jueves, 3 de octubre de 2013







              Del libro de poemas "El edén de Salomé"

Estoy de acuerdo: escribir no tiene la validez de la lucha
ni siquiera tiene una sombra en la que sentarse al atardecer,
es un paisaje que invento para no ver el paisaje
aunque a través de las tejas vea el paisaje muriéndose mientras te alejas.
Escribir no vale para nada, es una gran disculpa para arrastrar derrotas
o para subirme al árbol más alto y lloriquear que antes de ser pájaro ser rescatado,
escribir no vale para nada, si acaso para llegar y no quedarme, las casas caídas,
es no tener casa, es penosamente decirte “esta noche puedes quedarte”,
es cuando zumban las abejas en la pared, recordándote la condena.
Alguien dirá que escribir es escribirme. Callo. ¿Qué sabe la vida de la muerte?
Pero escribir tiene –lo digo por lo poco que leo_,
una revolución sin deudas entre los dedos
un arma que gime sangrándose triturada por los dientes
y no tiene nada, no tiene papel ni lápiz, ni un préstamo de planetas
aún así, después de no hacer nada, me siento a escribir
a ponerle un beso de isla a la estrella de cada letra
dándome el sol en la cara como un látigo de fracasos en la hoguera,
y escribo, no me lo dices pero me dices que inválido para la lucha.

Entonces,
qué voy a escribir, sino poner la fecha, el número de la fecha,
y decirte que te quiero
-no cambia nada, es la misma fiebre, el mismo contagio en la sangre-
escribo
y no es una lápida
es el papel en blanco
no escribir porque no soy y soy el no sabiendo escribir,
no escribir lo que pienso, lo que siento,
porque eso es escribir las huellas de la muerte.
Escribir es nada



                                                                Quintín Alonso Méndez

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