miércoles, 22 de octubre de 2014





De «Últimas notas»

Despedidas

Si las mujeres están lejos, muy lejos, la vida te parece bella, muy bella.
Si la mujer está lejos, muy lejos, la vida está lejos, muy lejos
                                                                                              Anónimo


No le hice caso a las palabras del viejo, no le hice caso a mis propias  palabras
que me hablaban en silencio. No le hice caso a la rama seca del árbol
que me pedía que la cortara antes del derrumbe otoñesco.
No le hice caso al viejo, a su advertencia de que el camino se consume
apenas ser empezado, que vas a mirar y ya es tarde,
que la vista se desconsuela apagada y no da para ver ni tus propios pies,
¡ah, esos mismos pies que cruzaron el monte a solas, descarnando las zarzas
y se perdieron para encontrase abajo!, justo abajo en el camino,
justo donde ella y él se besaban, ¡tan olvidados de todo!
¡Qué importaron los arañazos, las muertes que se quedaron allí,
en las cunetas, qué importaron las vidas que se murieron desangrándose!,
¿nos importaron los gorriones que matamos a pedradas,
las ranas que descuartizamos, los lagartos tirados en la hoguera,
aunque yo no lo hiciera, los rabos de los perros y los gatos
incendiados con gasolina, nos importaron? Me importaron.
¿me apartaron por débil, mariquita, por decirles que no,
empezaron a apartarme al primer empujón, al primer «vete, curita»?
No le hice caso a las palabras del viejo, «guárdate de los que te quieran».
No le hice caso a las calmas que se arracimaban para unirse a los temporales.
No le hice caso al viejo, que me dijo que el tiempo se acaba pronto,
¿tan pronto, tan pronto, que ni tiempo a sopesarlo, a decidirlo?
«Tan pronto», me dijo el viejo. Supe de su muerte al día siguiente


                                        Quintín Alonso Méndez        

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