Foto: Jorge García
Me salgo
fuera de la historia y el vacío asusta. Pinto el panorama: la mar, solitaria,
se viste de un azul limpio con la salida del sol, un aire frío en la costa, la
calle también solitaria, pueblo que se me muere, lánguido rumor de marea,
verdes las montañas, aquí mismo, pero lejanas como los sueños, ni un alma. Ni
siquiera la mía está. El panorama nocturno es más lúcido, se asemeja a los
charcos bajo la luna. Muerde la luz oscura como ausencias que van hundiéndose, las
interminables pérdidas de lo que no se tuvo. El paisaje se confunde con las
sombras, una extensa mar extendida de soledades. No hay más que la noche y el
día, un círculo perfecto, detenido. Dentro del círculo, el tiempo también está
detenido. No hay silencios debajo de la noche. No hay voces dentro del círculo.
Un bar es otra catedral de silencios, donde las voces son ruidos masticándose. Ahí
se rumia, aún con más fuerza, la soledad, pero su peso se comparte con el
alcohol. Y es en un bar donde se aprecia la voluntad terca del tiempo de no
moverse de sitio, aunque el espejo te advierte del deterioro. Le agradeces al
espejo su visión de lo que hay y de lo que no habrá. Las pocas plazas son
apenas intentos de desiertos que al cruzarlos sientes la sed en el aire, por
eso el pequeño banco, la brisa solitaria que araña en el rostro. Las casas se
mueren. Apenas quedamos cuatro gatos y ya renqueamos. Está el tiempo, mirar al
tiempo, adivinarlo. Quizás sólo el tiempo tenga rostro aquí y quizás sea lo
único importante aquí. Este tiempo detenido que no se está quieto. Empuja. Sé
que me llevará con él. Pronto. ¿Los versos? Creo que ya nacieron muertos, y los
que no, los he matado yo. Pienso que esta historia también la he matado yo. Desde
dentro del círculo. Pero tomará alas, lo sé, volará lejos, a donde la casa, el
árbol, el banco, aquel bar, la plaza, y la música, siempre la música mientras
ella escribe, hace pinceladas en la escritura, construye, reconstruye, no deja
de reconstruir, quitando y poniendo, niña, mujer. Es feliz, la veo feliz,
jugando con sus mechones, enredando los dedos en la madeja de las olas
desvaneciéndose…, el bolígrafo entre los labios. De vez en cuando levanta la
mirada. Sí, lo quiere. Agita la cabeza, ¿quiere llorar? «Soy feliz», se dice, y
se levanta y sale afuera, adonde la luz. Mira lejos, busca el mar. No hay mar.
Se fue. No
recuerdo cómo nos despedimos. Fue así: tres calles estrechas con suelo de
adoquines, que desembocaban en una especie de plazoleta, también de adoquines,
y haciendo de puente de las dos estrechas calles que se nos abrieron enfrente,
una casa de dos plantas también de piedra, con balcones enrejados, «vivo ahí»,
me dijo, alzando su mano derecha en dirección al segundo piso, al tiempo que un
furtivo y fugaz beso en la mejilla, y ya no la vi, se escurrió por la oscura
puerta también enrejada. Desapareció, yo diría que fue magia, maligna magia que
me dejó al desamparo en la noche fría, ¿dónde estaba yo, en realidad había
pasado el día con ella? ¿Ella, y quién era ella, la mujer que pilotaba una
avioneta que no existía? Me apoyé en la puerta. Cerrada. Permanecí allí no sé
cuántos cigarros, ¿cinco, diez?, congelándome. Después mis pasos echaron a andar
cansinos, vencidos, camino de ningún sitio, lo sé porque lo estoy leyendo,
página cincuenta y nueve. ¿Y fue ella o fuiste tú la que me habló de las
pesadillas, del sueño aquél? «Me ha pasado dos veces, dos sueños distintos, en
los que se me aparecía un rostro, el mismo rostro, que no conocía, pero que me
resultaba familiar, y sin venir a cuento dentro del sueño, aquél rostro decía
«no lo dejes solo, él tiene que despertar», la misma frase en los dos sueños, y
entonces el rostro desaparecía, salía del sueño». ¿Fuiste tú o fue ella, aquél
día, aquella tarde caminando por las calles estrechas, adoquinadas?, «y ahora
llegas tú, y sin venir a cuento, me enseñas una fotografía, con tu amigo, ¡y
ese amigo tuyo es él, es el rostro, y me dices su nombre y ya sabía su nombre,
no sé cómo, pero lo sabía!». ¿Qué le ocurrió a aquél día? ¿qué hacía yo en
aquella historia, cómo es posible trocar lo real por lo imaginario? «Eres de
papel», me había dicho ella. Sí, y ella está ahora real en algún lugar real de
este desbaratado planeta, cosa que no puedo decir de mí. Ahora la pienso,
caminando por el camino de tierra, que se pierde entre huertas de nísperos y
limoneros, leyendo en una alargada tira verde de tela, atada a un muro de
piedra, con grandes letras blancas, «da el primer paso». La pienso no por nada.
La pienso, y vuelve a ser triste mi sonrisa, mi sonrisa escasa que dejé en dos
mujeres. No se puede amar cuando se está muerto a partir de un aciago mes de
mayo. Me he condenado a no vivir, eso he pensado muchas veces. De pronto, de
tiempo en tiempo, se forman olas dentro de mí, revientan contra mi cuerpo, me
desparraman, me devuelven a la locura, y pierdo, claro que pierdo, no espero
otra noticia, porque parece ser que me gusta perder. Pero esta historia ni
siquiera a mí me interesa.

Foto: May Naomi
Quintín Alonso Méndez