jueves, 21 de noviembre de 2013


                Del libro de poemas "Otoño"

(escrito hace doce años, y abierto y leído ahora, por y para esa mujer de la que supe siempre y con la que iría a encontrarme  21-11-2001)

Y se agrieta el otoño, roto en mil lluvias. En cada rincón, un temporal,
un frío. Tiene la tarde un traje gris tardío, de horas que vendrán luego
pero que ya están aquí. No son presagios, es que se ha desbordado la espera.
            Mañana el sol se posará en los charcos embarrados. Mañana
te pondrás la sonrisa para salir a la calle. Mañana
la luz te dirá que el pasado no existe. Mientras, yo aquí,
atravesado por el aguacero de un otoño tardío pero puntual en su horario
de grises. Mañana
la luna pondrá una cara satisfecha. Tú la mirarás con la frescura de la memoria
olvidada. No habrá memoria. No estaré. No estuve nunca, más que ahora,
aquí, sentado, forma plácida de no hacer nada, contando las horas
que permanecen ocultas
para estar ligeras y vivas y salir a tu encuentro.
            Y este horario maldito es del otoño:
has venido a decirme que no vendrás.
            Qué bella es la tarde redonda de la ausencia.
            Sabe a regaliz y a menta.
            A caramelo de azúcar quemada.
            Y el otoño es así: una mujer que se resiste a morir.
            O una vida que cruje queriendo vivir.
            La noche es una consecuencia de la soledad.

Un maldito reloj viene acompañando al otoño:
me recuerda las distancias,
esas hebras delicadas desprendidas de la carne.

            Olores arrastrados por la hojarasca del otoño pasado.
            Tuve un beso esperando a las puertas del mar,
se ahogó en las mareas largas del cuarto menguante,
la luna palideciendo, la sonrisa, la huella del sol.
            Palideciendo la mirada que se iba con las nubes
tras la estela de un susurro despoblado.
            Tuve un cuento que no quiso navegar en busca de tu redondez.
            Se quedó cobarde en el inicio de mis dedos.
            Tuve un astro surgiendo de la montaña.
            Tuve un niño, lo recuerdo, se murió dentro de mí.
            Tuve un sueño, te lo di, te lo llevaste,
Gracias, otoño.
            Y tuve lo que tengo,
un pedazo de cielo desgastado por la sed,
una palabra perdida entre las palabras bellas del horizonte,
un nombre que me muerde a escondidas,
un silencio que no duerme, que no tiene cobijos,
enredaderas de luces hambrientas trepando por el vacío,
un deseo cansino que no me deja,
que aún no me deja morirme,
¿tantos recodos tiene la vida,
un otoño así, roto en mil lluvias?

                                                                    Foto: Jorge García
    
                                                               Quintín Alonso Méndez
                                                       




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