martes, 24 de mayo de 2016

                                           
                                     El último sueño de un viejo

__¿Y no te arrepientes de no haber aceptado ser el negro de tan ilustre personaje? –ella dando por sentado que ya sé de quién se trata, sin saber que ni siquiera me he preocupado de asomarme a las “magníficas e interesantes páginas de cultura” de la prensa.
__No –le diré, como si le estuviera diciendo no a su pregunta de «¿has publicado algo?».
__Al menos habrías ganado algo de dinero, aunque hubiese sido poco, y el libro hubiese sido más interesante, eso seguro.
__¿Por qué piensas eso?
__Aunque nunca lo sepas, eres un gran escritor.
__Ya no escribo –le diré, igual que le hubiese dicho «ya no suelo venir por la ciudad».
__¿No?
__No.
__No te creo.
Vendrá a protegerme mi consabido encogimiento de hombros.
__Algunas frases sin sentido de tiempo en tiempo, en esta vieja libreta de campo –se la señalaré, mustia, descolorida, siempre a mi lado. Su carcajada estallará desnuda, trayéndome recuerdos de fresas y almendras en la boca. Me estremeceré.
__La recuerdo. ¿Y frases sin sentido, dices? ¿Por ejemplo? –sentiré el tiempo detenido, sentiré que a veces los sueños, como los cíclicos pájaros de la primavera, vuelven para hurgar en las heridas. Abriré la libreta en el sueño, por donde se le ocurran a mis manos secas.
__Una vez existió en este lugar un árbol y un banco de piedra –le leeré, extinguiéndose la botella de vino blanco, seco, frío.
__¿Y qué te dice esa frase?
__No sé. Quizás los primeros besos, quizás los últimos.
Su mirada se volverá dulce, «el vino», me diré. Perderé la mirada en el bosque oscuro de la libreta, oiré al silencio desgarrarse entre las hojas, la misma luz agradable en el patio, el mismo tiempo, la misma hondura triste de un recuerdo difuso pero que incansable, tenaz, no deja de palpitar, la niebla envuelve el bosque.
__¿Te atreverías a escribir algo, algo corto? Estamos con una antología de cuentos, y no te prometo nada, pero podrías estar en ella.
Le agradeceré, con uno de mis acostumbrados silencios, su forma de animarme, de darme la mano, sin comentarle que lo de los cuentos me viene bien, «cuentista que eres», sonará en mi cerebro como estallidos del badajo en el bronce, y me vendrá entonces el recuerdo futuro, muy cercano, de cuando con la sangre aún caliente oiga las doce campanadas anunciando mi muerte. Incrédulo me palparé, incrédulo no me sentiré, pero sí sintiendo la pureza de la soledad, la soledad más pura, de la astilla del palo.
__¿Algo así como el último sueño de un viejo? –y será en ese instante, justo en ese instante, ¡ah, instante terrenal sin materia!, cuando recordaré cuánto te exasperaba, te crispaba, te ahogaba, te asfixiaba, te desesperaba, te desquiciaba, te agobiaba, te rendía, «me hiciste mucho daño, ahora con tu dolor ya sabes el dolor que me hiciste sentir», ¡ah, destino de la flecha que rebota en el eco y me atraviesa!, porque nos gobiernan más las malas posiciones de los astros que las buenas, si es que alguna vez hubo una buena posición y disposición de los astros, y ahí, justo en ese instante seré el regreso de la conciencia, consciente de esta larga travesía que será más allá incluso de la muerte, o es que la muerte ya se instaló desde el origen, desde el inicio consciente de la larga travesía.
Quintín Alonso Méndez

3 comentarios:

  1. Mañana nos vemos...

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  2. Aquí te espero...hasta pronto...no te retrases...te hecho de menos...

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  3. la ortografía nos desvela...quien no es

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