viernes, 2 de febrero de 2018

La Prosa (44)


Después es más tristeza, más desolación, es cuando se sienten las astillas clavadas, ardiendo como solo puede arder la vida en carne viva, las piernas doblándose; Hombre, en el desmayo, agradece la vida que le viene, que le es regalada –fue soñador y es hijo de los sueños--, pero sigue escarbando, tiene que haber un motivo, siempre lo hay, no es posible «los no motivos», no puede ser todo tan absurdo. La tierra lo está embaucando, cada vez se siente más simple, más en el «hola», y más en su ambiente en el «hasta más ver», se agradecen las cosas de a diario que simplemente pasan, sin más, sin detenerse, sin delirios de quedarse. Los desgarros son las raíces enfermas de la religión. Se miran, se abren las flores, brilla el verde con el pálido sol; Perro, inquieto, no deja de dar saltos, en sus intentos infantiles de alcanzar mariposas o de jugar con ellas. El jugador de dominó ya está a la puerta del bar. Son saludos mirando hacia la lejanía, pero viendo lo más cercano, palpándolo, laten los sentidos. Desayunan envueltos en el olor a café, un olor brujo que Hombre ya no dejará de asociar con el olor íntimo a hembra de la mujer. Luego, de recuperar fuerzas Hombre, de saborear el aguardiente el jugador de dominó, de desayunar y beber agua Perro, de la mirada furtiva, fugaz, entre Hombre y la mujer, de la atmósfera extraña que envuelve al jugador de dominó, Hombre, el jugador de dominó y Perro toman la vereda que asciende cada vez más vertical y más sinuosamente. Antes, abajo, en el falso llano, saliendo del pueblo, se han detenido a observar a unos muchachos jugando a la pelota en un pequeño campo alfombrado de yerba y piedras, algunas amapolas rojas, ve a la vida correteando, divirtiéndose, como niños, o gatos, o perros, le vienen aquellos sabores, aquellos sentimientos, el dolor y la alegría, la victoria y la derrota, de cómo tenía que ponerse yerba en las botas para suavizar las llagaduras, «vamos», dice, y continúan el ascenso adónde. Le duelen las rodillas cuando el jugador de dominó se detiene y se sienta en silencio sobre una piedra redonda, lisa, «mi buen sitio», dice, y deja que la mirada resbale por el paisaje. El silencio toma las formas que le impone la brisa, un silencio fresco, con oxígeno, con la medida de los insectos y el orégano. Al rato, cuando las lomas y los riscos se han asentado en la respiración, en sus verdes y sus inmensidades, el jugador de dominó le señala con el dedo un poco más abajo, Perro moviéndose por entre las piedras. Hombre ve una piedra lisa alargada, sumihundida entre los matojos, del tamaño de una tumba, cóncava, como un cuenco, le parece que es «el gran nido de los silencios», «la llamamos la barca de piedra, esto antes era una aldea, ahora es Pueblo Grande, yo nací en la aldea, ahora soy un fantasma en el pueblo, y mire, el pueblo es el pueblo y el bar es otro pueblo, dos pueblos distintos que no tienen nada que ver, aunque los personajes del bar sean personajes del pueblo, creo que me entiende, en el bar me olvido de mí, aquí no. Sé lo que busca, pero a ella no le mencione el mar y no deje que lo vea en sus ojos. Su hombre partió un día, ya hace años de eso, en busca del mar y no volvió, fue tragado por su boca voraz, ¿entiende?, la barca de piedra, mi buen sitio. Yo también buscaba el mar pero me he quedado aquí y creo que ya sabe por qué, aquí, fuera de la aldea, fuera del pueblo, ¿entiende lo paradójico de la vida?»,

quintín alonso méndez




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