dejaron crecer y ser árbol.
En la yerba estarán los silencios. El mundo vive solo




                                                       Quintín Alonso Méndez

lunes, 17 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»


A solas bajo el laurel

Siempre llega la hora
del castigo
de lo no tenido
por no luchado,
horca implacable
en el ala justiciera
de la conciencia.
Qué importa la tristeza,
el derrumbe sin remedio
y sin brotes que la sostenga,
hay naves desplegando velas
en las espuma de las olas,
gaviotas y pájaros de agua entre las rocas.
Aquí se va a llorar al barranco
cuando se descubre que no hay cosechas
porque no hubo siembra.
O se va a morir desangrado
en las trincheras,
destino del amor ciego.
Igual término le espera al camino
decapitado en sombras
al que siempre le llega
la misma última hora,
hora que llega pronto
porque pronta es la noche
que se alarga en más noche.
Dulcemente duele esa sonrisa dulce
que te mira en un regalo,
es brisa dulce
de agua amarga que se agradece
cuando se caen al suelo
los últimos sueños,
y de esa sonrisa sabes,
dolor que no se queja,
que llora para adentro,
yéndose,
que tiene vuelos
a los que nunca llegarás
y a los que nunca llegaste,
sonrisa que aletea
desde los tejados
de una mirada infinita
dulcemente
mortal
de dulce mujer



                          Quintín Alonso Méndez           

jueves, 13 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

Si existieran los pájaros en invierno


Si un pájaro canta
sin verdes y sin árboles,
¿dónde tiene su territorio la esperanza?,
¿bajo qué sepultura canta el pájaro,
o es de leche planetaria la noche,
y por eso brilla el canto de la piedra
con gemidos de plata o nostalgias?
Alcanzo a verle la sombra al faro
del fin del mundo,
-es lejana la vista del que no ve de cerca
mas que pasados columpiándose en su propia horca-,
desplegada en pétalos umbríos,
oscuro el perfil negro de su rostro,
son rosas sepultadas en alfombras de orillas,
de costas malheridas,
cementerio de solitarias ballenas,
eso me dice la callada tumba de la vida.
Si un pájaro canta,
¿importa su origen de destino volteado
por la mano de la soledad,
invertidos los polos del sol?
He ahí, en su pico, el volumen de la tragedia,
el teorema preciso de la justa indiferencia.
No importa que el mundo se venga abajo,
no sale en las noticias,
era sólo un pájaro,
estampado al verse libre
contra las estructuras metálicas
de lo establecido.
Hete que ahí, en el abrazo, en el beso,
ahí estalla el pájaro,
peso de pluma su sangre,
mala costumbre la de querer volar
sin saber dónde acechan
los falsos verdes, sin árboles






                                            Quintín Alonso Méndez

miércoles, 12 de noviembre de 2014



De «Últimas notas»

La locura

Me asusta que el verso me reviente en la boca,
como las granadas que revientan en el granado y lo visten de sangre,             
pero ha de explotarme el verso en los labios,
parirme mariposas negras o gusanos de seda, despedazarme,
sólo importa que el verso se arme de batalla, de espadas en las palabras,
se arme del valor suficiente que nunca tuve, que perdí entreguerras,
aquellas guerras que eran tan insignificantes que un beso podía partirlas en dos,
en dos atmósferas invisibles que no han dejado de morder la costura de la piel.
Me encamino a la nada perfecta, y ya no espero que entre brisa por la ventana.
La pereza alargada de la muralla en el horizonte me dice que viene el viento,
¿a qué viene, a terminar de tirar lo que nunca se tuvo en pie? Pues ven locura,
ven, deja de darle vueltas al jardín donde nunca se abrió una flor, ven, entra,
poséeme absoluta, deja ya de jugar a dejarle una rendija a la promesa del sol.
No queda apenas tiempo más que para despedirse de lo que nunca estuvo.
No me defraudes tú también, locura, alójate, ocúpame todo, desaparéceme



                                            

                                                Quintín Alonso Méndez

lunes, 10 de noviembre de 2014




De  «Últimas notas»

