viernes, 18 de octubre de 2013






                    Del libro de poemas "El edén de Salomé"

Cuando la pluma, no de oca, no de avestruz, no de ganso, el lápiz,
cuando el lápiz te queme entre los dedos, mejor déjalo caerse,
que no manche la página del dolor que sólo te pertenece,
que caiga, rasgando el papel, rasgándose las uñas de la escritura,
que resbale y se caiga al suelo, partiéndose, déjalo que sufra,
que se retuerce, pero deja la página en blanco: vienen lápices de colores
que sabrán dibujarla, un signo cómplice en una esquina de la página
o entre las piernas, una señal secreta, la puerta siempre abierta,
que la mano también caiga, ya rendida, ya derrotada, desposeída,
pero no sobre la lámina del papel, a lo largo de la caída, dispuesta,
sabedora del tacto con el vacío, con la llama de la nada, palpando
la llama de la hoguera, el incendio; la ventisca alborotará las cenizas
y quizás caigan, quizás estén cayendo, sobre una lámina en blanco,
acuarelas, creyones, un firmamento pintado de parpadeos, una promesa:
el tiempo siempre regresa al lugar del crimen, insatisfecho,
pero no escribas, deja caer la mano, derrotada, aunque se te rompa la vida,
y deja que el crimen complete el poema: sin palabras, con dibujos de colores,

con el firmamento pintado, lleno de hermosos, infinitos futuros, de estrellas 


                                                              Quintín Alonso Méndez

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