Del libro de poemas "El edén de Salomé"
Estoy de acuerdo: escribir no tiene
la validez de la lucha
ni siquiera tiene una sombra en la
que sentarse al atardecer,
es un paisaje que invento para no ver
el paisaje
aunque a través de las tejas vea el
paisaje muriéndose mientras te alejas.
Escribir no vale para nada, es una
gran disculpa para arrastrar derrotas
o para subirme al árbol más alto y lloriquear
que antes de ser pájaro ser rescatado,
escribir no vale para nada, si acaso
para llegar y no quedarme, las casas caídas,
es no tener casa, es penosamente decirte
“esta noche puedes quedarte”,
es cuando zumban las abejas en la
pared, recordándote la condena.
Alguien dirá que escribir es
escribirme. Callo. ¿Qué sabe la vida de la muerte?
Pero escribir tiene –lo digo por lo
poco que leo_,
una revolución sin deudas entre los
dedos
un arma que gime sangrándose triturada
por los dientes
y no tiene nada, no tiene papel ni lápiz,
ni un préstamo de planetas
aún así, después de no hacer nada, me
siento a escribir
a ponerle un beso de isla a la
estrella de cada letra
dándome el sol en la cara como un látigo
de fracasos en la hoguera,
y escribo, no me lo dices pero me
dices que inválido para la lucha.
Entonces,
qué voy a escribir, sino poner la
fecha, el número de la fecha,
y decirte que te quiero
-no cambia nada, es la misma fiebre,
el mismo contagio en la sangre-
escribo
y no es una lápida
es el papel en blanco
no escribir porque no soy y soy el no
sabiendo escribir,
no escribir lo que pienso, lo que
siento,
porque eso es escribir las huellas de
la muerte.
Escribir es nada
Quintín Alonso Méndez
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