jueves, 28 de enero de 2016


                                 El último sueño de un viejo

 A cada instante que pasa dentro del instante, más te preguntas qué haces aquí, y encima con un extraño. Es tu forma de empezar a irte. Me quedo impotente mirando la oquedad del vacío, con la certidumbre y el miedo delante del derrumbe al que me he de enfrentar. Eso habré de hacer, enfrentarme a le exhibición del derrumbe, enfrentarme a la visión de todo en ruinas, ahí estaré, lo sabes, ante la consumación de la tragedia, siendo yo comedia consumándose. Entre latido y latido está el más oscuro y silencioso vacío, pero está el deseo del latido. En toda la comprimida extensión del instante. Miles de pensamientos, miles de frases caben en este instante de la escritura, pero todos los sentimientos caben en la misma fosa, en la misma sepultura. El cansancio llega a tu cuerpo en suaves ronquidos, que son ronroneos de la marea entre las rocas. Somos mar y somos tierra y somos aire y somos la luz que nos anochece y nos desnuda, y en este instante de la conjunción, somos la hoguera que nos incendia, donde deseo consumirme y me consumo. O somos la nada que siempre fuimos, un canto de sirenas debajo del agua. Soy la mentira que esperaba en la esquina equivocada, de otro tiempo. Sé que me miras y ves mi rostro oculto, me observas, me estudias y decides. Aceptas rendirte. Es el alivio inaudito del aire fresco de haber decidido y haber acertado. El peso no es más que lo que era, una nube ligera que un simple soplo de luz hace desaparecer. Estoy en la burbuja del instante inaprensible y voy a la derrota para que seas triunfo. Fuera de la escritura no existo. En la burbuja sólo está el canto de lo que podría haber sido. Está tu sonrisa besándome. Todas las preguntas que caben dentro del instante, aquí no caben, en las palabras escritas. Muchas veces duelen más las preguntas que cuáles puedan ser las respuestas, porque cada pregunta es un mundo interior que sufre y las respuestas ni importan ni son escuchadas, sólo es el dolor que necesita un poco de aire, el alivio de la brisa, aunque después vuelva a su oscuro y doloroso mundo, a su silencio. Apenas si te hago preguntas, aparte de las cotidianas, «¿quieres beberme y que yo te beba?», «¿me das tu boca, tu saliva, tu lengua?», «¿adónde vas, en tus pequeñas muertes, cómo regresas?», preguntas así, de las que no espero respuestas. Únicamente me hundo en ti.
La escritura se estremece cuando siento los dos golpes secos en la puerta, metidos en la noche, reales dentro del instante, y suena más real que el golpe del frío en la desnudez de la noche, son dos golpes nítidos, reales dentro del sueño del instante, también inaprensible el sueño del instante, una llamada de alguna parte, cada cierto tiempo, cada vez que el instante es más instante, más intensa la presencia de la ausencia, más intenso el dolor del dolor en el cuerpo del alma, y se estremece la escritura con la bulla que arman los mirlos aún antes del alba, se despierta el sueño, o se viene a esta parte donde la soledad no deja de morder, dos golpes secos que parecen decirme «no te duermas», me levanto y me vengo aquí, al instante, a la burbuja de la escritura, envuelto en el rumor de un mar desconocido, donde me sumerjo, donde te sientas a mi lado y me sonríes, imposible escribir la historia si la estoy viviendo. Soy ceniza. Pisa la ceniza, restriégala, y verás que desaparece. La historia arde, se consume en sus propias llamas, enloquece, grita silencios, ato el tiempo a tu presencia, te lo llevarás contigo, a lo más alto de tu ausencia, a lo más elevado, y aquí se queda la historia, atada a la escritura. Serán cenizas. O será un náufrago destinado a errar por el Universo, la constancia de lo que no existe. Aquí está la arena, aquí está el agua y aquí están los dos frascos vacíos, testimonios del vacío. Cuanto más entras en mí y más te siento, más te alejas. Así me cuentan que son las mareas, se acercan a los sentimientos para alejarlos. Libros sobre la mesa, por el suelo, en las sillas, libros en la cama, un libro abrazado sobre tus pechos, la belleza de tu desnudez bajo la camiseta, tus ojos cerrados, la luz pacífica que el cortinaje deja pasar para mecerte, mecer tu reposo apacible de niña de mujer de hembra. Te miro, siempre te miro por primera vez, extasiado. No me interesa el mundo, desintegrado, me interesa matar el poder, todo poder, que el mundo sea otro, lo más distinto posible, y por encima de todo, que el mundo me ignore, no me importo. Puedo abrirme y abrirte mis sentimientos y sentir y decirte mientras duermes que deseo que este instante tuyo tenga las consecuencias de que todos tus instantes sean el instante simple de la vida, del gozo. Yo no sé. Pero me siento orgulloso de que nadie me eche en falta, a eso me dedico de siempre, desde que me nacieron. Quito las abejas muertas de la azotea antes de que las veas. Pero dejo que las hormigas sigan invadiendo el territorio, el tuyo, el de la materia, hormigas que regresan, a resbalar por el columpio de piel de durazno de tus caderas. No te digo nada, me desnudo ante ti, te muestro mi frustración, mi fracaso como loco, mi nada absoluta, y me desnudo y no me ves, más cierto, más sincero, no me miras, no necesitas mirarme, vienes a confirmarme, a decirme que eres mi última oportunidad, que el tiempo apura, como el vino, pero no te secuestro, no te seduzco con mi presencia mágica, con mis poderes, al contrario, me abandono a lo que soy, a todo lo que no soy, nunca quise oportunidades, las he rechazado, no quiero vivir este mundo de plástico adornado con instantes de plásticos, me vendo a la escritura, pero sólo a la mía, al instante perfecto, intacto, mientras abro tus piernas y hundo mi boca, mi lengua, en el océano oscuro de tu sexo. No me digas que es cómodo renunciar, no hace falta que me lo digas, no intentes herir a la muerte herida. O es una herida asombrosa, lúcida, de herida muerta. No me digas que cada uno elige su vida y cómo vivirla, no me digas adiós en cada beso, no te importe que mi muerte sea lenta y perdure en la escritura, soy capaz de vivir y de morirme en la nada en el más completo olvido y silencio. Rechazo la amistad, es penosa, como ponerle vendas a los sentimientos. Y no divago, no soy más que este instante. Me investigas y sabes que es cierto, todo en mí es nada, y no me veas como fracaso mientras me dejas tus labios tu carnosidad tu sublime sexo. Déjame aquí, como la anécdota de un instante inexistente. No sé más. No quiero saber más. Esta historia tiene la humildad precisa como para quedarse estática, firme en sus instantes doloridos pero callados, y callada la historia. Cada vez me cuesta más exprimir la seca esponja de las palabras. No me preocupa, me arrastro, me duelen todos los esqueletos, pero escribo con las palabras que recuerdo. Hace mucho que la salud mata. En la escritura, la luna camina al revés, todo es un contratiempo. Quizás me escondo aquí, y esconderse es ir a contratiempo. ¿Me escondo en ti? Tus vaqueros estrechos, me gusta ver cómo te ondeas al quitártelos y ponértelos. En el instante, cada instante de ausencia de ti o de mí o de los dos, es un dolor mortal. Cuando no estés, ¿por dónde naufragaré? La escritura se escabulle por los surcos.  
Quintín Alonso Méndez


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