viernes, 3 de julio de 2015



Escriturasfugaces


El asiento vacío donde la poesía se sienta cada tarde a escuchar la música
que brota del silencio de las palabras, a intentar pintarlas quizás
con los colores de la niebla, esconde todos los secretos
que las muertes y los temporales se llevaron. También guarda la brisa fría
de los desencuentros, algunas manos entrelazadas que el viento zarandeó.
Hojas verdes que otoñaron. Besos que los pájaros y las palomas
luego picoteaban al amanecer. Fueron al igual heridas que risas
arrastradas por las lluvias a la tumba de la tierra. El asiento vacío
donde la poesía se sienta está asentado sobre arenas movedizas
o son remotos océanos por los que la mente divaga débil y náufraga.
Lejos cualquier vestigio de orilla, de baranda a la que asirse,
lejos la mesa donde las palabras apoyaban los codos a la luz de la vela
y soñaban con un día posarse en tus labios y merecerte.
Lejos las sombras que eran olas negras en el techo y las paredes,
húmedo y triste el dolor que habitaba la casa. Y era miedo, sinsabor del miedo.
Certeza de que el miedo y la tristeza no dejarían de sentarse conmigo
en el asiento vacío donde lánguida y cansada cada tarde se sienta la poesía
a ver pasar los versos que atraviesan los silencios y vuelan a tus labios,
a los nidos de tus manos hechas para las caricias más tiernas

  

Quintín Alonso Méndez

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