martes, 11 de febrero de 2014



El manicomio


Es azul el fuego de la tarde,
son violetas sus cenizas,
grises y nostálgicos sus entierros en las aguas.
Asusta el sendero invisible que lleva a la locura, a la más oscura de las nadas.
Ninguna mano te acompaña cuando la tarde inicia el camino hacia el vacío.
Ninguna voz te corta el paso, te llama, más bien la voz que te empuja, la propia,
la que cuando fue a nacer se encontró a las puertas del silencio, bajo un árbol,
frente a las verjas, todos los manicomios tienen verjas con enredaderas a los lados,
siempre se sabe volver a la soledad de casa, de la casa caída, la que nunca fue,
la que tiene clavada en su desierto de tierra abandonada un letrero, un reclamo,
un espantapájaros incitando a la sonrisa a que vuele, se aleje, y vuelva, volandera,
entre en la cama, cierre la puerta, abra las ventanas, y el tiempo es así, un círculo,
un tiempo pajaril de regresos, es azul el fuego de la tarde
son violetas sus cenizas
grises y nostálgicos sus entierros en las aguas

un pájaro acaba de traerme la noticia de un abrazo en el mar,
tierra adentro,

un loco sonríe adentrándose por el sendero que lleva a la oscuridad

                                                     Quintín Alonso Méndez

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