miércoles, 15 de julio de 2015

Escriturasfugaces


Viniste desnuda a casa a que te vistiera con las plumas
de mis dedos de mis labios
llegaste cansada, sombras de tierras ocres en tus ojos,
colores de otros mundos, de otros relojes,
llamaradas de llamadas incesantes te reclamaban,
eran pájaros de mal agüero con disfraces violáceos,
te dormiste en un lecho de ternuras desconocidas
pero sin sabores, eran olas sin mar o un mar sin mareas,
extrañamente dulce el sueño, el sopor, liberado el miedo,
te cubrí con alas de vuelos y mirada de pájaro solitario,
no tiraste al mar el reloj del regreso.
Cuando despertaste, yo no estaba. Estaba el cobijo
de la mirada que siempre te esperó.
Te colgaste del cuello del futuro, le cantaste tu canción,
a mí me cantaste la canción de todos los pasados que nunca tendrían presente,
«siento que ya llegó la hora…», esa fue tu canción del «hola»,
a él le mordiste en la boca la canción del futuro, gaviota de agua dulce.
Despertaste y estabas en casa. De un mal sueño se tiene siempre
el frescor de un despertar feliz. Aquí abajo, en el muelle,
las sirenas deformes, sin el sexo de la palabra,
me confirman que nunca llegaste a pisar la isla que no existe




                                                          Quintín Alonso Méndez 

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