martes, 14 de enero de 2014


Siglos sin saber de ti


Siglos sin saber de ti, es decir, siglos sin saber de la vida. Esto mismo escribí hace siglos, cuando te sabía sin conocerte y caminabas por mis sueños, ya me digo que es mi destino: pasar por la vida sin saber de la vida. Nunca fui niño, nunca fui joven, y ahora que voy trastabillando a la vejez, no sabré ser un viejo adulto, no sabré renunciar al paso de los años, y así, desorientado, no veré lo que no vi, cómo el corazón se me cuarteó, se me cayó a pedazos, las hienas destrozándose entre ellas con tal de una lamida a un corazón aún con débiles latidos, recién caído del cuerpo, de los sentidos. Siglos sin saber de ti, es decir, siglos sin saber de la vida. Y ya sé que a la vida no le importa saber de mí, no sabe de pararse y esperar. Las diosas vuelan por encima de los tejados de los dolores humanos, al menos por encima de los dolores pobres, enflaquecidos. Por eso me asomo a lo más cercano a lo que podría ser un horizonte, un palo de morera, horizontal, sostenido entre dos piedras tiznadas de carbón, de ese palo cuelgan sueños boca abajo, ¡qué digo sueños!, cuelgan destinos ya matados, degollados, los mismos que yo supe, vi, en el primer desmayo, en el primer susto, apenas aprendiendo a caminar, a abandonar el suelo, la tierra, me asomo y el horizonte está caído entre las piedras. Siglos sabiendo que la plaza festiva existía, que tu risa armada de flechas envenenadas con el polen de la vida, existía, que tus manos de flores blancas, existían. Siglos lejos, más allá del territorio de las plazas. Eternidades de siglos que tardé en llegar, en atravesar mi propio desierto, siglos para al final entrar en la plaza y leer en el tronco viejo del árbol «ya no te espero más», siglos sin saber de ti, es decir, siglos sin saber de la vida     



                                                         Quintín Alonso Méndez

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