jueves, 4 de febrero de 2016


                                  El último sueño de un viejo

__¡Quién me iba a decir que me vería aquí, a tu lado, tendiendo tu ropa!, ¡tu ropa interior! –y yo la tuya, tarde de luz cálida, entre mis dedos, húmedas, tus bragas lilas, negras, abanderadas, tus blusas, tus faldas, y te miro y me gusta cómo se te marcan los pezones en la camiseta blanca pintada con rostros de máscaras primitivas, tus pechos suaves, redondos como lunas, blancos como la blanca ceguera del estremecimiento más tiernamente temblador, ubres que se mueven libres, gozosas, suaves como la caricia de esta brisa que nos mece y nos trae instantes tiernos dentro del instante. Hijos, nos traen racimos de hijos.
__¡Madre mía! – y tu melena, robada a la noche del sol, se alborota, como si estuviera llena de pájaros, me golpea tu sonrisa con el dolor y la tristeza del que ve alejarse la luz, tan cercana y material ahora, en el instante.
__Hoy nos quedamos todo el día en casa, ¿vale? –me rozas los labios, beso mimoso, cruel, de cariño, de «no te quejes, mucha gente ni siquiera sabe que existe el amor», intento sonreírte, pero duelen las piedras frías de tus verdades, la desprendida sonrisa me muerde en la dentadura, sangro, y ¡ay!, la escritura se salta instantes del instante, pensando o más bien deseando tan ilusa que aún me quede tiempo para seguir escribiéndote, la escritura y la mala literatura aún se piensan que la voluntad lo es todo. Tus carnes vivas, esplendorosas, carnales, no dejan de llamarme, porque deseo enjaular tu alma en la jaula de mi alma, jaula sin rejas y sin puerta, jaula dolorida que se incrusta en mi alma amurallada, atravesándome como se atraviesa la espuma, viendo y mirando tu mirada serena, implacable, firme, tristemente firme, en su rumbo, ¿por qué he de saber lo que será, lo que sabré? El derrumbe será esplendoroso, porque, mírame, le he cambiado el rumbo a tu mala suerte: no estaré. Al derrumbe puedes llamarlo el futuro, porque sólo en el futuro se halla la muerte. En la escritura te tiendes al sol, al que le ofreces tu rostro, los ojos cerrados, pétalos de párpados, y le ofreces tu sonrisa bruja de diosa brillando para la luz cálida que te acaricia, ofrecida a ti porque estás, venida a posarse en tu cuerpo desde el vértigo del sol, las hormigas entre tus delgados largos y blancos dedos, te escriben letras de agua en los muslos, se excita y se alza el deseo con un grito callado, de sexo otra vez despertándose, llenando la casa con su olor opiáceo, que el instante sea nada más que instante y se detenga, que la escritura detenga el tiempo y detenidos nos quedemos oferentes al sol, dulcemente oferentes excitados, recibiendo el placer de esta calidez semidesnuda delicadamente excitada, ¡ah, placer de la no materia, temblor en el agua! Hoy eres la niña que a veces pasea conmigo, cogidos de la mano, tardes borrachas azules de embriaguez disipada, niña mujer que en mis brazos te desparramas hembra amor, tus paseos conmigo por calles y caminos que te miran entre comprensivos y agradecidos y entre ellos murmuran «¡al fin!, ¡el cobarde la llamó, al fin se atrevió, le pidió ayuda!». Todo el deseo de mi vida metido en este instante. Instante quieto, quizás muerto, anclado en la escritura. Silencio de abejas. Silencio de hormigas que se deslizan y deslizan tus dedos, te rozan el pubis… púbico desorden de mis deseos, ahí tus dedos musitan versos que excitan la piel, la piel del alma, leves temblores que tiemblan en tus labios, brisas que te vienen desde lejanas nostalgias que no existirán. Me duele todo. Silencio de la cara oculta de las palabras, incrustadas en el núcleo del instante, calladas, tristemente calladas, invisibles, en el oscuro núcleo de la escritura. Nos metemos en los libros, buscamos sacudidas que ya habíamos presentido, un renglón que nos arribe a alguna costa donde el salitre nos salpique todos los besos, y no te lo había dicho, pero hay versos que reflejan lo que siento por ti, depositados en la única gota de instante que se ha posado aquí, en mis desechos, versos, qué importa qué versos, esos mismos versos que un día releerás y no recordarás haberlos leído, de tu boca saldrá un nuevo «nunca he querido tanto», un nuevo «bien hallada», un nuevo y prometedor «bienvenida», no puedo evitar que el acero me atraviese, acero de palabras que se han instalado aquí, en mí, en la escritura, un nuevo «soy feliz», aún a costa de que la felicidad haya requerido el desgaste de las fuerzas, el abandono, al final la desidia, pero al principio del final, en el corazón del «hola» del instante, «guapa y feliz» le dirás al mundo, abiertamente libre, ligera, desnuda, feliz. Nos quedamos en los bordes de los libros, donde se simulan los bordes de la madera, sus grietas, sus venas, las estrechas veredas que han fabricado las hormigas, cubiertas por los helechos, sus abismos no compartidos, como buenos abismos, verdaderas soledades en las flores de la mentira.
Quintín Alonso Méndez


1 comentario:

  1. Quien paso por nuestra vida y dejó luz tiene que permanecer en nuestra alma para toda la eternidad.

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