jueves, 16 de junio de 2016


                                    El último sueño de un viejo

espacio cero

¡Ah, el azul de la tarde!, ¡ah, la soledad!
   En lo audible estará lo nunca oído, y que al ir a ser oído será el más absoluto silencio dentro de la caja de la luz más ciega, del resplandor más ciego, en la más perfecta ausencia, en el silencio más íntimo, más desprendido, solo en la soledad contigo y en la oscuridad la luz de tu esencia. Es cuando dejaré de oír, aun escuchando las sensibles y sensibleras derrotas de un mundo que ya no será el mundo, a la deriva el mundo, al carajo el mundo, mi mundo. Si yo fuese dios, renegaría de dios, insoportable en la concha de su vacío, pero más insoportable en su obsesiva pretensión de ser dios, más allá de todo, perfecto, intachable, dios de los pagadores de impuestos, nunca redimidas las culpas, nunca pagadas, ¡ah, los salvadores de dios, dichosos esclavos!, ¡ah, bendita vida que veo pasar a diario y que no viví ni viviré! Y las lágrimas son porque una ternura es una ternura, escribiré en el bar de la atalaya.
Claro que hablaba y hablaré con el perenquén, hasta que decida irse, o más bien, antes de que termine de medirme, me devore, me trague, ¿con quién, si no, iba a hablar?
También oirás la voz espesa y gruesa de un viejo, voz borracha. Lo oirás sin verlo y sin verle la voz, metida la voz borracha oliendo a meados, y metida tú en la noche, en la recóndita noche,  en un oscuro callejón, sentirás latidos extraños pero reconocibles, oirás, a medias tintas, sus palabras estropajosas, pero sentirás que te está cantando a ti, pobre viejo borracho y sin oído, tambaleante, atravesado por incontables heridas de muerte, flojas las piernas, hinchadas de tanino, balbuceante la canción, desperezándola, desperezando la pereza, ah, mórbida pereza, seguramente tragándomela, cuchillos en fuego hirviente, un verdadero desastre.             
A cada paso que dé, más será lo inmóvil. Más espacio sin espacios. Oh, sueño, fatídico sueño último sueño redentor aniquilador sueño. No sabré medir el tiempo, las medidas del tiempo, dejaré de saber en qué tiempo estoy a cuánta distancia del inalcanzable origen, ya olvidado de lo lejano, a cuánta del término. No sabré medir el espacio sin espacios, barridos los espacios, llevados al insignificante espacio que pueda haber en un instante vacío, oscuramente vacío. Pensaré en aquella tu sonrisa que ya no veré, hecha con pinceles, con gestos de pájaros. Inexorable, la rueda del tiempo seguirá triturando las cada vez más débiles imágenes, irá desapareciendo el paisaje, pálida niebla adentrándose en la oscuridad de lo más recóndito, vaciándose la memoria. ¿Tendré sueños contigo?
Quintín Alonso Méndez

  

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