De "El nombre lo pones tú", novela
quinta puerta
Me
fui, a ciegas, en busca de la quinta puerta, que era el mar abierto, al fondo el
horizonte.
Seguirte
era una travesía interminable, días de mar en calma entremezclados con largos
días de mar embravecido. Cortos días de mar en calma, interrumpidos por largos e
interminables días de mar gris, revuelto, con un viento arisco, desagradable,
que levantaba las olas a bandazos, estrellándolas contra las furnias,
levantando polvaredas de salitre, de lluvia salada. Era esa desazón que no te
deja vivir. Los cortos días de mar en calma era un olvido de todo lo demás, la
sensación de que la eternidad tenía que ser así, aparte de los ramalazos
imprevistos que traían la zozobra bajo el brazo. Fue ante la quinta puerta,
todo el mar abierto como un prado azul, cuando escribí en mi diario, sí, amor,
aquel diario, hecho pedazos, también se lo llevó el mar, cuando escribí que
quería que supieras que no quería ni quiero perder los momentos buenos que
vivíamos y vivimos juntos. Escribí que iba a pasar de tus defectos y a destruir
tus impertinencias, por mucho que te doliera. Igual no lo iba a hacer bien, pero
lo iba a hacer. Lo había decidido. La quinta puerta posándose a mis pies, lamiendo mis
soledades, como si fueran tus manos, cuando resbalan por mis piernas,
anclándose, quietas, sueños que me duermen. Mi mar, tú me lo trajiste a los
sueños, desde entonces duerme conmigo, me arrulla en sus brazos. Cuando me
despertaba, en la madrugada, y me veía sola, rodeada por un mar oscuro, lleno
de silencios amenazantes, pensaba en ti, me apresuraba a encender todas las
luces, abría del todo las ventanas, dejaba que el aire fresco, a veces
desagradable, de la madrugada me envolviera y me impidiera pensar, era mi
manera de ahuyentar a los fantasmas que habían saltado de las pesadillas a la
cama, queriendo hospedarse en la realidad, y no, yo quería que mi realidad
fueras tú, amor, aún no te lo crees del todo, lo sé, pero no desmayo, ya sabes
lo cabezota que soy. Entonces me sentaba a leer, pero no tardaba en abrir el
diario, uno de aquellos diarios que el mar se llevó, rotos, no lo sabía, pero
iban en tu busca, a buscarte, a pedirte que vivieras, y escribía, creo que te
escribía. No sé con quién hablaba, pero le hablaba de ti, de mis sentimientos
hacia ti, de cómo eras capaz de romperme y al mismo tiempo de llenarme de risas
y ternuras. Ante la quinta puerta llegué a sentir que te odiaba y te amaba a la
vez, los dos sentimientos metidos en el mismo saco, en el mismo sentimiento.
Eran las dos locuras rompiéndose contra las furnias, para volver a rehacerse y
quedarse, mansas, tumbadas a mis pies, tu locura, agotada, durmiendo en los
brazos de mi locura. Entonces yo hubiera querido mirarte, acariciarte, cerrar
los ojos, dejando que me mimaras, suave, como sólo tú sabes hacerlo.
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