miércoles, 2 de octubre de 2013







                         Del libro de cuentos  "Las casas de los cuentos"

                                   Por habitar


Hojas de agua


            Es de madrugada alrededor de la costa, donde se reúnen las palabras que el día no supo pronunciar ni la noche resguardar. Luego, como hojas de agua, se diluyen al salir el sol, un sol somnoliento al que le cuesta ir separando las hilachas nubosas que se extienden desde la isla del horizonte hasta las verdes cumbres, donde se posan perezosas, aguardando al calor vestido de brisa del mediodía. Es entonces cuando se evaporan, rumbo a recuerdos o silencios o rumbo a la próxima madrugada.
             Quizás las palabras se esconden incrédulas detrás de la mirada, o quizás se dejan arrastrar rumorosas por los gestos que preceden a la mirada.
            Si sales a la madrugada, las verás escurrirse por las rocas musgosas de los charcos, garabatearse de arena, chapotear con las olas, las verás trazando en el salitre de la brisa senderos de pardelas y lechuzas, quizás no sepas escucharlas, pero las sentirás arañándote los labios, el rostro, dibujándote la mirada desnuda que trastabilló detrás de la tarde, yéndose con los vuelos de la sonrisa, con otras palabras.
            Rozando la tarde, «¿cómo estás?» se abre en abanicos de roces, chisporroteos de luz que duelen como distancias, distancias que los días saben alejar en despedidas silenciosas, sin alejarse, mareas, mareas, pero no importa: luego, en la madrugada, alrededor de la costa, como hojas de agua, las palabras que surgieron como caricias de sal y las que se quedaron calladas, navegan y siluetean la mirada que en algunos momentos parecía arder, y los labios frutales que quizás en un instante se entreabrieron, presintiendo el beso o rememorando otro beso, trayendo un temblor, un deseo que surca fugaz el océano de aire, entonces las manos sienten la penumbra, el aleteo menudo, de insecto, de las otras manos.
            En la bajamar de la madrugada, alrededor de la costa, como hojas de agua, se diluyen las palabras que el día no se atrevió a pronunciar, «¿cómo estás?», y el rumor de la mar llena y el de tus manos en mis manos me llevan a pasear por la orilla, por los susurros orillados, fondeados, de la vida. Luego, la luz del mediodía, deshilachadas las nubes, me llevará de regreso a tu mirada, a tus gestos, a ese instante imperceptible en que la piel arde, para quedarse, cálida, en la bajamar del día –una certeza oculta, mantenida en secreto, de que la vida está aquí.
           El azul y el gris del atardecer respiran el salitre que tú fabricas, día a día, desparramando las olas.
           Es de madrugada, pero es un mediodía, donde las palabras, las calladas y las que te hablan, te miran, te sienten, se quedan a tu lado, como hojas de agua, e inventan senderos de gaviotas en el aire para llegar hasta ti


                                                                     Quintín Alonso Méndez



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