viernes, 10 de julio de 2015


Escriturasfugaces



El mundo tiene alas y mis pies se enredan en el alquitrán
de la raíz más profunda y oscura.
El mundo tiene vuelo de altura, de gigante gesto mínimo
que se alza, se eleva, ahí las águilas picotean la luz.
Alas tiene el pez que traspasa las aguas. Alas tiene el hambre
la sed que repta por entre las rocas, desangrándose. Alas tiene el vuelo.
Se alza la negada mansedumbre, el estigma del no a la historia del sí.
Vi agrietarse la secura, la desdichada penumbra del cuerpo pálido.
Vi desparramarse al sol. Vi la columna del humo ascender.
Una mujer me leyó la mano. No me dijo lo que vio,
no quiso mirarme a los ojos, «tienes algo que hacer, vete a hacerlo», me dijo.
Con el imperceptible gesto de la pluma o del pájaro negro, rechazó mi dinero pobre,
«para el viaje», me dijo, levantándose y perdiéndose tras una cortina o un vestido
de mariposas, se agitó el paisaje, se quedó desnudo, inmenso, lo vi desmenuzarse.
En esa esquina del desierto vi cómo se alargaba mi mala sombra. Temblaba de frío
el tiempo de la noche, sin estrellas, sin gatos, sin rastros de planetas.
Impasible crucé la calle, entré en el bar. Le sonreí al mostrador. No había nadie.
Altas horas del vuelo, tan cercanos los territorios que no existen, ¡ah, luna!,
un nombre escrito en la pared. Era un arañazo en el alma cada letra.
Entonces recordé, la mujer que me leyó la mano, sus dedos de mármol rozándola,
«en tu casa no hay paredes», me dijo, y de la mano el vuelo echó a volar
con un vestido de mariposas. Le vi un temblor a la marejada de la noche.
Cuando abrí los ojos, ¡oh, tanto tiempo los ojos mentidos, no viendo nada!,
estaba en el lugar de siempre, sentado, escribiéndote.
Escribiendo la pausa del vuelo    


                                                      Quintín Alonso Méndez

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