jueves, 19 de mayo de 2016


                                          El último sueño de un viejo

Sentiré que ya irá siendo hora de hacerme un hombre, aunque sea para recibir a la muerte.
Recordaré, sin saber a cuento de qué, que el tiempo va poniendo a cada uno en su sitio. Ya no me preguntaré cómo será tu mar, lo sabré abundante de especias, de navegaciones y frutas. No pensaré más que en la forma de no invadir territorios, de caerme solo y si no pudiese levantarme, arrastrarme solo. Que los gritos del dolor solo los oigan mi soledad y mis días y noches, callados, austeros como la nada más allá de la nada.    
Entenderé que las mentiras aparentemente sin sentido eran la armazón, una disciplina, para las venideras muertes sin sentido. Me sabré sin futuro y me sentiré asombrosamente bien, porque me iré sabiendo cada vez más en la esencia de la nada, más alejado de la molestia de molestar, de violentar territorios sensibles, habitados.   
En una de las siguientes mañanas venidas de la oscuridad del insomnio, y viendo hojas sueltas entre libros olvidados, con renglones ilegibles de viejos y con mi propia letra que ya no reconozco,  me acordaré de la relaciones públicas de la editorial porque el impulso de la escritura ilusamente siempre regresa, aunque cada vez sean más espaciados sus espacios y sus tiempos, y en uno de esos momentos absurdos de los que tanto me abundan en cada día, querré verla. Con muchos esfuerzos, casi a regañadientes, me prepararé para acercarme a la lejana y distante ciudad. La caminaré más despacio que de costumbre, despacio y con tiento porque el tiempo pesa, poco a poco reconoceré las calles sin dejar de tener la sensación de estar flotando fuera de mí, ausente de mí y ausente de todo, y como un sueño que no me lleva al sueño, reconoceré sobre todo aquella calle que aún conserva vestigios y pasajes centenarios, aquél paseo, el palmeral, el banco, donde me sentaré, pondré la mano en su piedra húmeda que sentiré latir, creo que hablaré solo y me preguntaré si hubo besos en ese banco, si hubo un anuncio, una derrota, hilaré recuerdos borrosos con deseos de recuerdos, me haré la escasa ilusión de un hijo porque me diré que hubo ternura, sensaciones tiernas que nunca había tenido, de que miré tu vientre, donde posé la mano, ¿hubo un temblor, un hilo tembloroso entre tu vientre y mi mano, un latido leve, ausente, pero latido, un latido de un futuro que no llegaría nunca a existir pero que se quedó grabado en el banco, bajo las palmeras, en la escritura? Después de una o dos horas, la relaciones públicas, que cree recordarme, aceptará recibirme y me recibirá su hermosa sonrisa que ya no recordaba, esa sonrisa que siempre pensé que me dedicaba compasiva y ante la que yo me preguntaba «¿tan mal me ve, que ya alcanza a verme como me veo yo?», agradecí infinito la suavidad de su mano en la mía, como un regalo, y será mi mano quien reciba la dulzura hermosa de su sonrisa, «tu no libro no vale mucho, pero está por todas partes», y me ofrecerá su risa libre, radiante, alegre, le diré que llevo siglos sin entrar en una librería, ni siquiera de ver sus cristaleras, preñadas de portadas de todos los colores, «¿y eso por qué?», ¿por qué se me encogen los hombros y se me dobla la espalda a cada golpe de la vida?, «ando perdido por ahí, por lo que no tengo», pero le diré, sin oírla, «¿podría invitarte adonde aquella vez?, aunque tendrías que guiarme, yo solo no sabría llegar», no me dolerá su carcajada, los pájaros libres que revolotearán en sus labios, «¿y recuerdas dónde me esperaste?», «eso, sí», le diré, «pues entonces, si estás dispuesto a esperarme hasta las tres de la tarde…», «claro», sin decirle que no me importará esperar, que aún me quedan ascuas de los tiempos de espera, «vale entonces». Pero no me será fácil llegar a la terraza donde la esperé hace ya tiempo, equivocaré el sentido de la calle, de los pensamientos, que inconscientes querrán irse pendiente abajo, desde la puerta del manicomio, bajo los flamboyanes y los plátanos. Me sentaré a la misma mesa, como si estuviese esperándome, en la terraza de la cafetería, y como un niño me pondré a ver pasar a la gente, a escuchar voces vivas por todas partes, envolviéndome en lo que siempre será nostalgia y amargor, confundiré siluetas, cabelleras, formas de caminar, gestos, sonidos de voces, y para que el rito sea circular, pondré sobre la mesa la vieja libreta de campo y el lápiz lila. ¿Te nombraré para mis adentros? Sí. Volverá a ser de tres cervezas la espera, pero espera más lenta, cervezas más espaciadas, sabores más desangelados, sabré que no estoy porque todo el mundo pasará indiferente, sin verme, solo el camarero se acercará cuando me vea la botella vacía, y le asentiré, aceptando que la renueve, al menos la cerveza, por otra llena, que su cristal me transmita su frío solitario, de ausencia. El «hola» hará que me estremezca, pero enseguida me vuelve el vacío, el dolor intenso del vacío, aunque sea brisa la mirada de la relaciones públicas, «¿vamos?, prefiero tomarme un aperitivo en el restaurante». Sentados en el patio, liando un cigarro, me parecerá que el tiempo no ha pasado, pero enseguida entenderé que será un simple ramalazo de vejez, que el patio no es más que un espejo iluminado mostrándome un paisaje antiguo. Ella me traerá al presente.
Quintín Alonso Méndez






4 comentarios:

  1. El no podía amarla, pero la amaba con locura.

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  2. Cualquiera que sea la pregunta, la respuesta es el Amor.
    Cualquiera que sea el problema, la respuesta es el Amor.
    Cualquiera que sea la enfermedad, la respuesta es el Amor.
    Cualquiera que sea el dolor, la respuesta es el Amor.
    Cualquiera que sea el miedo, la respuesta es el Amor.
    El Amor es siempre la respuesta.
    Porque el Amor es todo lo que existe.

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  3. No es que no pudiera amarla, es que temió hacerlo....temió hacerlo fuera de su barco desde donde se oyen niños en piscinas, desde donde se ven los picos magnéticos más altos del mundo, desde donde se oyen los celos de los gatos llamando al amor sin memoria. Ella le tendió su mano pero él se mareaba en tierra firme. No fue cobardía, fue temor

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  4. Aveces pienso, ¿ se acordará de mí ?

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