domingo, 15 de septiembre de 2013




                                        De "El nombre lo pones tú", novela





quinta puerta


                  Me fui, a ciegas, en busca de la quinta puerta, que era el mar abierto, al fondo el horizonte.
                  Seguirte era una travesía interminable, días de mar en calma entremezclados con largos días de mar embravecido. Cortos días de mar en calma, interrumpidos por largos e interminables días de mar gris, revuelto, con un viento arisco, desagradable, que levantaba las olas a bandazos, estrellándolas contra las furnias, levantando polvaredas de salitre, de lluvia salada. Era esa desazón que no te deja vivir. Los cortos días de mar en calma era un olvido de todo lo demás, la sensación de que la eternidad tenía que ser así, aparte de los ramalazos imprevistos que traían la zozobra bajo el brazo. Fue ante la quinta puerta, todo el mar abierto como un prado azul, cuando escribí en mi diario, sí, amor, aquel diario, hecho pedazos, también se lo llevó el mar, cuando escribí que quería que supieras que no quería ni quiero perder los momentos buenos que vivíamos y vivimos juntos. Escribí que iba a pasar de tus defectos y a destruir tus impertinencias, por mucho que te doliera. Igual no lo iba a hacer bien, pero lo iba a hacer. Lo había decidido. La quinta puerta posándose a mis pies, lamiendo mis soledades, como si fueran tus manos, cuando resbalan por mis piernas, anclándose, quietas, sueños que me duermen. Mi mar, tú me lo trajiste a los sueños, desde entonces duerme conmigo, me arrulla en sus brazos. Cuando me despertaba, en la madrugada, y me veía sola, rodeada por un mar oscuro, lleno de silencios amenazantes, pensaba en ti, me apresuraba a encender todas las luces, abría del todo las ventanas, dejaba que el aire fresco, a veces desagradable, de la madrugada me envolviera y me impidiera pensar, era mi manera de ahuyentar a los fantasmas que habían saltado de las pesadillas a la cama, queriendo hospedarse en la realidad, y no, yo quería que mi realidad fueras tú, amor, aún no te lo crees del todo, lo sé, pero no desmayo, ya sabes lo cabezota que soy. Entonces me sentaba a leer, pero no tardaba en abrir el diario, uno de aquellos diarios que el mar se llevó, rotos, no lo sabía, pero iban en tu busca, a buscarte, a pedirte que vivieras, y escribía, creo que te escribía. No sé con quién hablaba, pero le hablaba de ti, de mis sentimientos hacia ti, de cómo eras capaz de romperme y al mismo tiempo de llenarme de risas y ternuras. Ante la quinta puerta llegué a sentir que te odiaba y te amaba a la vez, los dos sentimientos metidos en el mismo saco, en el mismo sentimiento. Eran las dos locuras rompiéndose contra las furnias, para volver a rehacerse y quedarse, mansas, tumbadas a mis pies, tu locura, agotada, durmiendo en los brazos de mi locura. Entonces yo hubiera querido mirarte, acariciarte, cerrar los ojos, dejando que me mimaras, suave, como sólo tú sabes hacerlo.


                                                             Quintín Alonso Méndez    

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