De "El eco de las mareas calladas", novela
No puede
ser mentira la verdad en la que se apoya la mentira. Vengo de un rumbo vago,
sin sentido, estoy en la historia, ahora estoy en la historia y tengo miedo. La
mar está triste. Con su vestido gris, raído, lleno de grietas por donde le
entra el frío. «Tengo frío, tengo sueño», me dijo, «anoche te eché mucho de
menos», escribí que ella decía, y al leerlo se hace certeza, «la caída, la
constante caída, por las mañanas, al despertarme», tiene cuerpo la distancia.
Pasaron
lunas que no tienen cabida ni siquiera en el relato de los aburrimientos. Pero
fueron lunas espesas, que aplastaban y hundían. No aburrían, abrumaban,
mataban. Con la pulcritud de un cirujano, iban matando, marea a marea. No había
ciudades y no había pueblos, únicamente una costa que, solitaria, no dejaba de crujir.
Estoy aquí, en medio de un temporal, los días calmos, el temporal metido dentro
de la calma. O es la calma dolorosa o es el temporal que choca contra las
débiles paredes que sostienen esta poca cosa de cuerpo. Leo versos que muerden.
Ahora leo que el mundo se reproduce gracias a las mentiras y que los verdaderos
amores se abortan. Leo desde la proa, asomado a la ventana, leo de qué color es
la tristeza. Leo palabras que salen por los ojos, por los labios, que
desgarran. Leo la ternura de aquella sonrisa, de cómo colgaban dedos blancos
como racimos. Leo la dulce suavidad de un gesto. El barco no se mueve, se mueve
la marea. Leo que ahora me piensas, que sólo hay tristeza, «¿por qué me dueles
tanto?», murmura, rota, la voz que amo, murmura la callada luz que besa el
aire. Leo que lloras, que llorabas, dejo que mis lágrimas caigan. Leo cómo tus
manos golpean el tiempo, cómo golpean ese pequeño hueco por donde han cabido
todas las vidas que no fueron. Cómo es posible que quepan tantos dolores donde
se palpa lo que es y se palpa la nada.
Pasaron
lunas, creo que van pasando, que no dejan de pasar. Me llegó una pequeña postal
desde alguna tierra lejana. La estampa era la forma de un arco de piedra, y una
frase en la parte posterior, «estoy cerca». Cerca podía ser en el pensamiento,
o más cerca, dentro del pensamiento, llenándolo. Y era cierto. No se puede
estar más adentro. «No me quieres», y el mundo se cae. Caen todas las sábanas. En
este momento tengo la mano en el aire, va a caerse desplomada o va a
extenderse, abrir futuros. No sé qué va a ocurrir, no puedo saber lo que no he
escrito. Leo. No soy capaz de adivinar en qué presente estoy. Abro la ventana y
no sé el día, se me doblan los hombros al levantarme a por agua, a vaciar el
cenicero, y no sé el día. Abro la gaveta para que respire el dolor callado, y
de la gaveta salen mariposas blancas, promesas que van en otras direcciones, un
suspiro que ahoga. Y no sé el día. Abro la página por donde íbamos tú y yo
caminando, «no me abraces, pueden verme y no quiero», sonaron las campanas de
las cinco de la tarde. El sol se abrió más, se abrió el camino de vuelta, se
hundió. Busco una sombra. No hay. Todo silencio arde en el fuego. Y fue un silencio o fue el fuego quien quemó
cosas en casa. Papeles, papeles. Frases que siempre, mañana, habrían sonado
torpes, y ardieron, «tú no me quieres» es el andamiaje de la caída, del
derrumbe. No se perdió gran cosa, pero
me entristece su ausencia, eran papeles que yo sabía que guardaban sueños
muertos, algunos malheridos, sueños, compañías escondidas, como la del leño ardiendo
en la chimenea, pero sabía que estaban ahí, quizás esperándome. Ardieron.
Dejaron la casa más vacía, con olor a carne quemada. Ahora me recuerdas que
nadie me envió una postal. Ya lo sé. Pero hubiera sido bonito, habría sido la
firma de que la vida anda por ahí. Y ahora yo podría leerla. Leo nada. Leo lo
que no está escrito.
De pronto
salí de casa, miré a lo alto y allí estaba, la luna de día. Salí porque una
fuerza con aires de torbellino, me sacó fuera. Me faltaba el aire. Fuera era un
día que le prometí, aún sin prometerle nada. Un día azul, con tonos ya naranjas
de atardecer. No puede ser que me hayan puesto aquí y no acuda a la cita con la
vida. No quiero leer esta parte, la que confirma una abundancia extrema de
páginas que sólo son paja. No quiero leer lo que no he sido. Pero lo escribo. Me
he acostumbrado, desde la más temprana de las edades, a describir los paisajes
que no he visitado. Los que habito no son visibles desde la parte que da a la
parte de atrás del patio, donde el muro.
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