domingo, 31 de enero de 2016


                                  El último sueño de un viejo

Se escabullen mis dedos por entre tus piernas, que se abren voluptuosas, trémulas se abren, gimientes, frágiles, gimiendo débiles susurros, como débiles ramas del árbol más débil ante el roce de la brisa. Los dos sabemos que el silencio no es más que la máscara que cubre y oculta la tristeza. Se escabullen mis dedos, aprendices de hormigas amantes de la miel. La nube grisácea ligera que pasa por tu mirada me trae una mentira triangular: estás, no estoy, no estamos, me trae un dolor, que realza la infinitésima magnitud del instante, veo la guitarra apoyada en la pared que te espera, veo tiempos giratorios que no dejan de formar remolinos en tus pensamientos, veo ansiedades que te esperan impacientes, soy la sombra que la farola deja fuera de su óvalo de luz amarillenta, esa sombra que has pisado tantas veces madrugueando por las húmedas calles estrechas y viejas, y soy esa sombra del árbol en el parque del mediodía, sombra que se alarga o se estira, siguiendo el arco del sol en su parábola diaria, pero siempre fuera del cuerpo, y soy la sombra de tu risa, de los silencios que no te abandonan. Resbalo, me caigo, mi dureza de viejo iluso pobremente se alarga en tu vientre, atrevida la dureza porque atrevida la ignorancia, rastreándote, frotándose temblorosa en las frutas abiertas de tus carnes, vuelan tus temblores como fiesta de pájaros y mariposas y violetas y geranios, logro atrapar algún roce, algún beso, los más débiles. Ahora sonríes y deslizas mimosa y suavemente, ronroneando, la mano bajo las bragas, ¿por dónde andarán las calideces de las aves, los cantos rumorosos de los bosques?, noche fría que se refugia en la oscuridad, el dolor más dulce en las aguas turbias pero transparentes de tus ojos y tus bocas, niebla, niebla que nos cubre rumorosa, abate sus alas sedosas, nos desnuda, remoto zumbido de abejas, lejano y suave como rumor de árbol, presagio de viento que pronto nos zarandeará en la lujuria, un quejido tenue te mordisquea morboso el labio, sonrisa desnuda, inquieta, que se mueve gozosa moviéndose en delicados círculos sobre el latido más palpitante, más vivo, arcos de uvas tus caderas, en cosquilleos de bailes las hormigas caminan por tus dedos, hundiéndose en la humedad del estremecimiento, noche más fría más adentrada en la oscuridad, cada silencio es una frontera, un muro de aire deshabitado, se rompen las olas, se desmadejan, quejosas como lumbres, cruje la materia en el vacío, ¿qué luz negra encendida en lava trepa desde los más hondo en busca del estallido?, ascienden racimos líquidos, gimientes, en cascadas que queman las raíces del placer más carnal, fría la noche en su escultura de derrota consumada, invisible, pero ¡ah, tan presente, tan contumaz en su invisible vestimenta ausente presencia!, de «la maravilla de los pájaros», dices, pero es la luz que burbujea, la luz después de la luz, la luz que viene gozosamente viva a vivir donde ya es la muerte, la que viene del desgarro, de las cuerdas rotas del violín, noche oscura depositada en mi frío para ya no irse, ¡ah, la noche, la poesía, la más asombrosa soledad acompañada de la soledad simplemente sola, origen y destino de soledad!, noche fría donde el abrigo no abriga y el abrigo es alguna hilacha de algún verso demasiado antiguo o anticuado o trasnochado o carcomido o demasiado metido en el tiempo del olvido que se olvida, que solamente abriga lo que no tiene abrigo, abrigo para la nada, para el cadalso, abrigo que esconde pero no protege, verso o noche o prosa vertida que confluyen y cohabitan en el instante, en el justo mismo instante, y no es voluntad de cerrar los ojos, es el fulminante destrozo que desampara, y ciega, y cambia el caudal de las aguas, y nubla la vista, poderosa vejez que no perdona, ¡ay, si pudiera olvidarme de mí mismo y entonces ser yo!, ¿oyes el canto sensible de la mudez elevándose, viniendo al vuelo, oyes su melancolía de presente que ya no tiene historia, ni siquiera presente?; el instrumento poderoso de la naturaleza, el sexo, es un gorrión que en el mismo ciclo circular decapita y esparce la semilla, las amistades son burguesas, digo bien o digo mal, son cobardes, no pasean por los parques, se encuentran en falsos escondrijos, que como el