martes, 28 de junio de 2016


                                    El último sueño de un viejo


Prolongándose la tristeza porque en algún momento de lo que será mañana, ah, derrumbe insaciable, devorador, en algún momento y en algún lugar de la resbaladiza memoria, las dos gaviotas ya no volverán, la pareja de cernícalos al fin lograron su propósito, supieron esperar el momento más débil de la debilidad y devoraron el huevo que eclosionaba, la cría que ya rompía la cáscara, el envoltorio que la protegía y del que pronto saldría a la luz ciega de este planeta salvaje. Me quedaré triste, más triste, más despojado con una congoja que se sumará a la confirmación del abandono, de que todas las naves partirán. Seré más pesar, más abandono. Más soledad.
Me crecerá el miedo a estar despierto en las profundidades de la noche, también el miedo a dormirme.
En un punto indeterminado del derrumbe, grotesco derrumbamiento patas arriba --toda catástrofe propia invita a la risa y a la burla ajenas--, con los sentidos descosidos entre ellos, desgarrones de sus pieles, cada uno vagando por su cuenta, desconociéndose, ignorándose, perdidos en un rumor espeso, mezcla y mesturanza de silencios y de estallidos en la mente, creeré oír voces, voces mezcladas pero voces limpias, como dardos, como separadas por indestructibles paredes, aislantes paredes transparentes, voces que algo me dirá que conocí hace tiempo, pero que no sabré identificar, voces sin rostros que me llegarán de fuera, de fuera de mí y de fuera del espacio, pero voces que oiré retumbar, como parpadeos de campanas lejanas, dentro de mí. Voces gruesas pero suavemente suaves, finas como hilos inconfundibles de agua. Con la sensación simultánea de voces llamadoras y voces alejándose, también despidiéndose. ¿Adónde se irá el mundo? ¿Adónde, después de que me deje completamente vacío, después de que todas las naves hayan partido? Voces cortadas por finísimas hebras de cristal, limpiamente separadas entre sí. Pero una voz. Una voz. Solamente es una voz invadiéndome, ocupándome desde todas las dimensiones. Ataviada con todos los vacíos, con las vestiduras de todas las distancias. Única voz con todos sus espacios, pero sin tiempos y sin espacios. Voz que no procede de ninguna materia, aislada, sin palabras, solo son acordes, recuerdos de que la materia, la esencia de la materia, no estuvo, de tan material que estuvo, de tan fugaz. Pero voz que vendrá a decirme que no estuvo, que no podrá irse de donde nunca estuvo. Voz que quizás busqué en los labios de la brisa y que vendrá a decirme que un desgraciado accidente del espacio en el tiempo hizo que nunca estuviera. Un zarpazo de viento o de miedo. En esa voz veré de cuando en el inexistente instante, instante de escritura, me despertaba en la noche, de latido en latido, y allí me quedaba, embebido en la luna de tu cuello, en los negros bosques profundos de tu larga cabellera extendida en la almohada, a veces me levantaba, incrédulo, y miraba por la ventana, ahí donde la osa mayor me marcaba el norte, tu origen y tu destino, e incrédulo y temeroso, me volvía, y ahí estabas, hermosamente dormida, sueño profundo, inconcebible, de mi alma. Con miedo, torpe, me acurrucaba en ti, cerraba los ojos, y te veía, te veía, paisaje de mi mundo, mi materia, mi aire. Mi vacío tocaba tu materia, la materialidad desnuda de tu ser.

Será entonces, en el derrumbe, en la oscuridad completa, el descubrimiento de la nada, la placentera pena de perder el tiempo, de dejarme llevar por las dejadeces, una forma pobre de sentirte a mi lado, de hundirme en la escritura y tener la sensación de que en algún espacio de la infinitud del espacio, en algún instante, estuviste aquí. Mágica y dolorosa escritura. Cerrar los ojos y verte en la escritura, ver cómo se estremece la tierna flor en su tierno tallo, un abanico de arcoiris, el vértigo, y en el paisaje con sus graznidos el mirlo enfrentado al cernícalo, intentando alejarlo del nido. Será placidez, tristeza, abandono, la sensación indescriptible de los sentidos perdiendo el sentido. Irremediablemente, te pensaré, en cada destrozo del derrumbe, en cada astilla que se me clave, en cada golpe de brisa, en cada átomo de instante, en el relampagueo del sol de la luz, mordiendo y arañando cualquier resquicio de recuerdo. Todo será tú. Toda tú. Tú, la mujer que habita el mundo y no me habitas a mí aunque habites en mí. Más allá de la eternidad. Veré la mayor ternura y la mayor delicadeza en el pájaro con sus crías, ese pájaro me dirá que para amar, primero hay que amar y luego atreverse a amar, ¿dónde me quedé yo, tan lejos, tan antes del origen, tan alejado del amar? ¿Y por qué de pronto unos remolinos de viento, y se pondrá a llover? ¿Y por qué de pronto el espacio detendrá al tiempo, desaparecerá instantánea la lluvia, y mudo y quieto el espacio le quitará la tela blanca a la niebla y brillarán quietos inquietos el verde y el azul, y por qué entonces, tú, invisible, desnuda, serás la brisa que me hiera y me aturda y me más me entristecerá, ¡ah, mis manos vacías!, inmóviles, detenidas en el instante, en tu desnudez con la mía? Esta distancia dentro del derrumbe, que unirá y atará como un abismo, y al abismo, al derrumbe me atará. Justicia de soledad, justicia de infernal frío bajo un sol pálidamente pálido vestido de pálidas nubes.   
Quintín Alonso Méndez

2 comentarios:

  1. Muy bello. Pero muy triste. Cuando acabará, cuanto abarcará?

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    1. Cuándo acabará? Nunca!! Aún quemando la última página
      Cuánto abarcará? Todo!! Reescribir eternamente sin tinta ni papel

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