domingo, 15 de mayo de 2016


                                    El último sueño de un viejo

Igualmente de golpe, el mareo de la luz me quitará recuerdos, dolores, pesadumbres, sueños falsos reflejando realidades falsas, traídos a la escritura, espejos equívocos devolviéndome al rostro todas las ruinas, todos los fracasos.
¡Cómo matarán los pensamientos, y cómo irán matando, cada vez más cruelmente, los descubrimientos, cuando la ceguera se distancie y abra los ojos dentro de la desnuda nada!
Aparte de que me perderé a menudo, esas curiosas dispersiones de la mente que dispersa los caminos y le quita los olores y los sabores a los recuerdos para así impedir, evitar, los regresos, de igual manera, sin sorprenderme, porque los días no darán para más que para verlos pasar ante la mirada cansada, de vieja, de estar cansada, confusa dentro de los arenales de la niebla que se apodera de la mente, me encontraré perdido dentro de casa, de la vacía casa tan llena de vacíos, dentro de la escritura, tan vacía la escritura, y no seré en la escritura ni fuera de la escritura, ni siquiera en el borde de aquel instante en que se supone que escribía estos renglones, no tendré cabida en ningún espacio, en ningún tiempo, los libros dejarán de mirarme, los objetos se enjaularán metidos para dentro, encerrados también en sus silencios. Bajaré de la atalaya sin mirar hacia atrás, donde se queda la vida, oyendo cómo se van apagando las voces, alejándose las voces, el mundo, y no yo, estático siempre yo, sintiendo que todo se va quedando atrás, que yo me quedé atrás sin mí, en alguna parte perdida del tiempo, de antes o después del tiempo, mismo tiempo, bajaré por la solitaria y vieja carretera de siempre, ya desconocida carretera, descolorida, desprovista de señales que me den motivos para detenerme y esperar, aunque me detenga de trecho en trecho, para respirar o para que se me alivien los dolores de las piernas, de la espalda, para liar un cigarro y alimentar los pulmones, aunque espere, sin esperar nada, a que el pájaro negro azul amarillo surque el aire, a que pasen las palomas, a que se quede conmigo una niñez vestida de vejez, a que las nubes echen a andar por sus caminos etéreos, o para comprobar que ya formo parte del silencio, integrado en el silencio, una simple partícula de materia invisible, inadvertida e innecesaria. Llegaré a casa sin saber que he llegado, le diré, costumbre que me dejó el loco, «hola» al silencio, al vacío cada día más vacío de la casa, y la tristeza se quedará así, quieta, acompañándome, y mientras, iré regando las plantas, hablándoles, admirándolas. No me reencarnaré, me lo dice la soledad del instante, se lo digo a la vaciedad del instante, y no me reencarnaré, porque aún reencarnándome no lo sabré, pero sí, me reencarnaré, en lo que siempre he sido, en esa nada absoluta del antes y el después del olvido, del antes y el después del instante, instante, ¿qué instante?, ¿y puede ser vida un instante, y eso es la vida, la desaparición del instante?, el tiempo se encarga de desmentirlo, de volatizar cada instante, ¿lo dirá la escritura, y qué dirá, en sus círculos y más círculos de cansancios y vacíos, qué dirá, si se tiende a la destrucción de toda memoria, a su extirpación, qué dirá la escritura no leída, la no escrita, y llegaré a preguntarme, si todavía fuese capaz de construirme preguntas, por qué escribí esto y no aquello? Qué lejos veré todo y qué lejano estará todo. Como ayer, sin ir más lejos, ¿qué día fue ayer, qué tuvo de distinto ayer, qué se me pasó por alto, qué otro olvido se me murió ayer, qué recuerdo vino a dolerme, cuántas incontables veces te nombré, qué dolor me visitó para sumarse a la familia del dolor, qué sonrisa no vi, cuál fue el motivo por el que tampoco viví ayer? Esas y muchas otras preguntas que ya olvidé me preguntaré, y se quedarán sin respuestas, como mi vida. Pero los días ya no se contarán como días, sino como nebulosas girando alrededor del mismo punto ciego. Las muertes irán despojando de pétalos la flor. La flor del sueño.
Quintín Alonso Méndez


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