miércoles, 15 de enero de 2014




El cristal


Es triste esta tristeza con la que el cristal empañado de la ventana le devuelve a mi mirada este silencio intenso, entre la niebla del día gris. Son las seis de la tarde, la luz languidece, y son las seis de la mañana, donde el frío gime de ausencia. Es un día más, metido entre los demás días, es ir pasando páginas de un grueso libro, y en donde ninguna página destaca de otra, páginas cubiertas por letras negras alineadas renglón a renglón, como hundidas, sin luz, ni una mancha de tinta que destaque, que llame, un desierto de letras apagadas, tendidas en una sábana blanca cuyos bordes son rodeados por abismos oscuros, muertos. Siluetas de nubes lejanas, opacas, gruesas de tristes, de nadas, a través de la nubosidad del cristal. La mano más fría que el cristal, la frente hundida en la espada que traspasa el frío cristal. No importa por dónde el viento de mortal frío, abra el grueso libro y deje paso a las páginas, no tienen fechas las páginas, tampoco están numeradas, las letras no forman palabras sino filas de montañas de cenizas, en cada montaña ha sido quemado un sueño. Uno por uno, los quemaron mis miedos.

Es triste esta tristeza con la que a través del cristal empañado, veo entre la niebla el grueso libro abierto, bajo la lluvia, las páginas desgarrándose entre las piedras, las montañas de cenizas deshaciéndose, delgados hilos líquidos oscuros de sangre muerta hundiéndose en la tierra encharcada



                                                       Quintín Alonso Méndez


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