miércoles, 29 de enero de 2014


                                                              Foto: Jorge García


Nadie


Nadie sabe dónde se esconde el dolor que mata la sonrisa, nadie ve cómo se asoma
día tras día a los silencios del camino por donde nadie se acerca ni se aleja; ninguna
carta que entre por el resquicio de la puerta, alguna de aquellas descarriladas cartas
con olor a rosas, que en los sueños venían a posarse en las manos impacientes
que rompían nerviosas el sobre, el íntimo papel, y se le caían, frutas vencidas,
las letras al suelo de tierra, gotas de mercurio rodando resbaladizas, fiebre,
quizás esa menuda lágrima que nadie vio nunca  derramarse. Nadie.
Nadie le ve a la flor la tristeza de su cárcel, nadie mira más allá de los colores del día,
a ninguna risa se le ocurre pensar en el dolor que camina solitario por la calle,
no le ve el amargo sabor que le araña en los ojos, que fue tirado en la basura
en aquél callejón, nadie se interesa por sus caídas borrachas de soledad. Nadie.
Nadie regresa a la plaza del primer beso, aquella plaza que no tenía nombre,
y el dolor abre la tierra, por donde se hunden los abismos, nadie tiende la mano,
quema el miedo en la oscuridad, asustan los pájaros de la noche que caen del techo,
reclaman sangre, ninguna risa tiene la voluntad de acercarse, curar las heridas,
plantarse como árbol o como simple sombra para la sed que arde, nadie viene. Nadie.
Nadie sabe cuál es el camino que ha de elegirse, nadie te advierte del olvido,
nadie le ve la espada a la espiga que se ondea en la brisa, nadie la besa, nadie
baja a la orilla adonde se despiden las ausencias, las alas arrancadas a los peces,
ahí yacen, atrayendo a las moscas, pudriéndose en el musgo, nadie se acerca,
nadie sabe dónde se esconde el dolor que mata la sonrisa. Nadie




                                                                       Foto: Jorge García

                                                           Quintín Alonso Méndez  

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