martes, 4 de noviembre de 2014




De «Últimas notas»

La mirada de la niña

Delgada, hebra del colibrí, la sutil delicadeza
del roce; delgadas en su transparencia las delicadas
alas del suspiro; delicada la vertical y azul espada
que atraviesa las verdes ramas del laurel,
sutilmente clavándose en la delgadez de la tarde pálida.
Delgada la línea que traza el agua, cayéndose herida
de sol en los verdosos y oscilantes dedos de la yerba;
pálidamente desmayada la tristeza en el ágil susurro
de pájaro, de carnoso quejido de alma; palideciendo
la luz porque palidece la triste, enramada tarde; queja
de la huella olvidada que no olvida, enferma de sola,
resecándose como la piel muerta que se muere, lentamente
porque lenta es la palabra que se deshace en la boca,
azúcar disuelta en la sal, palabra enmudecida antes de nacer,
detenido a tiempo su destino de mal nacida, ¡ah, palabra,
ah mudez!; delgada la lágrima, hebra del colibrí, sutileza
en la rasgadura, y delicada, sedosamente húmeda, terrosa,
abre las alas la tierra y acoge una pobre vida
que no supo vivir, ¡ah, palabra, ah, muerte suicidada!,
enferma de sola, necesariamente sola.
En lo alto, entre las ramas, estallando de luz la mañana,
la tierna vértebra del amor, ¡ah, palabra, muda palabra!,
¡ah, encallada palabra callada!




                                             Quintín Alonso Méndez








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