miércoles, 1 de noviembre de 2017

La Prosa (15)

«No te sientas importante, quiero decir que no te sientas culpable», le digo a mis pensamientos.
Ya sé que mi vocación de no perder de vista el mar es enfermiza y enferma. En cierta ocasión le dije a mi madre que la poderosa adicción que siento por el mar sin duda es debida a que nací en el mar de su vientre. En su mar. Y moriré en sus brazos de agua. El vientre de madre me llama y no puedo alejarme demasiado.
Muy de cuando en cuando me hago café por las mañanas, ese olor envolvente, cálido, que aún me seduce, de esas veces que el azúcar me picotea en las venas y me pide café con el añadido del veneno de la leche condensada, dulce y golosa droga. Hoy es uno de esos días, apenas si empieza a clarear. Lo demás no tiene historia, el trabajo me espera, pronto he de bajar a la costa, y mientras me preparo, me digo que ya estoy tardando para quitarle la herrumbre a las herramientas, a ver si me acuerdo y lo hago una de estas tardes. Evito poner música, evito recordarla, de manera inevitable terminaría poniendo la música que ella ponía. El parte de hoy arrastra las letras que me enseñó mi madre y los números que me enseñó el diablo. Con las letras apaño palabras para decirle que hoy es viento seco lleno de arena y fuego, que seca el aire, seca las flores, seca los silencios que chapotean en la soledad. Y me seca el tabaco. La casa se inunda de arena, lo seca todo. Con los números nunca me salen las cuentas. ¿Ella? Apenas sé nada de ella. Apenas sé nada de nadie. Apenas sé nada de mí. Pero me preguntas o me pregunto por ella y sólo sé quedarme callado. Lo extraordinario no tiene palabras. ¿Ella? Dejo que las palabras pasen de largo. El cansancio no deja que las distancias se acerquen. Ella. Vino por venir. Todo viene por venir. Hasta la muerte, que bien podría estarse quieta, vine por venir. También he de quitarle la herrumbre al cerebro, no hago más que pensar en disparates y plasmarlos en lienzos sin óleos. Y con estas lonas ya no se puede caminar. Pues un día descalzo, luego a la vuelta pararé en la venta que tiene de todo. Siento defraudar a las infancias que no crecieron, que esperan en la orilla. Hoy no es día de barca. El mar tumbado, peinadas sus aguas minerales, del azul de las raíces más antiguas, por el tiempo sur, pero la orilla es del viento y de las olas, de los remolinos y el oleaje. Son días estos como venidos del pasado, con recuerdos de que en ese pasado eran igualmente días así, como venidos del pasado. No encuentro un presente donde sentarme. Le pregunto al silencio imperturbable del mar si alguna vez fui algo.

quintín alonso méndez

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