viernes, 19 de febrero de 2016


                                 El último sueño de un viejo

La naturalidad de tu beso, de tu apartarme, de tu figura ondeándose, lasciva, lejana,
__ ¿no vas a dejar que termine de arreglarme? 
__Sí… --pero te sigo, me pongo detrás de ti, diosa ante el espejo, pero me oscurezco, lentamente me diluyo. Desaparezco.
Desparezco en tu olor de hembra. En tu presencia carnal de escritura sin cuerpo, pero corpóreas las palabras, sensuales, mojadas, sensibles como briznas de yerba después de la serenada. Cuando el poder hace ostentación de lo que hace, es que entonces nunca sabremos lo que hace. Mi escritura calla, y se hunde, pero de pie, desnuda, triste y ancianamente erguida, herrumbrosa. Suele pisar y caminar por donde la humedad más oscura porque más profunda, falta de luz, ¡ah, la verdadera luz, la luz negra!, me espera. Sola la escritura y con el orgullo de la soledad a su lado. Pequeña escritura, soledad grande. No es demasiado ruidosa la soledad, ni siquiera ruidosa, nada de hrabaliana, sólo se oyen los ruidos de los silencios de los sueños de los pájaros de los suicidios suicidándose. ¡Cómo empequeñezco al salir a la calle contigo de la mano!, tu hermosura bruja deteniendo el instante, deslumbrándolo, haciéndolo mágicamente real, ¡ah, escritura!, tú en la luminosidad de la noche serena, estrellada, fulgor de Venus, yo adentrándome en la niebla, conmigo, sin mí, yendo a ti. Instante donde caben las esperas de siglos, pero donde los siglos de la espera se desbordan, caen derrumbados. Me ves reír, ves mi primera y última risa, es como si la hubieses traído y ya te la estuvieras llevando. ¡Ah, instante luminosamente ciego, veloz como el éxtasis de la nada, cruelmente real en la escritura, imperecedero! Tu mirada, de paseo en barca por la laguna al anochecer, suavemente nevando, me dice que te llevarás todo lo que has traído al instante, a este instante en que me susurras que estás mojada. Y es cierto que cenamos algas, hilos de musgo, cálidas lumbres de susurros y sonrisas, rociadas por un adormecedor y frío vino blanco, uvas negras como el sexo doradas al sol de tu noche que me regalas, una espesura leve de chocolate rozándote los labios, hormigas dulces, sé que dulces, me lo dicen tus tiernos y besadores labios, tus besos de azúcar morena. Me susurras que tu vientre se hunde por el peso de las mariposas. Rozo y palpo tu gemido, que se astilla acuoso entre los dientes, con la mano rozo tu sexo sobre la tela sedosa de la falda, cálida ternura que se abre, deshojándose, hogueras de agua en tu sexo.
__¿Cómo está? – Tu voz se quiebra, se deshace.
__Palpita…
__¿Cómo está…?
__Chorreando…
 Te apoyas en la baranda, la mano se estremece frotando la delicada y carnosa flor que se abre, húmeda, tierna, temblorosa, palpitante.
__No…no…
Nos ahogamos en nuestras bocas.
Se ahoga la escritura, pierde la noción del tiempo.
__No…
En esta parte insignificante del instante, hoy el día se equivoca, se viste de grises telas de algodón y siente la brisa arisca en el rostro, ¡cómo gozo, tendido en la cama, desnudo a tu lado, embelesado y endiosado ante tu cuerpo desnudo!, ¡cómo vibra deseosa y enamorada esta escritura, la suave caricia del roce de un pétalo en cada letra, la anhelada, inexistente historia que tantas veces en el vuelo fue «la historia que no será»!, parte insignificante del día que nos invita a despacio recorrernos, creo que en silencio, tan débiles las palabras, tan derrumbadas y desmadejadas en su éxtasis, tan perezosos los dedos que exploran, indagan, descubren, resbalando por la piel que se abre y se deshoja, lenta y excitada precipitación del deseo que no quiere dejar de ser deseo, este ascendente y férreo ascenso a la blandura de la dejadez, al pletórico abandono de los sentidos, arden las palabras en el agua de nuestras bocas, en esta escritura débil, perdedora, arden en las llamas del silencio de las palabras escritas, mal escritas, sonámbulas, incrédulas en sus surcos deshabitados, perdidas dentro del tiempo que no deja de parpadear dentro del instante infinito de la sed. Estás aquí y me hablas, aunque calles y no estés. Dentro de la escritura. Sólo aquí me encuentran los recuerdos, en la sima de las derrotas, por aquí se pasea desnudo lo más oscuro de mis oscuridades, no existo más que aquí, soy lo que no se ve. No existo en ninguna otra parte, únicamente aquí, sintiendo el sabor almendrado de tu boca, de tu sexo, untadas de miel y chocolate las fresas de tus labios, de tus pezones. Me rebelo ante la enfermedad del cuerpo, no la entiendo. Pero habito en mi enfermedad. En este olor de la tierra mojada, de los tomateros llenos de nidos, en esta brisa que absorbe el aire y lo azulea, en tus palabras de medianoche llamándome a la cama y que me llevan a lo más hondo de la madrugada. Este olor sublime a sexo que te envuelve entre las sábanas, embriaga los sentidos, busco la humedad oscura entre tus nalgas que lamo y disfruto, me aturde este amor que no dejará de naufragar, néctar de mis palabras, emoción de mi tristeza, muelle vacío, en ruinas, de mis nadas más desprotegidas. Aún aquí, hundido en la escritura y desangrándome, no dejo de hacerte el amor, de verterme en ti, gota a gota. Débil, ausente, deposito cada palabra, niebla que me diluye, en la absoluta entrega de mi yo. Me levanto y me asomo a la habitación, trenzas de caricias en la almohada. Me habito de ti, en la escritura, para estar habitado.
Quintín Alonso Méndez


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