De "Primera novela de verano", novela
Me veo paseando con él por mis calles viejas y por mis
veredas que saben a hinojo, pero ahora soy yo quien da un rodeo, quiero
enseñarle en silencio, sin decírselo, otra de mis rutas que hace tiempo no
recorro, otro de mis paseos al atardecer, él me sigue, entretenido con mi
perrita, que lo está advirtiendo de no sé qué, parece que se entienden, que
hablan el mismo idioma, ella con sus ladridos, más cortos, más largos, él con
sus gestos, acercándole la mano al hocico, pasándosela por el lomo, yo miro su
mano, la dulzura triste de su mano, obedece a mis pasos, me sigue, pero cuando
voy por la mitad del recorrido siento un rechazo dentro de mi cuerpo: me estoy
acercando a donde vivía mi amor, mi segundo amor que no era amor sino un
precipicio de soledades y conformismos, me estoy viendo en aquellas noches que
yo llegaba jadeando, precipitada, dando rodeos infinitos para no ser vista por
no me acuerdo quién, empapada por la lluvia, por la sed, y que al llegar, subir
volando las escaleras, y él abrirme la puerta, no lo miraba, no me daba tiempo
a mirarlo, ya el olor lo tenía por las
escaleras, empapada por la lluvia, por la sed, no leía en su rostro, sólo me
echaba en sus brazos, desesperada, desesperándolo, sacándolo de su quietud, de
su espera ansiosa, te esperaba, te esperaba, y ya me estaba desnudando y yo a
él, quiero cambiar la ruta, desviarme de lo que no quiero recordar siquiera,
pero mi sombra enferma no me deja, sigue adelante, sin mirar atrás, como si
nada, hablando con su silencio, con mi perrita, se me ocurre, estúpida, que
sería un buen padre, tengo que escribirlo en mi diario, encendiendo otro
cigarro, deteniéndose, como a propósito, en el portal donde vivía mi segundo
amor que no era amor sino un precipicio de distancias cada vez más profundas, me
devuelve aquella sensación morbosa del principio, cuando él me acariciaba aquí
mismo, contra la pared, excitándome, abriéndome, preparándome para que le
dijera sí, sí, hazme tuya otra vez y otra, siempre, siempre, pequeñas muertes
encadenadas entre ellas, subiendo con prisas las escaleras, jadeando,
excitados, desnudándonos, él a mí y yo a él, risas, la vida, los arrebatos de
la vida, la sombra de mi hombre enfermo por todas partes, en cada rincón del
zaguán, como aquella noche por fuera de casa, con aquel amante de saldo y
ocasión y con mi hombre enfermo detenido más allá de mí, más allá de la farola,
dibujando humos azules en la noche, detenido, palpo su tristeza en el aliento,
su dolor, yo quieta, también detenida, indefensa, esperando, dejándome ir,
dispuesta a todo lo que él quiera hacer, hacerme, soñando con que se vuelva sin
decirme nada, me abrace, me haga el amor, me haga suya, sin decirme nada, pero
él allá, más allá de todo, mirándome, sólo mirándome, enseñándome su dolor, se
da cuenta, enciende otro cigarro, me rodea de humo azul, vuelve a caminar,
ahora sus pasos son más largos, como intentando alejarse, como doliéndole algún
dolor y el remedio estuviera muy lejos. Me deja en la puerta de casa, como la
primera vez, como si no hubiera pasado nada, como sin querer.
__Bueno, ya hemos llegado __fue lo que se me
ocurrió decirle.
Mi perrita
enredada en sus piernas, feliz.
__Buenas
noches __me dijo, y siguió alejándose, como doliéndole algún dolor__, que
descanses.
Ganas de
gritarle no te vayas, sube conmigo, te espera mi almohada vacía, pero la calle
vacía, la noche vacía.
No puedo
irme a la cama, me tumbo desnuda en el sofá, mi perrita tumbada en la alfombra,
fijos sus ojos de miel en mí, abro el diario, escribo la fecha, ahora sí la escribo.
Le pongo vida a esta tarde, a este día, a esta noche, a este temblor triste que
me acompaña sin él. Ahora, si apareciera, y lo escribo, mi segundo amor que no
era amor, sino un precipicio de conformismos e insaciables ganas de follarme,
me tendría toda para él. Abierta, entregada, y escribo que lo deseo, ahora.
Quintín Alonso Méndez
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