lunes, 21 de marzo de 2016


                                   El último sueño de un viejo

«Sólo soy una mujer», me dices, cuando te digo que eres mi aire, es decir, la razón, el alimento de la existencia. Te respiro, almaceno aire para la travesía, que me dure al menos hasta la suficiente lejanía que me lleve al olvido más apartado, y que allí se desvanezcan los motivos de los recuerdos. Innumerables palabras, invisibles, llenas de racimos de promesas y adjetivos, me rodean, una fuerza magnética inaprensible y poderosa las mantiene alejadas, fuera de mi alcance, las dejo, ¡qué remedio!, que floten y dancen en su atmósfera impenetrable y escurridiza; algunas de ellas, de tiempo en tiempo, por mor de una corriente de aire, por un aleteo inesperado de la brisa al cambiar de sentido, o quizás por un manotazo inconsciente del destino, se desprenden de su órbita mágica, las veo agitarse con sus alas rotas, náufragas dentro de su silencio enjaulado, las miro, las siento descender, zarandeadas y desangrándose por alguna herida incurable, las miro con mis ojos vacíos, sin espacio para el amor o la esperanza, las acojo, y aquí se cobijan, en la escritura de la historia, podrás decir que sin sentido, intrascendentes, pero son las palabras que encuentro o me encuentran, no hay otras. Las otras palabras, las que no encuentro ni pretenden encontrarme, son las libres palabras que crean y habitan y palpitan en tu mundo. Hoy es viento gélido que empuja a las nubes y se lleva todo, o es este viento frío que reside en mí y cada vez, a cada golpe brusco y seco de noche insomne, más me aleja de la materia del instante. Ya sabes que no dejarán de ser las mismas palabras, a veces vestidas de fría oscuridad, pero desnudas y sin nada que ofrecer la mayoría de las veces. Palabras huecas, nunca compartidas y que nunca podrán tener la altura de la voz, la piel de la presencia. ¿Qué es lo que no se lleva el viento? Se lleva todo, o si acaso se deja grises irreconocibles cubiertos por el fino polvo del tiempo. Puede ser que también se deje, como ruinas sin fecha, o con fecha indeterminada, lo que nunca fue. Me gusta ser olvido por los pocos sitios que he pasado, ser ese simple gesto de una esquina perdiéndose por la otra calle. ¿Caminamos por la vereda que bordea el barranco, son pájaros los inquietos y brillosos brillos verdes amarillos azules en los árboles? Tu sonrisa se columpia en la queja de las ramas. El canto de la vida en tus labios. Quiero besarlos y no los beso. No son libres, pertenecen al futuro. Como si de verdad fuera el mar, y no la más solitaria promesa de soledad, regresamos a casa por la costa. Ya no dejarás de llevar el salitre contigo, protegiendo tu aura violácea, del color de las violetas de África.
Por las lunas de tu cuello me perderé en cada madrugada. Seré el más silencioso silencio, el más lejano alejado y el más respetuoso ante tu sueño y tu nido de amor, cerraré los ojos y seguiré viéndote, haciéndole prometer al destino el destino más venturoso y más abrazador para tu vida inmensa.
Quizás tengas razón y nada más morir ya empiece a echar de menos la vida, o la no vida, qué más da y qué más dará entonces. En estos momentos, alguien estará sentado frente al mar, en una roca, mirando las diminutas olas, pensándote, recibiendo con el olor a musgo, el embriagante aroma de tu givenchy. Los días más grises, grises de palomas de arena, son los días en que la escritura no se mueve. Confirman mi inutilidad. Día de calima, de espejismos en la niebla. Gris y arenosa la desesperanza, el acercamiento de la locura a la orilla, al abismo. Grises las palomas. Voy entrando en la casa de la locura, que en este instante es la casa de algo que quiso tener vida. Y aquí me quedo, preso en esta tierra libre. Pertenezco a la pereza de este lugar. Estamos obligando a la naturaleza al nomadismo forzoso, y la vamos encerrando en míseros y culpables campos de concentración. Nos une un puente de palabras, por donde los latidos caminan descalzos. Un puente de palabras que atravesamos en tiempos distintos, por donde quizás nos cruzamos en un mismo instante, con un tiempo de ida y otro de vuelta. Con tu hermosa voz, cantas luna de miel, y no es a mí, estas lágrimas son la poca ternura que me queda. Miro el cigarro que se consume, se consume, apenas si le queda la colilla, miro y ahí veo toda mi vida, un cigarro consumiéndose, que se apaga, se acaba.
Quintín Alonso Méndez


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