lunes, 19 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo

Ta ataré a la luz    leí en unos labios de invierno
pero remota    
la palabra    
     no deja de descender
atándose           en trenzas retorcidas a la noche
unidas como el ojo y la mirada    se adentran en la oscuridad
tan lejos la luz y yo    como la vida y la muerte
a las que solo     las separa    un hilo de cristal
ahí en la unión de las dos espaldas   en el eje  del pensamiento 
ahí reside y ahí habita     la distancia.
En ese hilo del mimbre del cristal    de la orquídea violácea del coral más azul
reposa sublime la eternidad y reposa empobrecida toda la nada
las palabras sordas no hablan
así tampoco la ceguera escucha los gestos que se vencen
siente el árbol el desgarro de la rama
como una herida que no le pertenece y soporta   
     así se sostiene    en la entrega a la luz y al agua
siento cómo me invade el dolor intruso
lo que recibí a cambio de abrir las ventanas
¡que se cierre el ventanal de la brisa      el firmamento de los astros!
¡que la tormenta no tenga piedad de los cobardes!
Cierro cada ventana     despacio    con esa paciencia que da
     el no tener recuerdos     ¿qué hace este bastón entre mis manos?
y ahora que los nombras   
       ¿cómo se llamaban aquellos labios
              de invierno?
Te ataré a la luz     dijeron
     y la gaviota se aleja
tan dulce como la bondad de una mentira
     tan asesina
¡qué bellas sus alas desperdigando los destrozos del mediodía!
así fueron aquellas manos despidiéndose
desde la baranda  




                                                     Quintín Alonso Méndez  

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