Compañero

Compañero, no te conozco,
nunca seremos siquiera sabedores el uno del otro,
no sé la causa del atrevimiento
si decisivo has intervenido en el hundimiento,
de esa manera o de aquella otra,
ha de ser porque hemos visto el vuelo del mismo sueño,
porque antes que yo
y después que yo
besaste lo que besé.
Aunque haya distancias entre ella y tú,
no dejará de haber cíclicos y circulares
acercamientos, cómplices redondeces,
palabras y manos atadas libres,
compartiendo senderos y tiempos.
Sé del remedio infalible que borra las huellas,
y creo que tú también lo sabes:
acompañar y no nombrar
lo que no tiene nombre.
Fui isla que se hundió.
Estarás con ella estando y no estando.
No estaré y los endebles estambres del silencio
dirán que tampoco estuve. Sabrás acompañarla,
estar a su lado cuando corresponda estar.
No supe, fui isla que se hundió.
Serás artífice y logrador del olvido,
compañero,
aunque no te conozca
y nunca seamos sabedores el uno del otro 


                                                Quintín Alonso Méndez

domingo, 9 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

Este otoño

Este otoño está viniendo
como ha de venir la lenta muerte,
con pausadas despedidas de los incendios
del atardecer,
puntadas minúsculas en la boca del horizonte,
los colores vivos, peces de algodón que agonizan,
desvaneciéndose en las aguas grises,
brumas que se aglomeran alrededor
de un sol cada vez más nostálgico,
como siguiendo instrucciones
de un sol negro
que no tiene prisas por llegar,
y espera,
como ausente,
sabiendo que el último adiós
no es más que una corta ausencia
para siempre


                        Quintín Alonso Méndez

viernes, 7 de noviembre de 2014




De  «Últimas notas»

Oda al amor

Viniste con la medianoche,
cuando es más oscuro el desamparo,
traías dos pájaros en las manos,
o eran tus ojos,
que volaban entre tus dedos
en busca del cobijo,
como dos mariposas
aventurando el aguacero,
fuiste brisa desgajada
del árbol viejo del viento,
relampagueo de luz,
vi cómo la ventana del silencio
se abría a la voz,
vi palomas blancas
anadeando tus caderas,
vi suaves playas de arenas negras
por donde resbalaba la sed,
desde tus labios al abismo,
centro del vértigo,
nacimiento del musgo,
le vi el color a la sonrisa,
violetas en el desierto,
la trémula ternura
al desgarro.
Vi a la vida pasar
por delante de la puerta vieja
de casa,
la vi volar con las alas libres
en busca de su nido
de amor.
Me quedé en la medianoche,
oscura en su desamparo,
una añoranza triste
alejándose con las nubes.
El otoño sabe
que el tiempo se acaba,
pero no sabe el otoño
que la nada es el templo
del olvido,
con columnas talladas
en la secura de la tierra,
no sabe que más allá,
detrás del último hilo
de pálida luz,
el pobre y frío invierno
vagará solo y enfermo
por los bosques negros
carbonizados
del adiós.

Viniste con la medianoche,
viniste, ¡oh, muerte!,
viniste para quedarte,
aquí tienes tu lecho,
habítalo,
invádelo,
no dejes una sola huella
de lo que te pertenece






                                             Quintín Alonso Méndez

miércoles, 5 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

La vida

Me piden que escriba sobre la vida.
Puedo decir que la he visto, que ha estado en casa.
Conocidos de los bares, acompañantes anónimos de las perras de vino,
de las calles sin esquinas, sabedores de las enfermedades carnales del alma,
me dicen que la insistencia pertinaz de las fiebres produce espejismos,
algo así como lluvias que no quieren irse y que siempre añorándolas,
un oasis rebosante de verdes y de atardeceres líquidos, violáceos,
metido en medio de la completa decadencia de un esférico mundo desértico.
Los creo y no los creo. Me emborracho con ellos, con los sabios vividores,
santos maestros del arte de vivir, de coger el mundo por los cuernos,
que pintan, en cada noche afilada por el hambre, gajos de azules lunas
en los cristales de las copas resbaladizas, estalladas contra el suelo,
caídas como lluvias, tan fugaces las estrellas que no da tiempo a pedir el deseo,
delirios de arañas negras trepando por los telares del agua.   
Pero puedo decir que la he visto, que ha estado en casa, la vida,
tan de vida vestida, o tan desnuda, tan dispuesta a dar sin dar nada,
tan ella, la vida, subida al escenario, encaramada en las estanterías
del inventario. Si conociera el entramado de una estación de trenes,
la gran telaraña de sus vías, diría que eso es la vida. Y que ha estado en casa,
y que la vi, o puede que haya sido la muerte, que vino, inmensa, ¡tan viva!,
que ha venido a verterme en los labios gotas de miel,
la última voluntad de un condenado a escribir sobre la vida,
sin que pueda tocarla, sin que pueda siquiera escribir sobre ella


