lunes, 8 de febrero de 2016


                                   El último sueño de un viejo

En este instante de escritura triste, siento cómo te estoy perdiendo, con la inexorable lentitud de la tragedia, que sé, tristemente lo sé, que de pronto y de golpe caerá, sibilina y silenciosa, como la guillotina en el cuello del delicado cisne negro. 
__Quiero que me vean contigo –y apago y ahogo en la boca los deseos de preguntarte si no se puede evitar el dolor, innecesario mostrar lo que está condenado al derrumbe, y es tu mano delicada en la mía, tu sombra abrazada a la mía, tu luz invadiéndome elevándome derrumbándome lo que procura y me invita al silencio que te muestro apacible, ignorante de todo.
¡Oh!, esta vertiginosa lucidez, metido en los escombros, en mi propia cosecha de piedras secas y polvorientas, lucidez vertiginosa devorada por lo no hecho, por la voluntad de quedarme en la nada más absoluta, en los deshechos, en la nada de las nadas, regando y cuidando las flores de la nada, hablando con ellas, exaltándome con ellas. Nunca un amor me lloró, me lloraron los desamores, tan compasivos, y apenas fue un desamor que se murió en su propia muerte, tan así, tan descarriado un raíl de aldea, el olvido está detrás de cualquier muro, de cualquier muralla construida a base de insomnios y puntadas en las bases de las columnas. Fuera de mí, sin mí, pero hay que darle un vuelco a este mundo, embrujarlo de satanismos, desplazar y eliminar a los santos, ¡tantos santos!, benefactores de la humanidad, darle un vuelco, si pudiera, a los sentimientos de este instante, de esta escritura impronta, pero sigue el rebaño dócil defendiendo la impunidad, defendiendo la esclavitud, disfruta por complejos ancestrales a estar sometido y a su vez tener sometidos a los más débiles, a los renacuajos, invencible la eclesiástica y castrense pureza de la maldad, tan inmaculada, religiosa, patriota, criminal, miro tus tetas y cómo te crecen los pezones, excitados y excitadores, ¡me llaman como me llama el néctar del vino más delicioso, más ancestral!, veo que el color del aura que rodea tus pezones es el mismo color del aura que te rodea y te protege, te aísla, te endiosa, te ayuda al equilibrio entre las tristezas y los sueños, entre los dolores y los encuentros, me crece el dolor de la distancia que ya empieza a alejarse, a desatarse y desligarse de mis pobres ataduras de papel. La escritura también morirá, lo sé, pero eternamente viajará por las dimensiones de lo anhelado y lo soñado, navegará por el mar de la frustración, solitaria, perdida y perdedora, pero navegará o volará o reptará, con su fondo marino o aéreo o subterráneo, atiborrado de viejos futuros hundidos, aniquilados. Quiero mostrarte mis rincones más arrinconados, más escondidos, y me derrumbo, no tengo rincones que mostrarte. Caigo en la cuenta de que mis sacas están vacías, completamente vacías. Entonces dejo que entres en lo que tengo, en mi oscuridad, hueca, oscura por no nacida, por nunca nacida ni tentada a nacer, por no respirada o existida o conocida. Oscuridad a la que el instante le cierra las puertas por un instante, tú, conocedora de mi desconocida presencia, ausencia presente siempre, siempre mi vértigo al vértigo, tú, que quizás llegaste a tocar mi muerte, que quizás la palpaste y sentiste su frialdad su ausencia de mármol. Mi terror pero mi destino. Mi pánico al adiós, pero mi encuentro con el adiós más solemne, más perfecto, redondez de la escritura.
Escritura redondeada por tu estancia silenciosa en el instante, suave y entregadamente silenciosa, y entonces es el instante, tu creación, tu redondez de un instante, de este instante, con el sentimiento de que sientes de que ya llegó la hora, y me cantas la canción, alegre, y te sorprendes, y te ríes, yo no, y entonces en este mínimo instante infinito eres libélula mujer alondra atardecer mediodía descubrimientos alba mujer ola roca musgo agua violeta gemido silencio todo todo todo, ¡ay!, dolor en el más exquisito placer, en el placer más doloroso, inexistente la existencia, ternura de instante condenado a embarrancar. Las flores del rosal, secas bajo la cama, deshaciéndose en el polvo del más olvidado olvido.
Quintín Alonso Méndez


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