viernes, 11 de diciembre de 2015



            Las ventanas cerradas del cuerpo

Mi madre corre conmigo por los verdes prados que no fueron
infancia de vacas de hinojos de un carro de verga
de regarme a diario para que no se me murieran los futuros
espacios donde dejarme a solas con mis ubres con mis mundos
eran los surcos y eran los charcos   eran los silencios de mi madre en la cocina
eran los silencios en la noche
zarandeados por el viento contra las ventanas cerradas
interrumpidos por los silencios más ruidosos
que como raíces salían de dentro   acallados
por los silencios de la ternura pobre
orgullosos éramos y somos
de sabernos débiles junto a los silencios más débiles
creo que hicimos pactos juramentos con nuestros silencios
eran las ventanas cerradas   eran años que dolían para siempre
no dejaba de traerte heridas de guerras a casa
tú las curabas y emprendían vuelo
en silencio
o las guardaba en mi caja de hojalata vacía de sueños
era la tarde cayéndose y éramos nosotros contando las cuentas
lentamente fuimos pagando las deudas crecíamos en silencio
le cambiaron el destino a la yerba y a la leche
“nos vendieron”, refunfuñaba mi abuela
se abren los caminos por entre los árboles
eran mágicos como las lechuzas
los minúsculos triunfos sobre las grandes derrotas
éramos el alborozo de la tristeza
independientes silenciosos en los cuartos  de nuestras lágrimas
y en los cuartos menguantes
siempre lloramos para adentro bebiéndonos los silencios
le llegué a ver la risa
nunca el llanto
inalcanzable
apenas una vez
fue un roce de aves siniestras
de caídas brutales de universos con sus catedrales
entonces entendí que la vida se va antes de tiempo
y me fui sin irme pero huí para huirme
supe entonces que nunca tendría adónde ir
que era innecesario alejarse para estar en ninguna parte
mi madre corre conmigo por los verdes prados que no fueron
¡con qué triste belleza asciende la embriaguez
por las paredes resbaladizas de la tarde ebria!
se sienten en la piel los arañazos de los violines en la costa
las partículas jugosas de la sed que muerden al salitre
liberándolo     yéndose lejos como se va
todo lo que se ama

                                                                Quintín Alonso Méndez




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