Se me han perdido los versos que te nombraban, versos que
eran olas náufragas que querían navegarte las largas horas de las tardes
ausentes de abrazos. Eran versos que se quedaban aislados, prendidos al paisaje
de tus ojos, eran niños huérfanos descalzos caminando tristes por donde tú no
estás. Eran versos o eran palabras que querían hablarte, estar contigo a solas
mientras tú buscaras esa dulzura que aún te araña en los labios. Eran versos o
ya eran pérdidas antes de empezar a encontrarte.
Eran versos
o eran sueños que no tenían a dónde ir, que pasaron a verte y se perdieron o se
quedaron desnudos solos en la noche que nadie viene a visitar
Es mejor, para los que no tenemos sitios y si acaso estamos
llenos de desalojos, la hora de la madrugada, esa hora del frío caminando
despierto, despabilado, por los callejones, el humo azul del cigarro quemando
el aire, haciéndolo trizas, las pardelas escribiendo el verso
caído
del adiós, esa ventana a oscuras, entreabierta, que parpadea,
donde laten susurros de sábanas arrugadas, esa hora donde caben todas las
horas, que te dice que más allá no hay más horas, si acaso un amanecer helado, desalojado.
Sí, para morir es mejor la hora de la madrugada
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