domingo, 29 de septiembre de 2013






                    De "El nombre lo pones tú", novela

décima puerta


                  ¡No había puertas! Sólo jardines abiertos. Y una ventana abierta, dando al mar. Gatos y perros por nuestros jardines, protegiéndolos del influjo del aire enrarecido en las noches sin luna, con voces de lobos sin cabeza. De las voces que a veces trae el viento. Vestidas de harapos o de músicas seductoras. De aullidos astillados, horribles a veces, cómicos, otras. Pero aullidos. Pesadillas que tú has ido espantando, como si nada, con tus silencios tristes, tan callados que rompen la tormenta, abriéndola, desparramándola, yo en tus brazos. Protegida. No sé si es esa la palabra, supongo que no. Pero me gusta. Protegida.
                  ¡No hay puertas! Sólo jardines abiertos, un futuro en cada flor, en cada rama.
                  Estoy escribiéndote estas últimas páginas. Podía haber escrito otras, diferentes, cosas que se me han olvidado, otras que no se olvidan pero que están escritas en los silencios, entre cada palabra ya sabes que siempre hay otra, invisible, para ser leída o pronunciada en las noches de luna, en los amaneceres encendidos, en los mediodías azules, en las tardes calmosas, con sus pinceladas grises y sus desbordes anaranjados. Podía seguir escribiendo, día a día lo haré en mis diarios, tú sabes que alguna que otra tarde me escapo a la orilla, donde te encontré, donde «eres tú» es un destello eterno de plata en los charcos.
                  Me asomo a verte. Lo necesito. Callas como la ternura. Quisiera leer algo tuyo, tus sensaciones, pero «son cuentos de hadas». Espero a verte encender un cigarro. Me gusta cómo lo haces. Veo mariposas azules en el humo de tu cigarro, o son hadas desnudas, vestidas de humo. Tú me dirías que son versos que se te escapan para siempre, que nunca conseguirás verlos, descifrarlos, escribirlos. Yo sé que sí. Pero las hadas son infinitas. Esa es tu tristeza. Y tu tiempo, no. Yo me conformo con tenerte, con asomarme y mirarte. Ver cómo buscas el cigarro a tientas, cómo lo enciendes, cómo me regalas una bandada de mariposas azules. Se me ocurre que te deseo. La suave estancia de estar desnuda en tus brazos. Se me ocurre preguntarme quién eres. Qué haces por aquí. Los vientos sin destinos te han traído. Se me ocurre que los pájaros de mi cabeza están alborotados. Tú los alborotaste una tarde, la tarde «eres tú». No dejo de recordarla. Se me ocurre que quiero preguntarte si me quieres, «te quiero», me dicen, con sus alas abriéndose, las mariposas azules de tu cigarro. Se me ocurre que deseo fumarme un cigarro contigo, a tu lado. En silencio. «Leo tu nombre en el humo azul de tu cigarro», me dices. Me haces sonreír. Siempre lo consigues. Vieji, te quiero. Se me ocurre decírtelo. Me mimas los labios. Me gusta cómo me los mimas. Se me ocurre que quiero hacer un viaje en barco, contigo. Te lo digo, «vale», me dices, «quieres que sea el mismo viaje que nuestro primer viaje».
                  __¡Sí! __te digo, enamorada.
                  Se me ocurre que nos conocemos de siempre.
                  Vieji, espero que estas páginas no te lleven tristezas, ningún dolor. Aunque apareciera, de pronto, alguna nube gris, barruntando más nubarrones, lluvia, no dejes de saber que te quiero. Que estoy contigo. A vida. Ni siquiera he releído las páginas. No he corregido nada. Por eso no sé si te he dicho todo lo que quería decirte y si he conseguido ocultarte todo lo que he querido ocultarte. No importa. Las páginas han ido saliendo así y quiero que así las leas. Mis faltas de ortografía forman parte de mi encanto, ya lo sabes. No te enfades. ¿Está bien escrito te quiero, vieji? Eso es lo que importa, que te quiero.
                  No hay puertas en la casa frente al mar.
                  Gatos y perros paseando por nuestros jardines.
                  Se me ocurre que quiero dejar de escribir un momento, de dar un paseo contigo, de asomarnos a nuestro paisaje con rostros de pez o de gato, de peces voladores y pájaros navegando por las aguas, boca arriba. Pero antes quiero acabar esta página, la última, las demás páginas las leerás en el viento o en mis diarios o quizás ya no pueda dejar de escribirte, de contarte mis sensaciones, mis historias de amor con el amor. Contigo. Pero termino esta página y te las doy para que las leas. Quizás no haya sabido expresarme lo bien que hubiera querido, transmitirte mis andaduras mientras perseguía tu rastro, buscándote. Ya sabes, llegaste a la orilla, a las furnias, flotando sobre una isla de agua, rodeada de agua. Embarrancaste a mi lado. Salté de alegría. La niña que estaba dentro de mí y yo te llevamos a casa, a nuestra casa, amor, frente al mar. Te cuidamos, te curamos.
                  Se me ocurre, antes de ir a buscarte a dar un paseo por la costa, por entre las furnias, que hoy no me lo has dicho. Me asomo a donde estás, con tu colección de cuentos de hadas.
                  __Hola __y me quedo así, a tu lado, callada, encallada, esperando.
                  «Te quiero», me dices, sin levantar la vista, las mariposas azules volando libres por el aire azul del mediodía.
                 Vuelvo corriendo, a escribirlo, a decirte, perdona, ahora a escribirte, que yo también te quiero, bicho, y que te dejo por un rato, ¡me voy a dar un paseo con lo que más quiero!
                  Que eres tú.


                                                         Quintín Alonso Méndez
                                                             



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