Foto: Jorge García del Pino
Ésta es una de esas pocas cartas que uno
no sabe cómo empezarla,
poner la fecha, ubicarla, empezar de
nuevo porque se ha corrido la tinta en el papel,
así, mientras, darle vueltas a la
cabeza, a la mirada por el horizonte,
mirarle la herida que se le escurre
al aire por entre las nubes,
escribir hola dos puntos, y lo
primero y antes de nada –sí, me tiembla el pulso--,
desearte que estés bien, lo mejor, mejor
que bien,
y luego decirte cómo anda el tiempo
por aquí, te reirías, lo sé,
“claro, hace sol cuando yo no estoy”,
te dirías sonriendo, encogiendo una pierna,
y qué más, cómo desviar entonces los
renglones, canalizarlos,
cómo llevarlos a surcos hechos con la
suavidad de la mano,
cómo regarlos con el polen de las
flores que a ti te gustan,
cómo decirte todo para no decirte
nada, por ejemplo, decirte
hoy paseé por aquella vereda y volví
a resbalarme, o decirte
que al llegar a aquél sitio, la mesa
siempre está vacía, con dos sillas vacías,
y entonces saltarme no sé cuántos
renglones para decirte
que espero que todo te siga bien,
mejor que bien, que ya sabes,
que aquí está tu casa, que alguien se
encarga de tenerla vestida de fiesta,
para no se sabe, para que lo sepas, y
entonces, de vueltas al principio,
escribirte que sólo era para decirte
que aquí los pensamientos se levantan
y se acuestan con el mismo traje, con
los mismos pespuntes en sus fisuras,
deseando que estés bien, mejor que
bien, y que ya sabes,
que ésta es tu casa, nada más que
eso, ¡ah!, y que no te olvides de abrigarte,
de arroparte bien, de que te cuides
mucho, y eso, hasta siempre, un beso
Foto: Jorge García del Pino
Quintín Alonso Méndez
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