miércoles, 30 de octubre de 2013


                                                           Foto: Jorge García del Pino

Ésta es una de esas pocas cartas que uno no sabe cómo empezarla,
poner la fecha, ubicarla, empezar de nuevo porque se ha corrido la tinta en el papel,
así, mientras, darle vueltas a la cabeza, a la mirada por el horizonte,
mirarle la herida que se le escurre al aire por entre las nubes,
escribir hola dos puntos, y lo primero y antes de nada –sí, me tiembla el pulso--,
desearte que estés bien, lo mejor, mejor que bien,
y luego decirte cómo anda el tiempo por aquí, te reirías, lo sé,
“claro, hace sol cuando yo no estoy”, te dirías sonriendo, encogiendo una pierna,
y qué más, cómo desviar entonces los renglones, canalizarlos,
cómo llevarlos a surcos hechos con la suavidad de la mano,
cómo regarlos con el polen de las flores que a ti te gustan,
cómo decirte todo para no decirte nada, por ejemplo, decirte
hoy paseé por aquella vereda y volví a resbalarme, o decirte
que al llegar a aquél sitio, la mesa siempre está vacía, con dos sillas vacías,
y entonces saltarme no sé cuántos renglones para decirte
que espero que todo te siga bien, mejor que bien, que ya sabes,
que aquí está tu casa, que alguien se encarga de tenerla vestida de fiesta,
para no se sabe, para que lo sepas, y entonces, de vueltas al principio,
escribirte que sólo era para decirte que aquí los pensamientos se levantan
y se acuestan con el mismo traje, con los mismos pespuntes en sus fisuras,
deseando que estés bien, mejor que bien, y que ya sabes,
que ésta es tu casa, nada más que eso, ¡ah!, y que no te olvides de abrigarte,
de arroparte bien, de que te cuides mucho, y eso, hasta siempre, un beso

                                                               Foto: Jorge García del Pino

                                                               Quintín Alonso Méndez

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