Del libro de poemas "El edén de Salomé"
Cuando la pluma, no de oca, no de
avestruz, no de ganso, el lápiz,
cuando el lápiz te queme entre los
dedos, mejor déjalo caerse,
que no manche la página del dolor que
sólo te pertenece,
que caiga, rasgando el papel, rasgándose
las uñas de la escritura,
que resbale y se caiga al suelo,
partiéndose, déjalo que sufra,
que se retuerce, pero deja la página
en blanco: vienen lápices de colores
que sabrán dibujarla, un signo
cómplice en una esquina de la página
o entre las piernas, una señal
secreta, la puerta siempre abierta,
que la mano también caiga, ya
rendida, ya derrotada, desposeída,
pero no sobre la lámina del papel, a
lo largo de la caída, dispuesta,
sabedora del tacto con el vacío, con
la llama de la nada, palpando
la llama de la hoguera, el incendio;
la ventisca alborotará las cenizas
y quizás caigan, quizás estén
cayendo, sobre una lámina en blanco,
acuarelas, creyones, un firmamento
pintado de parpadeos, una promesa:
el tiempo siempre regresa al lugar
del crimen, insatisfecho,
pero no escribas, deja caer la mano,
derrotada, aunque se te rompa la vida,
y deja que el crimen complete el
poema: sin palabras, con dibujos de colores,
con el firmamento pintado, lleno de hermosos,
infinitos futuros, de estrellas
Quintín Alonso Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario