martes, 21 de julio de 2015

Escriturasfugaces


Hiciera lo que hiciese me iba a equivocar,
ya me lo advirtió el pájaro de la noche.
La voz de una mujer me clavó la tristeza para siempre
una voz con ojos sacados del frío, de mirada oculta.
Ojos negros les dicen los salteadores de mujeres.
Nadie me creería si dijera que la bella mariposa    
de colores que este mediodía me rondaba en la costa
dibujando trenzas de nubes de la suave seda de tus labios
mientras le pintaba barcas con nombres de sirenas
a las palabras, es la misma mariposa que ahora ronda
en la azotea y me dice todos los silencios
todas las distancias que caben de aquí a tres días.
Nunca una presencia me duró tanto.
Es tan callada y tan sincera la renuncia
que de vez en cuando vienen a visitarme
los insectos que nacen de los versos carcomidos
por el salitre y las lejanas olas que se alejan.
Me saluda la gaviota desde lo alto de su faro.
La libélula se fue hace tanto tiempo
que dejó de tener alas el anochecer de la noche 
violines el rumor de la marea




                                                          Quintín Alonso Méndez

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