jueves, 26 de noviembre de 2015



De la novela
                 El último sueño de un viejo


He de revolver en los papeles viejos, dispersos. Reencontrar lo que nunca encontré. Quizás esa sea la tarea del escribidor. Por ejemplo, encuentro: “asomado al atardecer majestuoso, digo tu nombre, se lo estampo en los labios a la penumbra y en la quietud se balancean cálidos azules anaranjados los sueños. Atardeceres mágicos que quiero conozcas”. Puedo hablarte de los siglos que habitan en la soledad del camino y de los minúsculos y escasos instantes que se poblaron de plenitud. No volverá el polen a escarbar en mis sueños. No iré a las flores. Ni siquiera me asomaré a la vuelta de la esquina. Voy a columpiarme en los débiles alambres de la temporalidad hasta que cedan. No haré más. Seré precipicio porque es lo que construyo. Derrumbes. Esto que escribo lo escribiré después dentro de unos años, escribiré en pasado lo que es futuro. Pero antes es el vuelo. La sorpresa de que el primer gesto de la naturaleza cuando te lanzas al vacío, es ascenderte, para luego, inopinado, dejarte caer, como las gruesas nubes, de golpe, dejan caer el aguacero. Así como el águila, yo también lo sabía, pero lo ignoraba. Le dice la mujer al fracaso «no daré marcha atrás». Le dice el hombre al fracaso «volveré». Así nos vamos alejando, caminando por el mismo camino. Con tiempos o relojes distintos. Hago como harías tú, mordisquear el lápiz. ¿Era tuyo el lápiz lila? Este lápiz con el que escribo lo que escribiré algún día. Ahora, si estuviese vivo, me sacarías burlona la lengua y me incitarías a correr detrás de ti, de tus saltos de pájaro, y te dejarías atrapar para recibir el merecido castigo de unos azotes en tus nalgas llamadoras, ¡ah, es tan lejana y apenas visible la historia por la que fugazmente discurrió la vida! Palpo en el lápiz la textura de tus raíces de árbol. La perfecta curva carnal de tus caderas. Si te hubiese conocido, me habría enamorado de ti. Escribiré que estuve contigo y te perdí en uno de esos trayectos que van de casa al manicomio

                                                                Quintín Alonso Méndez                                                        





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