miércoles, 18 de diciembre de 2013


              Del libro de poemas "El edén de Salomé"



El poema más hermoso ha de salir de los hilos de agua de tu boca
de ese pájaro sin nido, con una herida abierta
que lo traspasa y por la que puedes ver la luz del otro lado,
después del salto. Ha de tener el plumaje de tu piel
yéndose a la sombra habitando la sombra
tumbándose en el cobijo de la sombra,
hundiéndose desnudo en la oscura noche,
ha de tener el plumaje sedoso de los volcanes,
de tus carnes, el poema, perdedor, ha de ser poema,
no pena, no instinto de muerte, de morirse,
ha de tener esa calidez que asciende por la yerba,
húmeda la atardecida, mojada la lluvia,
ahí donde está la escalera, esos peldaños con velas,
ese mismo cuadro colgado de la pared,
pero otros cuadros, nuevos, palpitando, que trepan,
el poema trepa, asciende, baja, indaga, hurga,
trepan las manos, se hunden los dedos, se resbalan
por las carnes que se abren dulces se abren en diciembres
dulces carnes estremecidas, se abren
 a los recuerdos, a los presentes de los recuerdos,
un altar, la guitarra, el cimbreo de las cuerdas,
de las cigarras. Entonces
el poema más hermoso irrumpe
quiere irrumpir dulce inocente e inevitable
en la senda oscura de la senda
con gitanillas la senda con hambre
no tiene hijos nunca los tendrá
el poema
ni siquiera tienes versos a los que amarrarse
a los que enraizarse como anclas
pero aún se atreve a venirse a la asomada,
a verte pasar, esa luminosa luz de la tarde,
ese rayo fiero que traspasa el ala
se incrusta en la carne, muerde,
y levanta vuelo
como levantan vuelo las aves al destierro
  
                                                           Quintín Alonso Méndez

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