Del libro de poemas "Versos caídos"
Al levantarte, te vi. Entonces, cómo se agitaron mis
silencios heridos de muerte, cómo quise en aquel momento seguirte y perderme por
todas las calles de tu cuerpo, pedí otra cerveza, otro océano sediento para mis
besos, el cigarro puso las nubes, las brumas, el incendio, te sentaste, se posó
la noche, se fueron borrando las calles de tu cuerpo, se fueron borrando los
tiempos, pedí otra cerveza, otro océano para mi cuerpo sin calles, el cigarro
puso las nubes, las palabras azules que te estoy escribiendo

Sí hay recuerdos que te olvidan. O se duermen. Sin querer
saber nada de ti. Recuerdos que se olvidan del olor y del sabor de su tiempo,
que se quedan sólo como un titular leído en algún periódico, en algún libro, o
algo que te contaron mientras tú no escuchabas. Como una mujer desnuda en la
habitación de al lado, mirándose en el espejo, caminando descalza, lo percibes
en la suavidad del silencio. Son esos recuerdos que duelen en la habitación
vacía de las pérdidas: nada más entrar y abrir las ventanas, percibes un vuelo
de nadas, un instante de aleteos a tus espaldas, un roce seco de las cortinas
en el rostro, esos recuerdos depositados en el fondo del océano de la vida,
cubiertos por la arena que los huesos de los años van dejando. Recuerdos azules
como los sueños en blanco y negro. Recuerdos que te quitan el buen sitio, las
ganas de recordar, de asomarte a la calle de los días que corren despacio, ella
alejándose, llevando sobre la cabeza el cesto de las frutas, el pelo escondido
bajo el pañuelo negro, el vestido negro, las medias negras, las lonas blancas,
la nuca blanca, blanca, desnuda de recuerdos, un gato presintiéndote, con el
rabo orientado al cielo de tus cercanías, rodando por las aceras el viento, la
luz que ciega, los recuerdos, en lo más alto del tejado una paloma, rumoreando
los rumores
Quintín Alonso Méndez
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