alcohol, se valen de las artimañas de la debilidad, del «quiero que sepas que te quiero», o del aún más cruelmente cruel y falso o vago, indefinido como el vacío que se engrandece, «¡si supieras cuánto te pienso cada día!», ¡ah, verdaderos andamiajes falsos!, sublimes instantes en que el instante desperdiciado, echado a perder, se agradece, ¡tan cómoda y confortable la sentimental cama de la amistad, tan acogedor ese abrazo, tan dulce y apacible y gozoso y para nada pecaminoso, aunque contagioso, el gozo amistoso, tan íntimo, tan puro el deseo que surge inevitable de lo más inevitable, la pretendida y buscada debilidad!, ¡ah, poesía póstuma!, la otra raíz que nace de la nada más nada, del miedo, que rompe la cáscara que disimuladamente espera el momento preciso, sellada del todo la complicidad, unir los flujos, arrejuntarlos, la sangre de lo verdadero, la conciencia seducida, la bondad de lo amistoso, tan calmo, tan cerrada y callada, pero cuando la mirada navega por los mares del sentimiento solitario, desvalido, ¡pobre y descarriada mirada!, las amistades desaparecen, no tienen formas, también son náufragos que reclaman su parte de soledad al otro lado, ¡ah, el lado oculto de lo que no existe!, la sorprendente historia de la amistad, columnas de este tambaleante mundo, cobarde entrega de los ropajes más íntimos. Te miro, me asusto, no puede ser cierta la historia que pueda caber en un instante, tan hermosa y mortalmente cierta la historia, tan mortal el instante, y me grito, y me rebelo, y me digo que no ha de ser cierta la historia, para que así sea cierta en su plenitud y en su destrozo completo, me rebelo me grito para que palpite, tenga voz, tenga nombre, tenga alas y nidos y pájaros en la escritura, innecesario, injusto que sea cierta, basta que sea certera, un puñal clavado en el corazón, inmejorable el clima de la plenitud, el clima del destrozamiento, en el equilibrio exacto en que las gotas de sudor sean estas transparentes perlas en la noche de la serenada, con la luna resbalando por tus muslos desnudos, mármoles mórbidos que se abren a las aguas, las fresas y las almendras son el sabor que la lluvia arrastra, sabor de los minerales que resbala indecente de tus ojos a tus labios, ¡ah, los árboles y los zarzales que se enredan entre los dedos mientras atardece!, ¡ay, amor, ya nunca te diré que te amo!, instante quejumbroso y lastimero que se queja de la eternidad tan efímera del instante, relampagueo de lujuria que se instala en la escritura para guardarse y guarecerse de los temporales, «¿dónde estás?», me preguntas con tu voz callada de siempre, con tu mirada mirando a lo lejos de siempre, con tu presencia ausente de siempre, con tu desnudez hermosa de hembra niña mujer de siempre, y al instante, nunca pienso lo que digo, en el instante te reconozco lo único que sé, «en ninguna parte y sin ti», violines y flautas y saxos, hiedras atrapando los muros, sosteniéndolos, suenan dentro del cuerpo del agua, así es la materia de la no materia, y al mundo no le importa que te diga «aquí, contigo», a nadie le importa, a la escritura sí le importa, corren ríos de lava por tus muslos que me queman los labios y me los alivian con brisa de algas, ¡heridas inmortales!, ¿por qué la tristeza es tan hundidora?, noche fría en su frialdad de muerte, los sentidos se burlan y juegan a burlarse de la mente, escriben desde detrás de la escritura, la mente reconoce su impotencia ante las sacudidas repentinas de los renglones presos que juegan a ser libres, así vuelan los renglones, cegados por la luz, libertariamente recluidos en lo que no saben ni quieren saber, ¡presa libertad! Nos sentamos, nuestras manos se abrazan, y jugamos a estar eternamente juntos, instante de la recogida de los sueños, de la hora de la tibieza, metidos en la cómoda espera, que en mi caso también lo dejo en cómoda imposible ya muerta espera. Sé del color de tus territorios y tú sabes que mis territorios no tuvieron ni tendrán colores. Noche fríamente fría que se incendia del frío más aniquilador. La poesía es la noche y la noche es la soledad. Pero es la escritura sumergida en su cementerio de sueños. Flores de la tristeza.
Quintín Alonso Méndez



1 comentario:

  1. Dios mío, respira...,defines muy bien los sentimientos.

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