miércoles, 22 de junio de 2016

El último sueño de un viejo



¿No dejaré de buscarte, aun sabiendo que no te buscaré? Porque no se busca lo que se sabe que no se va a encontrar, ¿o sí, y precisamente por eso? Quizás por eso nunca me encontré, porque nunca me busqué.
Sabes que no dejaré de buscarte. Pobre escritura. Paisaje mío.
Pobre escritura perdida y perdedora que no dejará de perderse por entre los escombros del derrumbe. Un gato negro me seguirá al principio por las ruinas, pero pronto se quedará atrás, retrocederá, se volverá, huyendo de la palpitante y viscosa boca oscura a la que me dirijo. ¿Por qué, cada vez con más insistencia y perseverancia, se me escabullirán los pensamientos, y con ellos los sentimientos, como el agua por entre las piedras? Por ejemplo, ahora, que bajaré la calle, mi única calle, sin pérdidas, y creeré verte y creeré saludarte, me creeré un chiquillo y cantaré sin saber qué canto, y sentiré que hago lo que nunca te gustó que hiciera, posar mi mano en tu nalga, y será entonces una mirada hosca, agresiva, casi chillando, alejándose, diciendo en voz alta, «¡y qué coño le pasa a este loco viejo verde!, ¿por qué no va a toquetear a su madre?», y eso, duramente, me traerá de vuelta al principio, adonde me corresponde, a la precisa distancia donde no sea visible, y habré de entenderlo, aunque la mente no me ayude mucho y se vaya por ahí, por su cuenta, profundamente egoísta, indiferente, ignorándome. A eso iré, condenado por el cansancio de los años apáticos, a la indiferencia. Entonces ya no me dolerá ningún dolor, tampoco ninguna alegría ajena. Desnudo o deshabitado de puntos suspensivos, paréntesis y metáforas. Ah, la gente sabia, que me procura y se preocupa de buscarme distancias, y que entre esas distancias haya lo que nunca conocí, un interminable océano. Volveré, despaciándome, despacio y alejándome, a la atalaya, con mi vieja y ruinosa libreta, con mi lápiz lila, mi paisaje lila, mi azul lila. Me gustará oír cantar al gallo a las cinco de la tarde y al grillo de la medianoche, anuncio de muerte propia, particular, un canto o grito hacia dentro que rebotará en las entrañas y romperá en mi boca como una erupción, arcadas ensangrentadas preludiando los vómitos terminales.
Pobre escritura que necesitará de más pausas y de más silencios aguardando a que algunas palabras dulces caigan de la transparencia de lo que no habrá, de más pausas por la falta de aire, tan abundante el aire aquí mismo, rodeándome, y tan agónica la vida ante la falta de aire aquí dentro, ¿qué será la ética, aparte de un pañuelo de seda desgarrado, colgando de un hueso de palo en pleno desierto? ¿Qué fue de la ética?, le preguntaré a ese mi yo que se sienta a mi lado y nunca me habla. Será hermoso contemplar lo que ya no está, lo que huyó de lo que no hay, de lo que nunca hubo. El gato negro, una noche, una noche más dentro de la única noche, se confundió en la noche con la noche, me arañará los ojos. Entonces realmente lloraré. Sangre. Pobre escritura, enloqueciendo. Algún día constatarás lo que dolerá la noticia de no haber sido.      
Quintín Alonso Méndez
    

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