                                             Quintín Alonso Méndez



martes, 4 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

La mirada de la niña

Delgada, hebra del colibrí, la sutil delicadeza
del roce; delgadas en su transparencia las delicadas
alas del suspiro; delicada la vertical y azul espada
que atraviesa las verdes ramas del laurel,
sutilmente clavándose en la delgadez de la tarde pálida.
Delgada la línea que traza el agua, cayéndose herida
de sol en los verdosos y oscilantes dedos de la yerba;
pálidamente desmayada la tristeza en el ágil susurro
de pájaro, de carnoso quejido de alma; palideciendo
la luz porque palidece la triste, enramada tarde; queja
de la huella olvidada que no olvida, enferma de sola,
resecándose como la piel muerta que se muere, lentamente
porque lenta es la palabra que se deshace en la boca,
azúcar disuelta en la sal, palabra enmudecida antes de nacer,
detenido a tiempo su destino de mal nacida, ¡ah, palabra,
ah mudez!; delgada la lágrima, hebra del colibrí, sutileza
en la rasgadura, y delicada, sedosamente húmeda, terrosa,
abre las alas la tierra y acoge una pobre vida
que no supo vivir, ¡ah, palabra, ah, muerte suicidada!,
enferma de sola, necesariamente sola.
En lo alto, entre las ramas, estallando de luz la mañana,
la tierna vértebra del amor, ¡ah, palabra, muda palabra!,
¡ah, encallada palabra callada!




                                             Quintín Alonso Méndez








lunes, 3 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

Será en la madrugada

Cuando la madrugada empieza a caminar
la inhóspita noche oscura,
pisando silenciosa y descalza sobre las sábanas negras,
me despierto, me despiertan las campanas de las tinieblas,
me levanto, me levantan los férreos brazos del vacío,
me asomo al profundo murmullo de la oscuridad,
me apoyo en el borde del abismo insondable,
alongado al promisorio empujón dulce de la madrugada última,
y dejo que el tiempo haga su trabajo lento
de alimaña que horada y escarba en la carne,
dejo que me invadan las orugas del exterminio.
Raramente regreso al lecho a querer seguir soñando,
muerden las milenarias soledades de la almohada,
pero cuando lo hago, después de la agónica travesía
por las arenas movedizas de las sábanas negras,
son las pesadillas las que me atrapan en sus brazos,
me hunden, me engullen, me obligan a los ojos abiertos
y me llevan a la estremecedora y luminosa visión
de la última madrugada, entonces me despierto,
me levanto, me alongo al promisorio y dulce empujón
de la madrugada última  


                                               Quintín Alonso Méndez

sábado, 1 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

La inexistencia


Fui habitante de una casa,
una choza, una cabaña hecha de piedras robadas a la arena
y con techo de barro antiguo de cuando llovían lágrimas y pirámides,
en pleno desierto,
un cactus, una serpiente, un escorpión bajo la sombra de la única roca.
Allí me quedé.
No tuve orígenes, no tendré ramas que se abran y se extiendan.
Moré la casa que ya no existe, que nadie conoció.
Fui mundo y no se sabrá. Fui nada, el silencio, el viento, las tempestades lo saben.
Abrí la puerta, las ventanas, de nada valió porque las abrí de cara al desierto,
al más vacío de los vacíos., donde únicamente palpita la sed.
No tuve casa. No habité ninguna presencia. Negué la vida.
No nací para vivir, nací para morirme.
Desde la soledad fría del origen
ascienden las columnas marmóreas de la noche
se hunden en las aguas oscuras
bajo las estrellas


                                               Quintín Alonso Méndez