lunes, 21 de diciembre de 2015



                               El último sueño de un viejo

__¿Te sientes mal?
__La espalda.
Hoy, el reloj de las estaciones me duele en la espalda, que me dice que esta noche hará frío, pero un frío distinto, seco, de crujidos de huesos al quebrarse. Pero no permitiré, cierro las alas, ningún dolor más allá o más acá de mi dolor interior, fuera, totalmente afuera, apartado de la materia, porque dónde está mi materia si no está en mí, o al menos no está conmigo. ¿Y por qué digo la espalda, y no te digo por ejemplo las rodillas, o en el centro mismo de los huesos, o por qué no te digo que me siento extrañamente bien, tranquilo, esa tranquilidad que seguramente ha de transmitir la nada, este dulce y tristemente dulce placer de saberme muerto y amargamente saborear esta pausa dentro de la muerte, este instante venido de una jugada siniestra, macabra, perfecta? Creo que la sabes, que la estás presintiendo, mi muerte prematura o ya antigua. Muerto he venido a ti y me ves muerto, y con tus maneras calladas, sencillas, de decir y hacer las cosas, te alejas queriendo no dañar donde el daño ya no puede herir, únicamente apresurar el desenlace, el abatimiento de las alas, apáticas alas que nunca pretendieron volar. Cuando se alcanza una cierta edad, ya se llega tarde a todas partes. Estoy de mal humor, quiero decir que estoy a punto de ponerme desagradable. Domino al loco que me domina desde las sombras, a ese chiquillo que nunca maduró y que se va quedando calvo porque le faltan los bosques, los palmerales, los senderos de la infancia. Asumo que a partir del derrumbe, ¡ah, cómo intento sostener las columnas de lo que ya sólo son ruinas!, todo será una monótona línea que volverá a tomar su punto de partida y proseguiré mi camino, el ascenso al abismo de lo oscuro, de lo que estaba escrito. Me rebrota el mal humor con esta invasión del desierto con ventoleras en la atmósfera, parece que pretende avisarme. Ahora soy el loco. El camarero es más incrédulo que yo, te mira a hurtadillas sin disimular sus ganas de follarte, y a mí me mira como a un bicho raro, fuera de lugar o del momento. Es lo mismo. En el derrumbe diré que nadie ha sido jamás tan amable conmigo que en el breve instante que estuve contigo. El ignorar es la mejor y quizás la sabia manera de respetar.
__Bésame --. Mientras te beso quiero aprender a besarte. Cada beso es un aprendizaje, pero cada beso es el primer beso y sé que no aprenderé. Se agota el tiempo. La sonrisa del día te llena el rostro de libélulas. Mariposas blancas en los geranios. Un gato tumbado en la placidez del muro donde da el sol. Tu mano posada en la mía. Miro tus dedos, la misma blancura y la misma delicada delgadez de las mariposas, el mismo aleteo. Así los sentí moverse en la madrugada, como mariposas, desanudando los enredados nudos de mi cuerpo, madrugada nacida de infinitas madrugadas en que te llamaba, te modulaba, y te ponía piel. Te cuento que cuando era un crío, el bar de la atalaya era un salón de empaquetados donde se empaquetaban los sueños y los esfuerzos diarios y se enviaban a un futuro que nunca vino, y que los domingos por la tarde subía hasta aquí, el salón cerrado, sin ningún empleado, un silencio y una soledad que no tenía nada que ver con los días de trabajo. Te cuento que subía y me sentaba en un muro de piedra, soledad perfecta rodeada de pájaros, te señalo al fondo, donde empiezan los árboles, a comer hinojo.
__Ahí te dibujaba –te digo.
__Por eso sabes a menta --. Te miro, entre sorprendido y agradecido--. Podríamos decir que sabes a menta entabacada –sonríes, me besas, retengo mi lengua en la tuya--. ¿A qué saben mis besos?
__A fresas y almendras.
__¿Sí? –Me miras. Me emociona hasta el dolor las sonrisas que me regalas.
__Estoy mojada… --me susurras, y siento que tu voz es del temblor de las olas al subir la marea de este mar que te has traído contigo.
Al pasado lo mueve la memoria y lo trae aquí, aunque deslavazado, resbaladizo lleno de olvidos, y lo deja caer sobre las páginas de la historia.
La savia blanca lechosa de tus raíces más íntimas en mi boca. Te bebo y quiero beberte, no dejar de beberte y beberte la primera vez cada vez. ¿Por qué no te encontré en estos siglos pasados, por qué no quise encontrarte? Si leo en tu mente, me equivocaré, y si no te leo, también. Me duele preguntarte en qué piensas, me duele y me asusta. Ahora todo es recordar, cruzar la calle y caminarla por el lado de los abismo, por donde los precipicios se precipitan en cascadas de tristezas, abundancia de tristezas que clavan sus uñas de agua en la garganta y deshace las palabras

Quintín Alonso Méndez



      
    




   

1 comentario:

  1. Recorro despacio tus letras. Me gustaria ser lector para poder solo leerte.

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