viernes, 20 de noviembre de 2015



De la novela
                 El último sueño de un viejo

Escribir es tocar. Como una fruta puse mi vida en tu boca.
El tiempo es un instante que son tres instantes en un mismo instante. Es el instante del “hola”, donde de repente el mundo se abre como un abanico de pavo real y los pies dejan de pisar el suelo, se elevan y elevan el cuerpo a la altura del beso. Ese beso. Ya depositado vivo en la madera de la memoria. El instante del “hola” que se abre en tres instantes, el primer roce que ya es el roce, un roce que sobrevoló mares y tiempos, donde gimen las cuerdas de la piel, se estremece la brisa dulce azul, resbalan los sentidos, se humedecen, se agitan los pájaros las palomas las mariposas hundiéndose en el valle oscuro tiernamente frutal del vientre. El instante del encuentro de los sexos, la dureza y la ternura la misma hondura el mismo fuego inundador el mismo estremecimiento gimiente frágil partido en las dos bocas el mismo placer ahogándose el mismo resurgir del aire abriéndose a las aguas al asombro de los sentidos el mismo estupor dulcemente doliente del placer el mismo instante de la locura que embriaga y dulcemente aturde el mismo placer vertiéndose. El instante sublime del orgasmo ese ascenso voraz que se hunde vertiginoso en lo más hondo de las entrañas el grito que desgarra la luz mordiéndola habitándola y suavemente depositándola en la desnudez limpia dulcemente excitada de la piel es cuando tiemblan entre los dedos las olas resacosas de la marea el oleaje que mece se enreda entre los muslos se yergue en las flores sonrosadas de los pechos agitados bandadas de pájaros en los labios que musitan de donde caen las palabras rotas excitadamente rotas, es el “hola” dulce sonriente encendido en los ojos en los labios en la enamorada sonrisa en los delicados pliegues que se acercan y se alejan y se acercan reiniciándose. Es el tiempo circular un instante que son tres infinitos inacabables instantes en el mismo instante. Dentro está el Universo. Escribir. El peregrinaje interminable por tu cuerpo y así recibir tu alma latiendo como un pájaro en mis manos en mi boca en mi sexo




                                                           Quintín Alonso Méndez

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