El cristal
Es triste esta tristeza con la que el
cristal empañado de la ventana le devuelve a mi mirada este silencio intenso,
entre la niebla del día gris. Son las seis de la tarde, la luz languidece, y
son las seis de la mañana, donde el frío gime de ausencia. Es un día más,
metido entre los demás días, es ir pasando páginas de un grueso libro, y en donde
ninguna página destaca de otra, páginas cubiertas por letras negras alineadas
renglón a renglón, como hundidas, sin luz, ni una mancha de tinta que destaque,
que llame, un desierto de letras apagadas, tendidas en una sábana blanca cuyos
bordes son rodeados por abismos oscuros, muertos. Siluetas de nubes lejanas,
opacas, gruesas de tristes, de nadas, a través de la nubosidad del cristal. La
mano más fría que el cristal, la frente hundida en la espada que traspasa el frío
cristal. No importa por dónde el viento de mortal frío, abra el grueso libro y deje
paso a las páginas, no tienen fechas las páginas, tampoco están numeradas, las letras
no forman palabras sino filas de montañas de cenizas, en cada montaña ha sido quemado
un sueño. Uno por uno, los quemaron mis miedos.
Es triste esta tristeza con la que a través
del cristal empañado, veo entre la niebla el grueso libro abierto, bajo la lluvia,
las páginas desgarrándose entre las piedras, las montañas de cenizas deshaciéndose,
delgados hilos líquidos oscuros de sangre muerta hundiéndose en la tierra encharcada
Quintín Alonso Méndez
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