Del libro de poemas "El edén de Salomé"
El poema más hermoso ha de salir de
los hilos de agua de tu boca
de ese pájaro sin nido, con una
herida abierta
que lo traspasa y por la que puedes
ver la luz del otro lado,
después del salto. Ha de tener el
plumaje de tu piel
yéndose a la sombra habitando la
sombra
tumbándose en el cobijo de la sombra,
hundiéndose desnudo en la oscura
noche,
ha de tener el plumaje sedoso de los
volcanes,
de tus carnes, el poema, perdedor, ha
de ser poema,
no pena, no instinto de muerte, de
morirse,
ha de tener esa calidez que asciende
por la yerba,
húmeda la atardecida, mojada la
lluvia,
ahí donde está la escalera, esos
peldaños con velas,
ese mismo cuadro colgado de la pared,
pero otros cuadros, nuevos,
palpitando, que trepan,
el poema trepa, asciende, baja,
indaga, hurga,
trepan las manos, se hunden los
dedos, se resbalan
por las carnes que se abren dulces se
abren en diciembres
dulces carnes estremecidas, se abren
a los recuerdos, a los presentes de los
recuerdos,
un altar, la guitarra, el cimbreo de
las cuerdas,
de las cigarras. Entonces
el poema más hermoso irrumpe
quiere irrumpir dulce inocente e
inevitable
en la senda oscura de la senda
con gitanillas la senda con hambre
no tiene hijos nunca los tendrá
el poema
ni siquiera tienes versos a los que
amarrarse
a los que enraizarse como anclas
pero aún se atreve a venirse a la
asomada,
a verte pasar, esa luminosa luz de la
tarde,
ese rayo fiero que traspasa el ala
se incrusta en la carne, muerde,
y levanta vuelo
como levantan vuelo las aves al
destierro
Quintín Alonso Méndez
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