miércoles, 21 de febrero de 2018


La Prosa (49)

Acto o día nueve. No hay nubes. El viento está suspendido en lo alto, como el cernícalo. Atrás, en Pueblo Grande, una mujer y un jugador de dominó hacen el amor junto a la chimenea. A través de una ventana (las hojas abiertas), el barranco abierto, desprendiendo alas de niebla, acoge todos los silencios. 

Aún es oscuridad. Perro y Hombre están de acuerdo: aunque duela, aunque mayormente no se tengan ganas y la comodidad implore pidiendo demorar la estancia, hay que proseguir (después de una página hay otra página, hasta que el libro se muere, se acaba –«pongo el libro acabado en la estantería (en su nicho), a ver cuál empiezo ahora»). Entra una luz muy débil por el cortinaje de la ventana, la abre y aspira hondo. Luego –ya Perro en la puerta, esperando para salir— escribe en una hoja de papel «gracias por leerme», la dobla y la pone sobre el libro, en la pequeña repisa, se echa la saca al hombro, abre la puerta y salen. Un mundo vivo se ha quedado dentro, fuera el recibimiento es de indiferencia. Sonríe apenas, al acordarse del jugador de dominó: no sabe qué rumbo tomar; por de pronto atravesar el pueblo, pero Perro ladra moviendo con insistencia el rabo –le reprocha--, y jalando con sus ladridos en dirección al bar. Quiere despedirse. «De acuerdo», lo sigue por la vereda que bordea el barranco, le viene bien volver a respirar este lugar de amor, el olor de la tierra mojada. El bar está abierto y Perro entra sin esperarlo. Se queda fuera, sin atravesar la calle, apoyado en un viejo pino, la saca a su lado, en el suelo. Al rato, salen la mujer y Perro a la puerta del bar; desde lejos se miran, así se lo dicen todo para quedarse en ellos para siempre, un ligero movimiento de la mano de la mujer, Perro salta, le lame las manos, ladra y luego corre hacia Hombre que ya se ha colgado de nuevo la saca al hombro, ha dado la vuelta y  empieza a caminar por la carretera que atraviesa el pueblo. No se ven las lágrimas del mundo. Lo cruzan despacio, llenos los dos de vivencias, de tener conciencia de que una parte de ellos se queda para siempre en Pueblo Grande, un asomo débil de lágrimas en la mañana que despierta. Sin detenerse, Hombre va apoderándose de cada detalle, Perro muy pegado a él. Las voces empiezan a habitar el pueblo y ellos se van. Durante un trecho siguen la carretera; Hombre, como si se despertara, se detiene, ¿la tentación del regreso? No sabe para dónde tirar y mira a Perro como pidiéndole ayuda, pero no, solo necesitan respirar, desprenderse del lugar, de lo que no les pertenece, momento de sacudirse las emociones como pulgas, ¡qué extraña es la vida!

quintín alonso méndez

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