miércoles, 9 de marzo de 2016


                                    El último sueño de un viejo

La historia se va desangrando y desgajándose a su manera, libre, solitaria, tan perdedora desde aquí, desde mi yo, merecidamente siempre abandonado hasta por mí mismo. Me siento incapaz de descifrar la historia, de traerla a la escritura, me siento demasiado enfermo para lograrlo, estoy en las nubes, pero nubes subterráneas, donde todo se me escapa, como el agua por los sumideros. Veloz, la vida se me escapa por los agujeros negros de las noches, lo siento en cada punzada de cada instante de cada día. Hasta la fiebre es una lejana lejanía que no forma parte de mi persona. El instante es justo esa lejanía que marca la orilla, el abismo perfecto que al unir, separa. Hablo a solas y la ronca y desconocida voz venida como de ultratumba, me asusta, me inquieta, ¿quién habla desde dentro de mí, quién ocupa mi cuerpo, de dónde vengo y adónde no voy? ¡Ah, instante indeterminado! ¿En qué lugar de la balanza pones la justicia de lo justo, en el error, es decir, en el equilibrio, en el preciso instante en que dos caminos se cruzan?, «quiero vivir, ser una mujer normal a partir de ahora», me dices, me sorprende que el viento vuele hacia atrás, aúlle hacia dentro, rompa todo lo que no sea materia. ¿Y por qué nada me sorprende? Ni siquiera me sorprende el gemido que me quema las entrañas. Invariable el pulso de este territorio donde no hace frío nunca. Hace mucho tiempo, me dedicaba a escribir futuros, ahora escribo el pasado de un futuro que no fue. Y lo que no he dicho, pero he de decir, aunque innecesario e inútil decirlo: el momento de la escritura no es otra cosa que el instante, y este instante sólo late cuando es leído. Escribo y me vacío, vertiéndome en ti, me lees y la escritura ya sólo es vida que dormita muerta bajo la losa de la tumba, cenizas esparcidas por los campos, dentro de las tapas del libro. Veo imágenes de todo lo que me hablas, y también de lo que no me hablas.
La lluvia con viento despierta al frío, lo atrae. El frío con lluvia ayuda al viento a que se lleve, tierra adentro, calle abajo, por los aires, como sea y por donde sea, cualquier hoja seca que impida la visión de los esqueletos de los sueños, fosforescentes como las luciérnagas. Llamo nostalgia a los futuros que no existirán. Los pasados me confirman la no vida y reafirman las no vidas que me faltan para la redonda rotundidad completa de mi no vida. Solo y sólo camino por la escritura. Hay muros de piedras, barandas de mañanas muy tempranas, apenas clareando, hay un olor a incienso que entra por la ventana como un verde pájaro ceniciento, y otro olor a musgo posado en la humedad de la serenada, el mismo roce en la cara, la misma sensación que el de dos vírgenes bragas verdes que aguardan y guardan lo que no será, como dos alas, como dos cuentos, el de ida y el de vuelta que no volvió, escritos por mí, para mí, pensando en ti. Cada vez me aparto más de la felicidad de las gentes y más me acerco a sus tristezas. No voy más allá, me acerco quedándome alejado, como se queda la mano extendida y vacía ante la brisa. Podría curar, sanar, aliviar las pequeñas heridas, cambiar las mentes, inventar mundos de infinitas dimensiones, hacer armas de vida de la esencia del dolor, podría ponerle pájaros cantores a cada derrota, mimbres del próximo nuevo sueño que te abrace, pero no, dejo que a su aire siga el curso de la cosas, sin mi presencia ni intervención, renuncio a todo dios. Renuncio a mí. Que la vida la construya quienes quieran vivir. Anochece, enciendo la vela blanca, «háblale», me dices, y le hablo, a mi presente, a lo que siempre será mi presente, a la muerte, a las muertes ya acaecidas y a las próximas muertes. Le hablo a mi muerte y así le hablo a la vida, «vuela, vuela y no te detengas, no mires atrás, vuela lejos, lejos, lejos, y nunca dejes que un barranco de viento te traiga de vuelta». ¿Es éste el instante del instante más muerto, el instante de la soledad serena?
Quintín Alonso Méndez


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